lunes, 28 de noviembre de 2016

Respirar...

 Demasiado tiempo de micro y avión, terminales y aeropuertos, solo tapa ojeras y mi crema enjuague. Descubrí que puedo vivir con un carry on, mientras tenga tapa ojeras y mi enjuague. 
 Cien entrevistas, algunas sierras y una visita a Ricky Sarkany. Descubrí que puedo pensar con un carry on, es más fácil. Elegir es más fácil cuando uno es despojado. 
 Demasiado tiempo de micro y avión. Pensar también es más fácil cuando uno está despojado. Despojado de otras cosas para hacer. Porque, cuando estoy en plena acción y mi cabeza hace su magia, me descompagino. Como esa vez que tiré el celu a la basura e intenté tipear sobre un papel, o la vez que casi salgo en pantuflas. Y me pregunto por qué no me despojo más seguido, para solo concentrarme en lo que me pasa, respirar. 
 Respirar, para concentrarnos en lo que nos pasa, las noches duran más así, las ciudades son más grandes. 
 Solía pensar que esto era demasiado para mi. Respirar para solo centrarme en lo que me pasa. Y ahora siento que es necesario, librarme de vericuetos; respirar, con todo el significado que esto tiene. Oxigenarse, dejar entrar y dejar también ir. ¿Por qué no lo hacemos más seguido?
 "¿Qué es lo que te hace dar vueltas?". De alguna manera, me costó contestarlo. Dentro de mi impulsividad, las vueltas suelen ser muy cortas. Puedo escanear un HyM de tres pisos en 17 minutos, elegir los gustos de helado en  menos de 20 segundos y suelo encontrar palabras lindas para ser frontal con lo que pienso...mientras pueda neutralizar lo que siento. 
 Pero de alguna manera me encuentro dando vueltas. Porque la vida es así, irónica. Vueltas en la cama, vueltas en mi casa, vueltas en lo que escribo; como una calesita. Vueltas a un mechón de pelo, vueltas a una lapicera, al extremo de mi vestido, a mi celular; como un trompo. 
 Tal vez doy vueltas para respirar, y centrarme en lo que me pasa. Todos tenemos alguna vuelta más, alguna vuelta menos. 
 Me pregunto entonces si no será que damos vueltas ahí donde algo nos da miedo. Esa cita que mi amiga no termina de aceptar, ese pantalón que no te probás porque ya no sabés si te entra, ese pasaje que no te animás a sacar, esa campera que no te atrevés a regalar, ese corte carré que no sabés si probar, ese mensaje que preferís no mandar, esa mascota que nunca vas a adoptar, ese tatuaje que tal vez nunca te hagas. Ese lugar donde hay algo que no podés controlar; una reacción, un resultado. Respirar. 
 Y me doy cuenta, mientras respiro y destrono la palabra nunca, que estoy dando vueltas. Característico de mi, vivir sin GPS y hacer algunas cuadras de más.
 Nunca la noche duró tanto y nunca fue tan grande la ciudad; como cuando uno da vueltas. Me pregunto qué esperamos para respirar y ser más fieles a lo queremos probar, decir, hacer. Respirar para dar lugar a la acción que atempere la adrenalina de esa intención suspendida en el tiempo. Dejar de levantarnos pensando que hoy es el día, para acostarnos con los mismos pensamientos. 
 Nunca me perdí, como me perdí en esta pregunta. En esas preguntas que no podemos contestar, porque nos hacen pensar. Respirar, por ahí es ahí donde todos damos vueltas. Respirar y respirar, para tener menos miedo y no dar tantas vueltas. Para que no sea demasiado para mi, necesito respirar...para ser más valiente y dejar de tirar cosas importantes a la basura. Para despojarnos de lo que nos asusta y animarse, hay que respirar. Para que; del otro lado, en el camino y lo que sea que resulte, esto no sea demasiado para mi. Respirar. 
 Tal vez esa era la respuesta, respirar y dejar salir. Con lo que, "respirar", significa para mi. 







lunes, 7 de noviembre de 2016

Like a sledgehammer.

 Cierro los ojos, me concentro y escucho un sonido intenso. ¿Es un soplo? ¿Estoy resfriada? ¿Es el 109 que pasa por la puerta de casa? Tac tac tac tac, tac tac tac. Si conectara a Spotify, definitivamente sería una canción.
 Hoy, mientras trabajaba en un proyecto y pensaba preguntas que me ayuden a conocer a extraños, me puse a pensar. "¿Qué fue lo más difícil que le tuviste que decir a alguien? ¿Cómo lo manejaste". Y, aunque se refiere a la vida laboral, no pude más que imaginarme qué contestaría. 
 ¿Qué fue lo más difícil que tuve que decir? Le digo todos los días a personas que no quedaron seleccionados para sueños en los que invirtieron tiempo y energía, pero no me hace mal.  No me hace mal, porque les explico que un NO hoy, no es un "no para siempre". Hoy es hoy.
 Le tuve que decir a mi mamá que rompí su perfume preferido y que lo iba a recordar por un par de semanas, porque impregnó todo su vestidor. Le dije que no iba a quedarme a mi jefe regional al que adoraba y también rechacé varias tortas de frutilla. 
 Le dije a la cara a alguien que no podíamos ser amigas y pude declinar el pedido de mi hermana de llevar mis zapatos nuevos a un boliche donde corrían peligro. También dije no a una muestra gratis de patitas de pollo en Jumbo un día que me dolía la panza. 
 Pero hay más amigos, más patitas, más perfumes. Hay más botas, tortas de otros gustos y trabajos. 
 ¿Qué fue lo más difícil que tuve que decir? Se me ocurrió que, tal vez, había sido tener que decirle a alguien con quien compartí una historia algo larga; que no sentía nada más. Tener que mirarnos a la cara después de muchos silencios y confesarle "simplemente (ya) no te quiero". Fue difícil porque romper el corazón de alguien que fue importante, y compartirle que ya no sentís lo mismo; es como caminar por empedrado descalzo. Es casi como tener que prender fuego tu cartera preferida o caminar por la 9 de Julio con pollera en un huracán. 
 Pienso y pienso. ¿Fue esto lo más difícil que tuve que decir? Perdido por perdido, en una historia que se acaba uno siempre se siente valiente. Pero, sobre todo, aprendés que hay que decir las cosas a tiempo. 
 Tac tac tac tac, tac tac tac. Necesito conectarme a Spotify, definitivamente es una canción.
 Y sigo preguntándome al compás de este ritmo. ¿Qué fue lo más difícil que tuve que decir? Eso que dudé hasta último momento, que traté de verbalizar y lo volví a tragar, eso que brota y vuelve para atrás. ¿Qué es? 
 Piénsenlo fuerte. Tómense un minuto para reflexionar porque nunca saben cuándo las va a entrevistar alguien como yo. ¿Qué es eso tan difícil que les cuesta sacar?
 Entonces me doy cuenta que definitivamente no fue confesar que no quería más, tampoco fue escucharlo cuando me tocó a mi. Perdido por perdido, ¿qué tendría de difícil?
  Tac tac tac tac, tac tac tac. Necesito la letra de esta canción. 
 "Siento algo. No sé si es ansiedad, acidez o el batido de un martillo. Por ahí tengo la lombriz solitaria y por eso soy tan flaca". Ella se ríe y escribe en su (mi) cuaderno, mientras le explico que yo este martillo no lo sentí por mucho tiempo y que necesito un coach de vida para no arruinarlo. 
 "Este es un punto importante en nuestros encuentros, anotá", le digo mientras señalo su lapicera. Aprieto mi pecho, presionando mi collar de diseñador como si pudiera volver cada cosa a su lugar y escapo. "¿Te gusta este collar? ¿No es muy grande para mi cara?". Entonces me voy porque, las dos sabemos, que sus consejos de moda son lo último que me importa.
 "¿Desde cuándo vos das vueltas para decir algo?". "Siento algo acá", le digo mientras me toco el esternón al ritmo del martillo. "Casi que me asusta, ¿estaré con presión alta?". Él se ríe y me dice que soy una boluda que piensa mucho; que por primera vez en mucho tiempo dejo de controlar y que, definitivamente, no es presión. 
 Es increíble cómo a veces buscamos que otros pongan palabras en lo que nos mueve.
 Tac tac tac tac, tac tac tac. Casi que tengo miedo de que la gente vea cómo se mueve mi collar. 
 ¿Qué es lo más difícil que tengo que decir? Definitivamente es esta sensación a la que me cuesta ponerle un nombre. Es un cúmulo de excesos que emulan una sobredosis de helado y remeras nuevas; es este martilleo extraño e incansable. 
 Hace tiempo que escribo y no puedo terminar de escribir, no encuentro las palabras que cierren mis ideas y cubran esta especie de martilleo. Solo se me ocurre Tac tac tac tac, tac tac tac. Entonces me doy cuenta. Me doy cuenta de que, lo más difícil que tenemos que decir, es lo que sentimos. 
 Dudamos y dudamos, mientras acomodamos sentimientos. ¿Qué es lo que mi cuerpo quiere transmitirme con este martilleo? ¿Dónde estaba guardado todo esto? Es como cuando se unen varios super héroes en un mismo comic. Todos tan tranquilos, cada uno en su mundo con una misión y, de repente, hay exceso de super poderes y energía. Batman lucha con Superman y no sabés a dónde mirar; quién es el héroe, quién el villano, quién el secundario.
 Y si me concentro en mi pulso, escucho un sonido. Aprieto mi collar de diseñador y siento un martilleo. Porque si me tomara el pulso ahora, eso sentiría, como un martillo. Y eso es lo que quiero poner en palabras.
 ¿Qué es lo más difícil que nos toca decir? Lo que tengamos que decir, cuando no existe perdido por perdido. Pienso y pienso, sobre esto de solo sentir; y me pregunto si ya no es tiempo de dudar. 
 Tac tac tac tac, tac tac tac, como un martilleo, eso es lo más difícil de enunciar.


