miércoles, 1 de febrero de 2017

Y perdona si te llamo amor...

 Este calor me está matando lentamente. Me lleva a refugiarme en casa para poder escapar de esa sensación de sangre en ebullición. Mi pelo se "enrula", consumo tres litros de agua por día, minimizo el uso de accesorios, busco ropa 100% algodón. Me está matando. 
 Recluida en mi departamento; en mi top de lino que me hace sentir como si estuviera vestida de aire, y mi short de guerra, con mi medio metro de pelo atado alto en una especie de palmera que habita mi coronilla; escapo del calor...y de otras cosas. De otras cosas también. 
 Cocino y bailo en mi living, con  intermitencias de mi cola pegada al sillón para pensar temas que emergen cual flash en mi cabeza. Algunas de estas pausas son para pensar, otras para charlar con una gran amiga sobre la vida. Y, quien dice la vida, dice de amor. Porque ¿Qué es la vida si no es amor? Amor a personas, mascotas, ideas, ideales, tu placard, tu toca discos, un libro. 
 Bailo y cocino, cocino y le charlo. Miro la media copa de vino blanco entre frase y frase, como si la transparencia pudiera ayudarme a pensar. 
 Y es que venimos charlando desde hace semanas y, tal vez, meses. Intercambiando posturas duras, casi taxativas, del amor. Del suyo, del de todos, porque ¿De qué hablamos cuando hablamos, si no es de nosotros mismos?
 La escucho. Aprendí a escuchar. Porque, no importa cuántos videos de Youtube de autoayuda hayas mirado, a veces no se trata de entender, simplemente se trata de sentir. Y uno, no puede sentir por el otro. Escucho, si al final todos hacemos lo que queremos. ¿Qué es eso de que tus amigos te digan qué hacer? Yo sigo mis instintos. 
 Pero escucho, no dejo nunca de escuchar. "Victoria ¿De qué vive el amor, si no es de promesas? No solo proyectos. Promesas, movimiento, expectativas, involucrarse". Hace un tiempo que pienso en esto que me dijeron y, si bien sé en algún lugar muy mío que es así, también pienso que hay algo más. Algo más que yo no decido, que mi amiga no decide, que vos no decidís. 
 Porque si el amor fuera tan racional mi amiga no estaría indecisa al pie de su celular, a merced de lo que el otro (le) quiere. Simplemente no estaría. Tiene que haber algo que no decidimos.  
 Y pasamos horas conversando, días. "Contame vos. Lo mío ya sabemos". 
 "Me compré un cajón peruano". Me pregunto si en la psiquis de los demás suena tan (i)lógico como en la mía. "Me levanté el viernes pensando ¿Qué tan difícil puede ser?". Lo googleé, busqué tutoriales y fui a la calle Talcahuano. Y lo compré. Porque lo sentí. Sentí que estaba bien y simplemente lo supe. Lo sentí, no sé si lo decidí. Algunas cosas no se deciden, simplemente se sienten (Nota mental: Menos mal que nunca me levanté pensando en crack). 
 Le comparto que mi psicoanalista se rió, mientras me felicitaba por habilitarme a hacer lo que quiero. Cuando dejó de reírse, le dio paso al simbolismo, oBVio. Que por qué peruano, que por qué un cajón. Que cómo puede ser que viví bastante tiempo en una casa rodeada de instrumentos de percusión, desconectada de todos. Pero no lo decidí, lo sentí. 
 Algunas cosas no se deciden, simplemente se sienten. No podés detener lo que ya está con vos, lo que sentís. Entonces entiendo lo que le pasa a mi amiga. Todos le piden que decida. Frizar, cortar, bloquear, aceptar, plantear. Nadie ve que ella no lo decide, porque siente algo diferente. 
 "Contame vos. Lo mío ya sabemos". 
 Le cuento que estoy bien, descubriendo mi cajón. Que realmente estoy aprendiendo esto de los momentos, de los tiempos, del ritmo. Que dejé de hacerme la canchera con complejo de Cindy Lauper. Que aprendí que a veces yo voy a cantar una melodía y el cajón va a tocar otra. Pero que me gusta, y no puedo explicar por qué. No decido yo y no necesitamos coordinar todo el tiempo. Que me perdone el cajón, si pensó que iba a caer en manos coordinadas o una voz menos afectiva. 
 Estoy descubriendo el cajón, descubriendo algo nuevo. No me di cuenta que lo quería, simplemente pasó. A veces toco despacito y le susurro. Casi con miedo a lastimarnos o aturdirnos. Otros días lo embisto con fuerza, como si no me entrara lo que siento y pudiéramos ser uno, con mi voz más aguda, más grave, en un huracán. 
 Y me pregunto si lo que nos pasa a mi cajón y a mi, no será parecido a esto que le pasa a mi amiga. No lo busqué, ni sé si era el momento, no lo elegí; simplemente lo sentí y apareció. Definitivamente no me buscó y, por momentos, debe querer poner mi voz en off. Pero tenemos potencial. Él tiene el ritmo que lleva mi voz, y yo la voz que puede marcar su ritmo. Estamos aprendiendo a coordinar, a entrar a tiempo a las notas.
 Me pregunto si el amor no será como esta historia de mi cajón peruano y yo. Decidís, pero no decidís. Decidís ir con algo que sentís. El cajón tiene el ritmo, yo tengo la voz, son cosas que ya están con nosotros; pero juntas son algo más. 
 Le pido perdón a mi cajón, si lo comparo con el amor. Pero, para mi, todo lo que me hace sentir, es comparable. Y el que no entiende, no lo sintió. Le pido perdón a mi cajón, si lo llamo amor. No puedo evitarlo, si me hace sentir conectada con algo tan mío, como mi voz. 
 Perdón cajón si te llamo amor, pero yo no lo decido. Las cosas a veces pasan así, simples y complejas, a la vez.




