domingo, 30 de octubre de 2016

Me vuelvo Kamikaze...

 "¿Vos cómo estás? ¿Sabés quién se separó?" (...) "Si. Se fue de la casa a la noche en un taxi, se llevó todo" (...) "Y, está muy mal. Dice que es el amor de su vida" (...) "Ni el cepillo de dientes boluda, nada" (...) "¿Vos cómo estás?".
 Le respondo cómo estoy; tratando de disimular, mientras intento procesar el fin de una historia de dos personas que conozco de lejos, por nombre y un vago recuerdo de cara. 
 ¿Por qué las historias de amor que llegan a su fin me hacen rozar la tristeza? ¿Será porque todos podemos identificarnos con la palidez de algo que termina? "Dice que es el amor de su vida".
 Tal vez es porque los que amamos en algún momento de nuestra historia, entendemos esta trampa que conocemos tan bien. 
 Estuve limpiando mi compu, borrando archivos arcaicos y acomodando fotos. Y, en una carpeta casi inaccesible, encontré cartas que nunca mandé. Irónico, ayer compartimos aire y escenario sin siquiera percatarnos, ya nada siento de esas notas. Tal vez tendría que regalárselas a esta persona, para el "amor de su vida". 
 Entonces pienso y pienso más. Revivo la conversación de una cena reciente, donde no pude resistir compartir este pensamiento que me maravilla y acompaña desde hace un tiempo largo. Ese descubrimiento que se basa en el hecho de que dos personas, que se conocieron tanto, entendiéndose aún sin hablar; puedan convertirse en dos extraños. No reconocernos en un mismo escenario, no percibirnos en una misma cuadra. La incomodidad y ese desconocimiento que queda, cuando se va el amor. 
 "Ni el cepillo de dientes boluda, nada". Nada. Somos kamikazes en los romances. Nos quedamos contemplando el vacío que deja el otro. Y, si no es el vacío, es lo que nos recuerda lo que falta. Porque, para entender que algo no está, tiene que faltar algo 
 Falta todo, pero no falta la falta. Irónico. Un pelo, un imán, una remera, un pañuelo. Íconos de lo que no está. 
 No me pasa hace demasiado tiempo, pero empatizo con esta extraña porque hay sensaciones que puedo recordar. 
 Esta trampa la conozco tan bien... 
 Quisiera decirle a esta extraña que todo va a estar bien. Que no es el amor de su vida, porque en la vida hay mucho amor. Que los minutos van a pasar lento, casi para atrás. Que un mes, va a parecer un año. Que va a sentir como si nadara en mar abierto. Silencio que no es silencio, inmensidad y falta de orillas. Hacerle entender que, hay que nadar. Nadie puede hacerlo por ella. 
 Quisiera decirle a esta persona que flotar lleva menos esfuerzo del que piensa. Simplemente pasa, algunas cosas pasan así; simples. Que cuando flote, va a pensar que ese es el lugar en el que quiere quedarse. Porque va a sentir que costó, aunque haya sido simple. Va a flotar por un tiempo en la inmensidad, agradeciendo que no se ahogó. 
 Entonces pienso y pienso más. En ese mar que a veces pareció tan imposible de atravesar. En ese pelo que se enroscó en algún peine y nos hizo creer que no queríamos que nada más faltara. En flotar. Aprendí a flotar. 
 Yo hoy, me vuelvo kamikaze. Solía pensar que no iba a salir más al mar abierto; pero somos rehenes del ahogo. Porque no flotar es el precio de vivir con intensidad. 
 Nos volvemos kamikazes. ¿Por qué? Dejamos caer las defensas, soltamos amarras y nos olvidamos del ahogo. ¿Por qué? Porque parece seguro y real. Porque solo el kamikaze entiende que, cuando la causa cruza lo existencial, la posibilidad de ahogarse (o no) vale la pena. 
 Quisiera decirle que, después de la primera vez que nadás en mar abierto, te volvés kamikaze. Sabés disfrutar el camino, flotar y dejas tus defensas caer. 
 Me vuelvo kamikaze. Es la única forma de explicar cómo volvemos a empezar una y otra vez historias. Me vuelven kamikaze. Es la única forma de justificar el sentirnos tan seguros ante algo que en algún momento se convirtió en una trampa. Nos volvemos kamikazes. Es la única forma de entender cómo nos cautivamos, aún ante la chance de sufrir. 
 Me vuelvo kamikaze y caigo otra vez en la trampa que conozco tan bien. Preguntándome cómo puedo sentirme tan segura cuando bajo todas mis defensas. Y asombrándome del hecho de que un estado que uno conoció tan bien, pueda sentirse tan nuevo y diferente. 
 Quisiera decirte que flotar es simple, pero no es intenso o divertido. Que, del otro lado del mar abierto, te vas a volver kamikaze.


 






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