domingo, 30 de octubre de 2016

Me vuelvo Kamikaze...

 "¿Vos cómo estás? ¿Sabés quién se separó?" (...) "Si. Se fue de la casa a la noche en un taxi, se llevó todo" (...) "Y, está muy mal. Dice que es el amor de su vida" (...) "Ni el cepillo de dientes boluda, nada" (...) "¿Vos cómo estás?".
 Le respondo cómo estoy; tratando de disimular, mientras intento procesar el fin de una historia de dos personas que conozco de lejos, por nombre y un vago recuerdo de cara. 
 ¿Por qué las historias de amor que llegan a su fin me hacen rozar la tristeza? ¿Será porque todos podemos identificarnos con la palidez de algo que termina? "Dice que es el amor de su vida".
 Tal vez es porque los que amamos en algún momento de nuestra historia, entendemos esta trampa que conocemos tan bien. 
 Estuve limpiando mi compu, borrando archivos arcaicos y acomodando fotos. Y, en una carpeta casi inaccesible, encontré cartas que nunca mandé. Irónico, ayer compartimos aire y escenario sin siquiera percatarnos, ya nada siento de esas notas. Tal vez tendría que regalárselas a esta persona, para el "amor de su vida". 
 Entonces pienso y pienso más. Revivo la conversación de una cena reciente, donde no pude resistir compartir este pensamiento que me maravilla y acompaña desde hace un tiempo largo. Ese descubrimiento que se basa en el hecho de que dos personas, que se conocieron tanto, entendiéndose aún sin hablar; puedan convertirse en dos extraños. No reconocernos en un mismo escenario, no percibirnos en una misma cuadra. La incomodidad y ese desconocimiento que queda, cuando se va el amor. 
 "Ni el cepillo de dientes boluda, nada". Nada. Somos kamikazes en los romances. Nos quedamos contemplando el vacío que deja el otro. Y, si no es el vacío, es lo que nos recuerda lo que falta. Porque, para entender que algo no está, tiene que faltar algo 
 Falta todo, pero no falta la falta. Irónico. Un pelo, un imán, una remera, un pañuelo. Íconos de lo que no está. 
 No me pasa hace demasiado tiempo, pero empatizo con esta extraña porque hay sensaciones que puedo recordar. 
 Esta trampa la conozco tan bien... 
 Quisiera decirle a esta extraña que todo va a estar bien. Que no es el amor de su vida, porque en la vida hay mucho amor. Que los minutos van a pasar lento, casi para atrás. Que un mes, va a parecer un año. Que va a sentir como si nadara en mar abierto. Silencio que no es silencio, inmensidad y falta de orillas. Hacerle entender que, hay que nadar. Nadie puede hacerlo por ella. 
 Quisiera decirle a esta persona que flotar lleva menos esfuerzo del que piensa. Simplemente pasa, algunas cosas pasan así; simples. Que cuando flote, va a pensar que ese es el lugar en el que quiere quedarse. Porque va a sentir que costó, aunque haya sido simple. Va a flotar por un tiempo en la inmensidad, agradeciendo que no se ahogó. 
 Entonces pienso y pienso más. En ese mar que a veces pareció tan imposible de atravesar. En ese pelo que se enroscó en algún peine y nos hizo creer que no queríamos que nada más faltara. En flotar. Aprendí a flotar. 
 Yo hoy, me vuelvo kamikaze. Solía pensar que no iba a salir más al mar abierto; pero somos rehenes del ahogo. Porque no flotar es el precio de vivir con intensidad. 
 Nos volvemos kamikazes. ¿Por qué? Dejamos caer las defensas, soltamos amarras y nos olvidamos del ahogo. ¿Por qué? Porque parece seguro y real. Porque solo el kamikaze entiende que, cuando la causa cruza lo existencial, la posibilidad de ahogarse (o no) vale la pena. 
 Quisiera decirle que, después de la primera vez que nadás en mar abierto, te volvés kamikaze. Sabés disfrutar el camino, flotar y dejas tus defensas caer. 
 Me vuelvo kamikaze. Es la única forma de explicar cómo volvemos a empezar una y otra vez historias. Me vuelven kamikaze. Es la única forma de justificar el sentirnos tan seguros ante algo que en algún momento se convirtió en una trampa. Nos volvemos kamikazes. Es la única forma de entender cómo nos cautivamos, aún ante la chance de sufrir. 
 Me vuelvo kamikaze y caigo otra vez en la trampa que conozco tan bien. Preguntándome cómo puedo sentirme tan segura cuando bajo todas mis defensas. Y asombrándome del hecho de que un estado que uno conoció tan bien, pueda sentirse tan nuevo y diferente. 
 Quisiera decirte que flotar es simple, pero no es intenso o divertido. Que, del otro lado del mar abierto, te vas a volver kamikaze.


 






sábado, 16 de julio de 2016

El alma solo entiende de emoción...