  



lunes, 30 de enero de 2017

Con mi memoria de Elefante...

 Nunca hablo con nadie de lo que escribo. Los que leen son muy silenciosos, respetuosos. Casi como si acariciaran esa parte de mi que late procesando mientras tipea. Como cuando vemos un animal éxotico de lejos y no nos acercamos, por si se esconde. Pero no todo lo exótico, es sigiloso. Pienso, por ejemplo, en un Elefante. A veces me siento así, Elefante.
 "Mi amiga leyó Kamikaze y lloró. Yo también lo leí. Nunca me pasó, pero lo sentí".
 Y yo pienso, en eso nuestro que el otro puede aprehender. Porque Kamikaze; aún siendo un momento muy mío, es algo que compartimos. Es ese proceso colectivo, que yo también viví de otros. Es esa idea de Freud de que nos conectamos a pasiones que nos destruyen, porque nos hacen vivir también. Es aprender a elongar hacia nuevos lugares. Es aceptar que a veces necesitamos aferrarnos un ratito, pero también es aprender a soltar para encontrar algo nuevo.
 A vos que no te conozco e invertiste una lágrima, a mi amiga que sufre al lado del celu y a la chica que me crucé triste en el subte comiendo papas fritas; quisiera contarles algo más. El "antes", de ser kamikaze.
 Hace muchos años, leí "Funes el memorioso". No soy fan de Borges, probablemente no lo habría leído si no hubiera habido un examen por detrás. Y, sin embargo, muchísimo tiempo después sigo recordándolo. 
 ¿Cómo hacer para olvidar "con mi memoria de Elefante"? Esa era mi pregunta antes, mucho antes de kamikaze. ¿Cómo hacer para no sentir? ¿Cómo flotar para aprender a nadar?
 Y en un proceso muy único e inevitable, aprendí que hay que tropezar mil veces, por cada paso hacia adelante. 
 Me acuerdo el color de la mochila que estrené en primer grado, la combinación de un diario íntimo que ya no uso y un par de frases en alemán que no me llevaron a ningún lado en Berlín. La primera vez que me dijeron que me querían, mi primer beso y con quién me senté el primer día de facu. Qué tenía puesto el día que me sentí volver kamikaze y la primera vez que mi mamá me llevó a una peluquería. Soy así, me acuerdo. Grabo sin cesar. Soy así.
 ¿Cómo hacer para olvidar "con mi memoria de Elefante"? Qué pregunta tonta y recurrente. Si solo hubiera sabido que, los Elefantes, no olvidamos. No se puede aprender, si se olvida. 
 Antes de ser kamikazes, flotamos. Pero no flotamos en la nada. Flotamos en esa memoria elefantística, recuperando el afecto de los recuerdos. Es un proceso afectivo, nos "afectamos", en todo sentido. 
 ¿Cómo hacer para olvidar "con mi memoria de Elefante"? Recordando. Contradictorio que, para olvidar, haya que recordar. Pero la única forma de desafectarse, es volver a pasar por donde el afecto se aferró. 
 A vos que no te conozco e invertiste una lágrima. ¿Cómo vas a hacer para olvidar con tu memoria de Elefante? Recuperando el afecto, eso tuyo que está ahí en algún lugar de otro. En esa lágrima que le regalaste a este Blog. 
 El Otro en vos. Una espina, diez espinas, cien espinas. No te preocupes. ¿O no es más que gruesa la piel del Elefante? Doscientas espinas y algunas más, hasta que dejes de contar. Hasta que, del otro lado, veas las marcas por atrás. ¿O no es eso lo que somos? ¿Un todo hecho de marcas del otro? Es tan gruesa la piel de este animal exótico.
  Y te voy a contar, mientras te secas esa lágrima; qué pasó mientras flotaba en ese mar abierto. Cuando dejé de llorar, porque no me quería arrugar. Cuando descubrí que necesitaba flotar un ratito con un cuerpo que se sentía de dos toneladas, que no es lo mismo que paralizarse. Mientras me sacaba las espinas. Algunas yo y otras, otros.
 Dejé de recordar y empecé a reconstruir. Me dejé afectar, por mi memoria de Elefante. Porque necesitaba recuperar todo ese afecto, que me mantenía a flote. Me acordé que hay una parte que no está marcada, ese marfil muy nuestro. 
 Hoy, en esta versión que excede un momento, en este ser kamikaze; aprendo que mi memoria es lo que me ayudó a nadar. Y es que, si no pudiera atravesar lo que me hizo mal, lo que me hizo bien; lo que quisiera no repetir y lo que quisiera buscar. ¿Sería kamikaze? 
 En esta versión, con marcas aceptadas y lo que me hace muy yo en el marfil; aceptando que, por cada paso que doy, tropiezo mil veces...y está bien. En esta versión donde sé que puedo nadar, aún cuando a veces necesite pesar dos toneladas. En mi versión de Elefante, le doy gracias a mi memoria; aún cuando a veces pueda ser mi karma. 
 ¿Cómo hacer para olvidar "con mi memoria de Elefante"? Acordándome, reconociéndome en cada paso que doy hacia un nuevo lugar. 
 ¿Cómo vas a hacer para olvidar con tu memoria de Elefante? Sintiendo. Entendiendo que necesitás pesar dos toneladas a veces. Todos pesamos toneladas en algún momento de nuestras vidas. Es el peso de los recuerdos, es el precio de afectarse. 
 No podemos olvidar. Los Elefantes no olvidan, recuperan el afecto. Afecto para nuevos recuerdos, para seguir tropezando. Y es que eso es lo perfecto de tener memoria de Elefante, siempre hay lugar para más. 














Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...