 Hace poco vi un video que poco entendí. Y no puedo dejar de pensar. No puedo dejar de pensar porque eso es lo increíble del mundo. Lo que no entendemos, nos moviliza mucho más que todo lo que sí creemos comprender.
 El protagonista de esta exposición hablaba de una teoría muy compleja. Parte de su teoría lo llevaba a hablar de la energía. 
 Aparentemente intercambios energía todo el tiempo. No solo la intercambiamos, la atraemos. Y sí, eso es todo lo que pude aprehender de un video de 30 minutos que tuve que ver tres veces seguidas.
 Atraemos energía. ¿No es increíble? ¿Cuántas veces nos quedamos en la postura indefensa que nos provoca el sentir que las cosas simplemente "nos pasan"?
 Creo que esto que decidí recortar, va más allá del reduccionismo de "Sonrío, me sonríen".
 Somos "energía". Ustedes podrían decirme entonces que muchas miles de veces han puesto la mejor de las energías (o no) en sus historias y les han devuelto lo que no esperaban. Un visto, un reproche, un vacío. Insistencia donde su energía había dejado la habitación, cartas de amor donde sonaba un grillo, un beso cuando corrían la cara. 
 ¿Qué es la energía para mi? Es la "capacidad y fuerza para actuar (...)". ¿Qué tiene de especial esta capacidad? Atrae y transforma. 
 Todos tuvimos de esos días donde nos levantamos con una vibra extraña que tiñe todo lo que hacemos. Esos días mágicos donde tu pelo está espectacular, y todo se transforma. ¿Es la energía capaz de transformar los pensamientos?
 Entonces empiezo a repensar algunas historias que me comparten en función a esta nueva postura que no estaba contemplando. Y voy más allá. El amor, es energía. 
 Históricamente pensé que el enamoramiento, en su etapa inicial, tiene un componente que podemos manipular de forma conciente. Un estado más que lejano de un rompecabezas de piezas complementarias, donde no hay dudas de cuál encaja con cuál. Pensé que, si manipulábamos nuestras representaciones concientes, podíamos controlar las historias. 
 ¿Manipular nuestras representaciones concientes? Sí. Si la línea D no llega a tu casa, no abrimos el juego. Si sabés que odio las musculosas para hombres y no sé el primer nombre de Messi, no sacamos el tablero. 
 Esta información, cambia mi cosmovisión. ¿Por qué? Porque creo que descubrí cosas nuevas en todas las historias fallidas que me han compartido. 
 Manipular concientemente las representaciones que impactan en lo que sentimos, podría no ser la forma más inteligente de transitar el mundo. Si manipulamos los pensamientos, coartamos la energía, agotamos un recurso que tendría que fluir naturalmente. 
 La naturaleza de la neurosis en términos algo mundanos (o míos), está en un divorcio mal logrado entre las representaciones y su componente afectivo. Me pregunto entonces si, en ese bache oscuro que tramita sin tramitar, no estaremos relegando la energía. 
 ¿Cuál es el resultado? Pensamos mucho e interactuamos con energía que subestimamos sin siquiera darnos cuenta. Sufrimos en pensamientos estandarizados que marcan caminos que tal vez distan de lo que queremos. 
 Perdemos de vista el componente energético de los pensamientos. Ese componente que nos predispone a actuar lo que pensamos y que, increíblemente, es capaz de transformarlo. 
 Pienso en todas las historias fallidas que me han compartido y empiezo a pensarlas en función a este nuevo esquema. ¿No será que fallan los vínculos que se quedan en el componente del pensamiento? No por poder pensar juntos, o compartir criterios; pero por solo pensarnos como el uno para el otro. Por forzarnos como uno para el otro en función a un check list.
 Vamos a un caso de estudio. Hace poco me junté a hablar con una gran amiga que no veía hacía mucho. Desde que la conozco, hay una historia que la acompaña a lo lejos y, por alguna razón, siempre nos ocupa. 
 Cuando nos cruzamos por primera vez; me di cuenta que estaba enamorada de alguien que, ella pensaba, había cortado de su vida. "No podemos estar juntos". Esa es la frase clisé que escuché centenar de veces cual disco rayado "Vive en la esquina de tu casa, no está en la India salvando el mundo. No entiendo. Claramente ocupa parte de vos, sino estaríamos hablando de Gran Hermano y no de él".
 "No puedo", "No quiero", "Si yo pienso...". Frases que determinan el final de historias más actuales de lo que creemos. Si nuestro pensamiento fuera cierto, estas historias tendrían que caer cual síntoma en análisis. Pero no caen. ¿Por qué?
 Me confiesa que se están volviendo a ver después de años de vivir en una novela de Verónica Castro y pienso. Pienso en la energía. La conexión del afecto y el pensamiento. Esa conexión transformadora donde, no se trata de dejar de pensar, se trata de que los encuentros de componentes, nos transforman. 
 "No estoy pensando. No sé qué va a pasar y estoy contenta". 
 La disociación del afecto y la representación tiene tiempo de caducidad. Cuando una defensa deja de sernos útil, nos empieza a generar incomodidad. El incómodo, sufre. 
 ¿No se trata entonces de pensar por qué pensamos como pensamos, para poder entender qué energía estamos poniendo en juego?
 "El alma solo entiende de emoción". No está disociada del pensamiento, llega a través del afecto a la cabeza. Y entonces me pregunto si, para entender los vínculos; no habrá que entender la energía, la emoción, el afecto que un otro nos provoca. 
 Y empiezo a pensar que, tal vez, las mejores historias son aquellas donde no entendemos por qué nos atraemos. Nos conectamos desde lo afectivo, para transformar los pensamientos. ¿Por qué? Porque somos pensamiento y energía. Porque el alma solo entiende de emoción.




 






miércoles, 25 de mayo de 2016

Vamos a dejarnos de jugar con sentimientos...

 Hace ya varias semanas que mi psicoanalista y yo hablamos de nuestro recorrido. Repasando mi cancherismo al casi jurarle que no me iba a ver llorar, mientras devolvía su caja de carilinas al estante de ese mueble que no combina con nada del consultorio. 
 Yo me acuerdo qué tenía puesto cuando  nos conocimos, ella se acuerda de todo lo no dicho que me hizo sacar de ese estante descolocado. Las dos coincidimos en que a veces los repliegues tienen que ver con temporalidades distintas. 
 Mientras acaricio a su caniche recién pelado, mi fiel compañero de diván, me confieso. "Empiezo a pensar que lo más difícil de los vínculos es el timing". Y le explico, dispositivo psicoanalítico aparte, que es muy complicado estar en sintonía. 
 Ella espera desde hace más de tres años que yo pida las carilinas y yo, recién ahora, empiezo a verlas en escena. 
 Es como ese jean que te entra ahora, pero no querés usar; enfrentado contra el otro que no te pasa por una pierna y deseás más que nada. Son tiempos e intenciones desfasadas.
 Me suelto el pelo, bajo al caniche del diván, ubico el tapado sobre los volados de mi pollera y me paro. Me acomodo el collar y pienso. Pienso en todas esas relaciones que no funcionaron por estar en páginas diferentes. 
 ¿Entonces? Decido cambiar el curso de la historia, volviendo a Megatlón después de un mes (o más) de silencio de radio. Porque aceptar una promesa que no vamos a cumplir, es jugar con sentimientos. O, en este caso, con mi VISA. 
 Mi profesora de stretching es como Voldemort combinada con Magneto. Te hace conocer músculos que ni sabías que existían, te hace pensarlo dos veces antes de abandonar un ejercicio extenuante a la mitad y te nombra por el color de tu outfit (Yo soy "Fucsia", pero también está "El de Gris" y "Vos, la camuflada").
 "¿Estás sufriendo? Si no lo sentís, no estás haciéndolo bien". ¿Es mi profesora de stretching o Cupido? Quiero sentirme bien con mi Superyó, no unirme al Cirque Du Soleil. Mi nariz no puede ir más allá de mis rodillas, no si quiero seguir caminando al menos. 
 No me preocupa, es un trabajo de equipo. El de gris está por llorar y la camuflada agarró su cartera cuando nadie miraba. Estamos todos juntos en esto.
 "Si no lo sentís, no estás haciéndolo bien". Como motivación gimnástica (Sí, el stretching ES gimnasia), deja mucho que desear. Pero, como enseñanza de vida, su filosofía es muy interesante. 
 Y hoy, 24 horas después, mientras asumo que tengo 30 años y cocino con una copa de vino; recapitulo mientras escucho el relato de cita de alguien más.
 Empecemos por aclarar que hay tres posibles resultados para una salida: A) Te encantó, B) No te gustó/Lo odiaste/Que te trague la tierra, C) No te provocó NADA.
 Por A y por B, la historia es diferente. Es en C donde entra la enseñanza de vida de mi profesora de elongación. 
 "¿Cómo te fue?". "Bien. Pero nada, no me disgusta ni me gusta". OK. Es como una remera blanca básica; o esa canción de Luis Miguel que no le devolvió el éxito, pero nadie criticó. 
 ¿Cómo puede ser que alguien no te provoque nada? Puede ser, no teman. Las preguntas esenciales son: ¿No te provocó nada porque son un cero en compatibilidad? O ¿No te provocó nada porque estabas haciendo mal el ejercicio?
 He aquí donde timing y el mal ejercicio se asocian. Porque, cuando alguien no te genera nada de nada, no estás en el momento. Si no estás sintiendo, estás haciéndolo mal (Según Voldemort). 
 Hace tiempo tuve una charla de feedback/update/máquina del tiempo; con alguien que conocí. Cumplía con dos cualidades esenciales para mi en cualquier ser humano: Gracioso e inteligente; pero no me provocó nada. Lo único en lo que podía pensar en ese momento era en mi romance incipiente y apasionado con Netflix y mi adicción, hoy superada, al mantecol. 
 A veces, hacemos mal el ejercicio, y no sentimos nada. Mi profesora de stretching, dice que es porque no estamos sufriendo. Yo digo que, los músculos, necesitan tiempo. 
 Cuando sentimos, no hay tiempo de dudar, hay que hacer bien el ejercicio. Hoy alguien se angustia, porque no siente nada; yo siento que no está mal ser fiel a esto  y no jugar con sentimientos. 
 Todos se preguntan en cierto momento si, alguna vez, alguien (más) les va a gustar. Yo siempre respondo que sí; cuando superen su romance con "Netflix", van a volver a sentir.











martes, 10 de mayo de 2016

A public affair...

 Diez horas y media de trabajo, un chico en el colectivo usando remera con capucha, un mal día para mi pelo, una tortilla de papa y CERO coca light. 
 Cual Lindsay Lohan en rehab, llego a casa pensando en que esta es una buena semana para hidratarme solo con agua. Pero no. Me entero que una chica empapeló Palermo con un Tinder y, no puedo evitarlo, necesito Coca Cola. 
 ¿Saben qué pienso? Pienso que esta chica confundió un barrio de CABA con el reino de la Cenicienta. En el 2016, no tenés chances de ubicar a una chica a través de un zapato. Todas entramos en un talle 37. Menos que menos, vas a encontrar a Tinder por un folleto. 
 No se confundan, probablemente la llame. Pero ella va a tener que cambiar el celu antes de ese momento, por la cantidad de mensajes que va a recibir. 
 Prejuicios a un lado, estoy con la causa de fondo. Estoy con la causa porque descubrí que, después de todo, soy una romántica. Pero  también pienso que a esta "jugadora", le faltó un poquito de aguante de su equipo. 
 Soy la primera en decirles que, si les gusta y tienen ganas, manden mensaje. Estoy 100% comprometida con la meta y nunca voy a prohibirles ir a Zara por una primera cita. Si me encuentran en un buen día, seguro hasta justifique uno que otro "visto" y nunca voy a dudar en asesorarlas sobre cuáles son sus mejores anécdotas y qué color les queda mejor. 
 ¿Por qué? Porque eso  hace un jugador en equipo. Ahora bien, también siento que es mi obligación disuadirlas de comprometerse en cualquier tipo de pasacalles, cartel abrillantado, panfleto o banner por un período de 12 meses...o toda la vida. 
 Y no se trata solo de la falta de seguridad en que el mensaje llegue al destinatario. Porque, seamos honestas, incluso cara a cara el mensaje podría no llegar. ¿O no es ese el encanto de la interpretación? Se trata del trasfondo de estos pedacitos de papel pegados con engrudo por un barrio pintoresco de Buenos Aires. 
 Seamos realistas. ¿Qué tantos medios virtuales tuviste que haber agotado para recurrir a un papel y un print de pantalla en este milenio? ¿Por cuántos canales te tiene que haber bloqueado esta persona para que el único contacto sobreviviente sea en la superficie de un poste de luz? Y; si no tenés su whatsapp, su facebook, su mail, la casilla postal de su abuela, su fotolog, su icq, su messenger; ¿No será una clara señal de "Abort Mission"?
 Ahora bien, sos la típica amiga psycho que lo quiere contactar igual (todos los grupos necesitan esa amiga), te apoyo. Cualquier ecuación puede ser resuelta con tres datos, no importan las incógnitas (Campeón de las olimpíadas matemáticas, no opines).
 Tres datos y conseguimos lo que quieras. Su veraz, el nombre de su mascota, su tipo de sangre y qué comió al mediodía. Su mail, su celular, su CUIL. ¿Hacía falta gastar plasticola? ¿Era necesaria la contaminación visual?
 Se me ocurre lo siguiente: No tenías tres datos. Y, si no tenías tres datos, tal vez era porque este hombre...no quería ser cortejado por vos. 
 He aquí otro gran problema del amor en la sobredosis de la tecnología. No te dan ni tres datos, y ya inventaste una historia digna de un libro de Nicholas Sparks. Suena música en tu cabeza, tus ideas se mezclan sin ninguna necesidad de alcohol y volcás todos tus dotes artísticos a un panfleto hecho en Paint. 
 Querida amiga: Yo no sé qué le dijiste a este hombre, pero no existe la vuelta atrás del bloqueo. Es como la Fatality del 2016, es el fin del juego virtual. Pero te propongo que no sufras. 
 Tu próximo amor te va a dar, mínimamente, su número fijo antes de que pase un mes. Definitivamente no te va a bloquear y te va a decir su apellido o el nombre de su perro. No va a haber ecuación porque, si algo aprendimos después de tanto research, es que si el hombre te quiere ver, te va a ver. 
 Espero de corazón que este acto de "amor público" sea resarcido, para evitarle muchas sesiones de terapia a nuestra amiga de los folletos. Pero lo que de verdad quiero es que aprendamos a identificar esos sentimientos que no nos hacen bien porque, cada vez que suben folletos, muere un árbol y un hombre más en el mundo usa capucha. 










lunes, 21 de marzo de 2016

It´s OK...I can sleep at night.

 "Ella es la clase de mujer que entra a un local, y sabe lo que quiere. Lo agarra, lo prueba, lo paga, lo lleva. Así te describo yo". Y, en la frase más superficial y atinada de mi año, me siento vacía y halagada a la vez. 
 Pero es verdad. Soy expeditiva en el shopping, no como ensalada y sé lo que quiero cuando lo veo. Siempre tengo un plan B, doy opciones de colores y, si no me gusta, lo cambio. Me doy cuenta entonces: Soy presa cruda de la frustración de los compradores indecisos. 
 "Lo agarra, lo prueba, lo paga, lo lleva". Si solo eso funcionara fuera del mundo de Visa y MasterCard.  
 "Sé lo que quiero hacer, pero me abro a debate y dejo que veten mi moción. Necesito que me habilites opciones. Estoy en el local y sé lo que quiero; pero un día no está mi talle, el otro no anda el posnet y después quieren que espere al día de las 12 cuotas". 
 Y es que me guío por el folleto que todavía no escribí: "Cómo comprar en Miami sin morir en el intento". A) Si lo ves y no te encanta, dejalo. B) Lo mirás y te ves usándolo, sale menos de 20 dólares y combina con dos items de tu placard, llevalo. C) Te encandila y sabés que no vas a poder dormir pensando en que lo dejaste en una percha para que alguien más lo use; pagalo  hasta 100 dólares. 
 ¿Cómo llevar estas enseñanzas de vida a los vínculos de carne y hueso? "A" queda igual, es como ese cardiólogo que no paraba de hablar de sus convenciones. Lo ves, no te encanta, lo dejas. "B" es la asignación semanal con  fecha de caducidad. Pero "C", ¿Cómo queda "C"?
 "Ese es el problema. Cuando yo sé lo que quiero, mi mente elucubra hasta cuando duermo. ¿Estoy muy orientada a objetivos?".  Y ella no sabe de lo que hablo, porque no psicoanaliza por competencias. Damn it. 
 "Bueno, salgo de la corpo y te explico. Recibo un mensaje a la 1 AM y duermo como un ángel. Me invitan a salir con SIETE días de anticipación, y ni siquiera pienso en qué me voy a poner. Me preguntan qué estoy haciendo y les digo la verdad: Estoy en short y remera comiendo mi tercera Tita. ¿Sabes por qué? Porque ellos en el local, no son lo que yo me quiero llevar". 
 Ella comprueba por qué no estamos ni cerca de terminar este análisis milenario y yo me pregunto dos cosas. A) ¿Estoy comiendo demasiadas Titas? B) ¿Estoy siendo "eclipsada" por un jogging disfrazado de lentejuelas?
 Me abro a debate, dejo que veten mi moción y me pregunto si me estoy equivocando. Me pregunto si estoy ante un caso de "Sweater Mono" versión 2016. 
 Corría el año 2012, pleno local de Paula Cahen D´anvers; ahí estábamos los dos: El sweater mono y yo. Había algo en el abrigo que no me super convencía, pero sabía que no iba a poder dormir si nos separábamos. Abrí el mono a moción de un tercero y así nació su nombre. "Pareces un mono". 
 ¿Por qué dejé ir al sweater mono? Cumplía la regla "C" de mi folleto de cómo no morir en el intento. Estamos en el 2016 y sigo pensando en todos los outfits de los que podría ser parte. Me abrí a debate, y perdí mi esencia. Me dejé asesorar por alguien que tenía más de un jogging, y me perdí a mi.
 Pero ¿Es este un caso de abrigo de simio o es una jogginet camuflada? ¿Es una A o una C en el folleto?¿Estoy por cometer un nuevo error?
 "Me parece que el mensaje de la 1AM lo merecías", dice ella cambiando de tema. "Sí, definitivamente. Pero ¿por qué no me importa? ¿Por qué pude dormir a la noche? ¿Por qué está todo bien? Es un Sweater Mono L". 
 "Está ganando tiempo V. ¿Para qué? No sabemos. Vos usá tu tiempo, no lo guardes". Compruebo una vez más que esta mujer es muy inteligente para mi neurosis. Pero, tiene razón. Cenicienta tuvo que ponerse algo para ir al baile, no esperó a que Kosiuko se dignara a traer su talle.  
 Es desencuentro, tras desencuentro. Dejé ir al que podría haber sido mi sweater preferido por mucho tiempo allá lejos en el 2012 y estuvo bien, pude dormir. Mal al principio, pero pude. 
 Me suelto el pelo y agarro mi cartera. Acaricio al intento de caniche toy que me acompaña al consultorio cada sesión y me paro. Me paro pensando en si el destino de este sweater es otro golpe en mi puerta dentro de cuatro meses. Pero me voy sabiendo que está bien, porque puedo dormir a la noche. 







domingo, 20 de marzo de 2016

The best you never had.



 "Karma: Generalmente el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, o de causa y efecto". Gracias Wikipedia. 
 Estuve todo el día pensando en el karma. En el imaginario social; suele relacionarse con recibir lo que damos, como si todo volviera. Lo cual implica que estoy condenada porque, si el contador empezó a correr en sala verde cuando rechacé el bon o bon de ese chico, o en séptimo grado cuando rompí la carta de aquél otro en su cara; nada bueno está en camino.
 ¿Funciona así? ¿Tiene razón Justin Timberlake? ¿Lo que va, vuelve? Porque quiero dejar asentado que de mi parte fueron muchos tapados a caridad, y nada de eso volvió todavía. 
 Estuve un rato largo sentada, preguntándome si fui, o no, rechazada sutilmente por alguien. Estuve un rato largo sentada, solo para darme cuenta de que estoy en un ciclo sin fin. ¿Por qué? Porque hace semanas que yo rechazo sutilmente a alguien más. ¿Es esto el karma?
 Empecé la semana armonizada, pudiendo ponerle un freno a una situación que me controlaba. Coraje, texto, paz, almohada. Libre de pensamientos y dispuesta a dormir, mi celular nuevo lanzó un sonido desconocido para mi. Era el sonido del pasado, de un mensaje que llegó algunos meses tarde. No lo contesté y simplemente me dormí pensando que mis caminos tendrían que tener un cartel advirtiendo a los neuróticos del planeta que yo "Los lunes voy a terapia". 
 Entonces; alguien no me contesta a mi, yo no le contesto a alguien más y evado a otro. ¿Es eso el karma? ¿Se me destiñó mi remera preferida por criticar el sweater de llama del chico hippie? ¿Dormí mal toda la semana por desearle insomnio a alguien más? ¿Me salió un granito por desear el pelo de Jennifer Lopez?
 Y entramos en el círculo del karma. No me encanté hace dos años, y me intrigo hoy. Desapareciste hace cuatro meses, y resucitás un lunes a la 1 AM. Me buscaste por un mes, y de repente somos amigos virtuales. Te escribo los domingos, y no puedo decirte que sí a ninguna salida ningún día. Solo falta que me invite a salir mi amor imposible de los 17 años para realmente creer que, esto, es el karma. 
 ¿Es karma o desencuentros? ¿Apretamos pausa porque todos estamos en duda sobre si el círculo va a caer donde esperamos? ¿Es karma o indecisión? ¿Nos retrasamos porque lo complicado es más fácil?
 Y en el postergar, nos perdemos de saber si esto es lo mejor que podríamos tener. Nos sometemos emocionalmente a esta regla cósmica de las vueltas de la vida. 
 Así es como un lunes a la 1 AM, después de intentar resolver una no historia ya de por sí bastante compleja, tengo que escuchar a mi celular disparar un agudo del pasado. Y esperando abrir una Sale Alert de Hunter rojas, encontrarme con una declaración de madrugada de alguien que llega algo tarde a escena. 
 ¿Así funciona el karma? ¿Como historias que se desenvuelven en temporalidades paralelas? Y saturada de estímulos por un día, me río y apago mi celular. Lo apago por esas decisiones que llegan muy tarde, por esos mensajes que son tan poco claros y porque, ni siquiera, se trata de venganza. Se trata de no hacernos sentir mal, cuando sabemos que esto podría ser lo mejor que nunca tuvimos. Se trata de que simplemente ya no me importa contestar. 
 Y me pregunto si el karma va a actuar también en esta historia que me ocupa. Si alguien más va a darse cuenta de que, tal vez, somos lo mejor que nunca vamos a tener, por retrasarnos. ¿No los pone tristes? Nos dejamos pasar, nos marcamos, sin saber si somos lo mejor que nunca vamos a tener. Y empiezo a preguntarme, si vamos a vivir para lamentarlo.
  Tal vez, ni siquiera se trata de karma. Por ahí es simplemente aceptar que no somos causa del efecto que buscamos, en el momento que lo queremos.




miércoles, 16 de marzo de 2016

¿Con quién se queda el perro?

 Hace dos semanas charlé con mi psicóloga sobre esas sensaciones que experimentamos a veces fuera de lugar. Esos momentos donde nos angustia alguna pequeñez de alguien que recién conocemos, hacemos planteos fuera de lugar o nos ponemos contentos en dimensiones no congruentes con los hechos.
 Extraños te mandan un mensaje de texto y te late el corazón, ni siquiera pasaste por Zara y sentis adrenalina. Se cancela un encuentro y comés una bolsa entera de M&M´s, vas a la peluquería o llenás un carrito de H&M online. Sensaciones fuera de lugar y dimensión.
 Son sensaciones que desconocemos en los acontecimientos y no sabemos de dónde vienen. Y sé que no me pasa solo a mi. ¿Cuántas veces se enojó con ustedes alguien por algo explicable y totalmente injustificado? ¿Cuántas otras se pusieron mal por algo que les dijo una persona que apenas están descifrando si les importa?
 En el 2014 me crucé con un ex novio de antaño. Ahí iba yo, con mis auriculares fucsia y mi pollera estampada, caminando por Avenida Santa Fe. Llegando a la esquina, él me tocó el hombro. Personaje salido de mi inconciente, ya adulto, padre de familia, gerente en alguna empresa. Charla de cinco minutos, cerrada con el clásico "Qué lindo verte, que estés muy bien". Cada uno a su camino. 
 Salía yo de una relación larga y estaba en alguno de los mil quinientos pasos de la rehabilitación emocional de una historia de casi siete años de construcción. Y, en el paso 584; me di cuenta de que con este personaje del pasado, en una Avenida sumamente transitada, nos habíamos vuelto extraños muy cordiales. Volví a ponerme los auriculares y empecé a pensar que no sentía nada. 
 No sentía nada por alguien que, en algún momento me había hecho sentir algo. "¿Esto me va a pasar también en algún momento con esta historia?", le pregunté en ese momento a mi psicoanalista. "No lo sé, es una historia diferente...y larga".
 Dos años después de ese encuentro, pienso que tampoco siento nada por aquél intento de "The Notebook" de la vida real. Sí, sueño con Rottweilers y me sé alguna canción de Cerati, sin embargo la emoción dejó lugar solo a identificaciones del otro. ¿Dónde están los sentimientos?
 Pero la semana pasada estuve pensando. Estuve pensando sobre esas sensaciones fuera de lugar. ¿De dónde vienen? ¿Vienen de esos intentos de historias? ¿Se vuelven a editar esos momentos que nos movilizaron, por estos que nos mueven ahora? 
 Este es el precio de ser extraños muy cordiales. Otros terminan siendo objeto de nuestras emociones huérfanas. Se trata de entender que, a veces, el otro no nos está hablando a nosotros. Y ahí nace el "No sos vos, soy yo". Claramente, soy yo. 
 Entonces pienso: "¿Con quién se queda el perro?". Él se va, vos te vas; ¿qué pasa con las emociones?  Yo me quedé los muebles, él los vasos; yo me quedé dueña del placard, él recuperó la potestad de su auto. 
 Pero ¿Qué pasa con las emociones? Porque las historias que fueron, se vuelven a editar, pero ya fueron. No hay nada más importante, que los personajes actuales que mueven y vuelven a mover los sentimientos que se separaron de esas historias. 
 "No se enojó conmigo, se enojó con algo más. Y yo no me abracé a una almohada por él, me abracé por algo más". Lo que vive en el inconciente, no sabe de tiempos, simplemente vive ahí tratando de hacerse escuchar, hablándole a otro, de otro. No puede enraizarse en cualquier lado, se desliza sutilmente por mecanismos astutos en la realidad. 
 A veces nos cruzamos con personajes especiales, que mueven nuestra cabeza. Vaciaste de emociones personajes caducos, para movilizarte por nuevas figuritas. Estos encuentros son oportunidades, de entender mejor de dónde vienen esas sensaciones que aparecen "fuera de lugar". Son también oportunidades, de construir nuevas. 
 Pero si él se va, y vos te vas; ¿con quién se quedan estos sentimientos desprendidos e ilegibles? Empiezo a pensar que elaborar historias, se trata de construir nuevas. Tal vez tenga que ver con querer leer estos sentimientos salvajes de las partes y obligarlos a reconectarse, para transformarse. 
 Pero si él se va, y vos te vas, ¿con quién se queda el perro?







lunes, 14 de marzo de 2016

Si sobrevivir, fue como morir.

 Los lunes se tratan de supervivencia, salvo dos excepciones. A) Estás de vacaciones, B) Es tu cumple. No estaría siendo el caso, por lo que básicamente me dediqué a transitarlo. 
 Me tocó compartir muchos silencios a la mañana con un extraño. Los silencios no son mi fuerte, así que me dediqué a hacer bastantes preguntas. Veintidós años de matrimonio, tres hijos, un perro, una casa, caminatas en la isla y un velero. 
 Le cambié café y mi cara de dormida a este desconocido, por su historia de amor. 
 "No había celular, no había internet, no había nada. Por las vueltas de la vida me tocó atender el teléfono". Hablaron por un año, cada vez más y más. No le había visto la cara, pero sabía que quería conocerla. Dejaron de hablar por un año, y un día la fue a buscar a su trabajo. Buscó un teléfono público y la llamó. "Estoy abajo, parado adelante de mi Peugeot gris". 
 Me contó que ella se quedó muda en el teléfono. Y una historia de amor, nació del silencio de un teléfono público en pleno microcentro. 
 Le di las gracias por contarme la historia, quedando como una psicótica que recolecta retazos de amor ajeno. Pero alegró mi día. Porque este extraño del amor, sin darse cuenta, me hizo dar cuenta que las ganas alcanzan para muchas cosas. 
 Porque digo; corría 1994, el chico no tenía celular, no había Facebook, no podías googlear el CUIT de la empresa y ni siquiera había research previo para saber si la mujer era linda. Si eso no es jugarse con todo a lo Cris Morena, entonces ¿qué es?
 Soy la psicótica que le dio las gracias, por el simple hecho de que ya no existe gente como él. La vida en la tecnología se trata de exceso de oferta y baja demanda; de malentendidos, de distorsiones y dilatación. Se trata de preconceptos sobre el otro y sus reacciones. Pensé que no había nada, ni siquiera las ganas, y él me demostró que hay gente especial. 
 No, no las estoy incitando a recolectar monedas y buscar un público. Entiendo que no hay más, que es imposible conseguir esa cantidad de fichas y que nadie se sabe ningún número de teléfono de memoria. 
 Pero ¿no es lindo? Saber que hay seres que viven historias reales, mientras nosotros armamos outfits en Pinterest. Él se toma una semana de vacaciones en su aniversario, mientras nosotros miramos el teléfono público. Hace el desayuno a la mañana para que ella duerma, cuando yo como una Tita mientras me maquillo. 
 Hoy mientras me peinaba pensaba en que este día no iba a ser de lo mejor. Soñé con un Rottweiler en mi departamento. Un perro que pesa más que yo y mi persona, en un inmueble que araña los dos ambientes. Dos razas con el peor timing de la historia. 
 Pasé al momento de ponerme rimmel en las pestañas y empecé a preguntarme. ¿Son cortas mis pestañas? ¿Está bien desayunar Titas? ¿Por qué sueño con perros asesinos? ¿Qué me quiere decir mi inconciente? ¿Estoy volviéndome loca? 
 No tardé mucho en entender el sueño. Hubo un "Rottweiler" en este departamento. Es difícil vivir en un espacio apretado con un animal diferente. Pero no es eso lo que aprendí de esa historia. Aprendí que las cosas no funcionan cuando ni siquiera están las ganas. 
 "Cuando me levanté pensé en los Rottweilers del mundo. Me hice una trenza y miré mi pelo. Me acordé que sobrevivir, fue como morir para mi. Sobrevivir implica dejar todo estático, como una foto en una galería. Pero el señor extraño con el que no quería pasar mi mañana, me hizo darme cuenta de que hay historias donde uno hace más que sobrevivir". 
 Sí, tuve un momento de sabiduría Jedi en plena terapia. "Lo que él (extraño) hizo, fue motivado por las ganas y el interés. A veces la conquista, vence a la neurosis". Aparentemente mi terapeuta siempre tiene que darle una vuelta a mis reflexiones.
 Me saturo de información que excede mis defensas. Me suelto el pelo y me pongo mi poncho. Paso un mechón de pelo al lado derecho de mi cabeza y agarro mi cartera. "Para mi sobrevivir, fue como morir. Este esbozo situacional me hace acordar al Rottweiler. Y hasta que llegue mi teléfono público, yo sigo en modo supervivencia". 
 Y así es como funciona la terapia. El inconciente se abre y se cierra eternamente. Avanzamos y retrocedemos, solamente nos encontramos si hay intención. Sino, no queda nada, ni siquiera las ganas. 





lunes, 7 de marzo de 2016

You call it love, but still you hate me.

 Últimamente me pregunto cómo algo que te hace sentir bien, puede hacerte también sentir mal. Son las contradicciones de la vida diaria las que rompen la homeostasis que fantásticamente construimos. 
 Comer un kilo de helado puede acercarte al paraíso, pero también a un ataque al hígado. Dormir 12 horas corridas puede reponerte del cansancio, pero también puede darte la peor contractura de tu vida. Renovar tu placard puede hacerte sentir plena por un micro segundo, pero también puede dejarte en bancarrota. 
 "¿Qué es la homeostasis?", me pregunta inocentemente. Como si no me diera cuenta que tiene anotada mi palabra preferida en el cuaderno que lleva mi nombre. ¿No aprobó Biología de 4° grado? Me suelto el pelo y me subo la pollera hasta las rodillas, me adelanto en el diván...e invento.
 "La homeostasis, para mi..." (Siempre es muy importante agregar el "para mi" en estas situaciones) "...es el equilibrio interior. Es el control de lo que te atraviesa. Imaginate un estante lleno de sweaters ordenados por tipo de mangas y color. Ahora imaginate un terremoto y que todo se desordena. ESO es el quiebre de la homeostasis".
 Entonces le explico. Le explico lo fácil que fue transitar dos años con un estante ordenado. Lo simple de rodearme de estímulos que no quisieran alterar eso. Y lo aburrido de vivir sin temblores, sabiendo dónde está cada tipo de sweater.
 El amor para mi, es el terremoto que rompe la homeostasis. Pensé que podía rodearme de ordenadores compulsivos que respetaran cada cosa en su lugar; como si uno pudiera ser dueño del placard. Pero no puedo, eso solo funciona en un esquema de jueves. 
 Me ato el pelo y vuelvo mi espalda contra la pared, después de una confesión digna de Jane Austen. Ella deletrea la palabra "amor" en su librito, porque aparentemente es la primera vez que nos permito nombrarla. 
 Como si las margaritas del viernes hubieran hecho efecto hoy lunes, sigo con mis confesiones: "Hablo de la doble cara del amor. Me abracé a una almohada, no sé si entendés. ¿Qué hago abrazándome a una almohada? Faltaba Celine Dion cantando acapella nada más". Y nos reímos porque, si no nos reímos de estas situaciones, ¿qué nos queda?
  El tema es que, no importa qué tanto te esmeres en mantener ordenado el estante, es imposible. Podés ser una compulsiva de la categorización, un acoplado hermético o estar en el nivel 84 de meditación; pero sigue siendo imposible. Los sismos, son inevitables. No hay nada que puedas hacer, para salvarte. 
 De la calma al terremoto. Del placard ordenado, a un conventillo de blazers apilado en mi cama. De la coca light, a 3 litros de agua mineral. De una mini torre de toblerones, a una pera. Me desconozco. 
 "En el (en)amor(amiento) es imposible no sentirse mal. Esto es una orquesta de los hilos de nuestras neurosis. Suena bien y mal al mismo tiempo. No lo entiendo, y eso que tengo muy buen oído. ¿Me voy? ¿Me quedo? ¿Canto? ¿Me callo? Vos decís que es interés, yo digo que me odia un poquito".
 Aparentemente soy el tipo de persona que quiere intelectualizar todo, y en este terreno del desorden estoy en jaque. No hay pollera, sweater o canción de Celine que guíen mi camino. 
 De la calma al terremoto, y nos desconocemos. Nos malinterpretamos, nos desencontramos, nos perdemos. El (en)amor(amiento) nos ama, pero también nos odia en sus contradicciones. 
 Y, por más que tratemos, el terremoto tiene lo que quiere. Le gana a los jueves, le gana a nuestras convicciones de whatsapp, le gana a nuestra regla de los lunes. Hace que, de alguna forma, el desorden de nuestros estantes, nos re-ordene. Menos mal que exilié algunos sweaters de mi placard. 










miércoles, 2 de marzo de 2016

What do you mean?

 "Es el primero al que le ponés nombre, sin que te lo pregunte". ¿Qué quiere decir eso? Señal de peligro donde ni la había notado. 
 En tres años nunca había notado que no pongo nombre a los hombres en mis sesiones de terapia. "Fernetero, Casamiento, Zafari, Psicoanalista, Religioso, El Economista, El de las telas, El viejo". 
 OK. Aparentemente mi circuito terapéutico es un capítulo del "Código Da Vinci" donde cifro todos los personajes. Entonces, cuando alguien tiene el nombre que figura en su DNI, cobra algún valor agregado que lo hace cotizar en bolsa. 
 Inspiro, me elevo en el diván, ato todo el pelo en un rodete XL en mi coronilla, miro la pared, la miro a ella. Y le pregunto. "¿Qué querés decir? Se llama X. Pero mirá que sí le puse apodos, solamente que a vos te dije su nombre real". 
 En realidad, ni importa lo que quiso decir, porque lo dijo. Ya no hay vuelta atrás en mi mente. Soy una apodadora. 
 Y entonces pienso retrospectivamente. ¿Cuándo dejé de llamar a las personas por su nombre? O, peor aún ¿cuándo lo trasladé también a las historias de mis amigos? Soy una apodadora. 
 Si tienen nombres lindos, ¿por qué los circunscribo a nicknames? ¿Es un mecanismo de defensa? ¿Es desinterés? ¿Es por confidencialidad de la información? ¿Es por boba?
 "Bueno, pensemos qué significa que este personaje tenga su nombre de verdad". 
 ¿Por qué le pago a alguien para que me haga pensar? Tendría que estar pagando a una vidente que arme el rompecabezas de mi neurosis. Pero no, yo pago al que lee el significado de que un personaje entre en el libro con su nombre real y me hace maquinar tres días seguidos. 
 "No puedo pensar. Decímelo". "Nos vemos la semana que viene Victoria". Me suelto el pelo y me voy. 
 Entonces; soy una apodadora, pero llevé a alguien sin disfraz a plena terapia. Mi psiquis me hace cuestionar por qué apodo; pero, en realidad, tendría que estar preguntándome por qué a este personaje no lo apodé. 
 No lo apodé porque es una incógnita, Porque para apodar, tengo que poder reducirlo a algo y no puedo. No lo apodé porque es como los pantalones pescadores. No entiendo cómo usarlos, no entiendo qué quieren transmitir o decir. No entiendo sus pretensiones en el mundo de la moda. No estoy segura de que me gusten, o de que no me gusten. Aparecen cuando no los espero, y no hay en ningún lado cuando los busco. 
 ¿Saben qué pasa con este tipo de pantalones? Estos pantalones sin etiqueta, tan difíciles de rastrear, tan poco favorables visualmente para piernas que no miden dos metros; nos hacen hacer cosas. Y de repente estás en plena calle Santa Fe, preguntando en Fujimoda cuándo van a estar en tu talle. Estás buscándolos por Flores, haciendo una campaña de investigación en Mercado Libre o recorriendo ferias. 
 Cortás jeans de etiqueta, los tratás de achicar con lavados, doblas tres veces la botamanga; pero no es lo mismo. No es como todo el resto del placard, no te deja dormir tranquila a la noche. Y te preguntás qué quieren de vos estos pantalones que ni siquiera estás segura de poder usar con estilo. 
 No lo apodo porque no lo entiendo. Es una  incógnita. No entiendo qué quiere de mi, no entiendo qué no quiere de mi, ni siquiera me acuerdo su cara y no sé cómo camina. No sé qué opina de la coca light, no sé si mata arañas, si entiende Lacan, si sabe nadar o si puede estacionar. No sé si sabe las reglas gramaticales, si ronca, si canta en la ducha o si es capaz de tolerar al menos una canción de mi etapa Justin Bieber. No sé si escucha música en el subte, si es un roba sábanas, si sabe combinar colores o si es capaz de cocinar sin tomate. 
 No lo apodo porque es un pescador. Esa va a ser mi respuesta en mi próxima sesión de terapia. Tenía un apodo, y lo perdió cuando me desconcertó. Ahora no sé cómo apodarlo, porque no lo entiendo. Entonces lo llamo por su nombre. Supongo que, eventualmente, su nombre dirá mucho más que mis apodos. 
 Lo increíble de todo esto, es que no creo que se juegue solo en mis escenarios. Debe haber miles de apodos resonando en consultorios ajenos. Algunos deben hasta ser para nosotros. Y, en algún lugar del mundo, en algún momento; seguramente también visite nuestro nombre propio esos lugares. Porque ustedes también son el pescador para alguien más. 















jueves, 11 de febrero de 2016

You should go and love yourself.

 Después de once horas de trabajo, preguntándome cuántas de ellas fueron realmente productivas; mi cabeza terminó divagando, como de costumbre. Y empecé a preguntarme. Empecé a preguntarme sobre este concepto del/a pibito/a de los jueves. 
 El pibito de los jueves ¿Es ese chico que no presentaríamos a nuestros papás? ¿Es ese hombre que mamá no querría y nuestros perros morderían? ¿Es un amor no platónico o una aventura? ¿Es un paliativo semanal?
 La pibita de los jueves ¿Es esa chica que tu hermana odiaría?  ¿Es esa mujer que querés alejar de tus amigos y definitivamente no tendrías en Facebook? ¿Es la Barbie que nunca te prestaron?
 Y entonces me di cuenta de que mi mejor amigo, por una vez en nuestra historia, tenía razón. No es alguien más que nos pone en un día, somos nosotros los que nos rotulamos ahí. Me pregunto por qué. 
 Es "el pibito" porque no hay chances de que a mis amigas les caiga bien. No hay forma de que mis caniches bailen su canción para él y tampoco es posible que nos pongamos de acuerdo en una idea. Soy la pibita porque, cuando habla, mi mente se va a la vidriera que pasé a las 7 de la tarde volviendo a casa. 
 Es el pibito porque prefiere leer un libro de Heidegger a escuchar mis historias sobre cómo remolcaron mi auto en San Francisco. Porque no se acuerda que mi mancha del cuello no es de nacimiento, sino de mi primera sobre exposición al sol hace 23 años. Soy la pibita porque tengo una nota en el celular con su apellido para no olvidármelo. Porque nunca me acuerdo a dónde o cuándo se va de vacaciones y porque ni siquiera es Heidegger lo que está leyendo. 
 Somos la pibita porque él es el pibito. Es el pibito, porque somos la pibita. Entonces me pregunto el por qué de esta mecánica narcisista y carnal. 
 Cuando trato de humanizarme, investigo y hago planes, él está en pibito. Cuando él trata de humanizarme y se acuerda de cocinar sin tomate, me pongo en pibita. ¿Somos los pibitos gente que no se encuentra en una dinámica semanal paliativa?
 Para él, sos un parade de collares. Se acuerda de tus vestidos, pero no de que vas a terapia los lunes. Para vos, él es un esnob con cuerpo de corredor. Te acordás de su camisa a cuadrillé, pero no de sus clases de los viernes. 
 Y cuando no es jueves, no se acuerdan. El chat pasa al fondo de tus 22 conversaciones, y tenés que traer su nombre de las catacumbas de tu inconciente. Tenés que desempolvarlo y despegarlo de al lado de la letra de alguna canción de Cris Morena de 1993. 
 Si no es "jueves", no existen. Esa es la dinámica de los pibitos. Es como un ibuprofeno, sirve solo cuando te duele la cabeza. 
 Es la deshumanización del vínculo. Si no pensás en él más allá del jueves, ¿Qué significa? ¿Por qué prolongar el vínculo paliativo de los jueves?
 Los pibitos, no somos mitad y mitad. Somos uno y uno. El otro sirve para acompañar el amor a nosotros mismos. Es el tipo de relación donde lo que querés es el espectador de tu parade de collares. La dinámica donde él solo quiere que alguien mire su cuerpo de atleta y vea sus libros intelectuales abiertos en su escritorio perfectamente ordenado. 
 Pero los vínculos deshumanizados, tienen fecha de caducidad. Es como ese collar que era tu preferido en el 2015. Un día te despertás y ya no lo querés usar. No combina con nada, ya lo viste entero y te pesa. Queda tirado en un cajón, al final de Whatsapp, al fondo de una bolsa. Queda para que alguien más lo use, alguien que lo vea como más que un accesorio y que lo pueda usar los sábados. 
 Y un día te levantás, es jueves, transitás tu día de 11 horas. Él se levanta, circula su día de 8 horas. Se levantan y se olvidan que es jueves. Porque, por alguna razón, están mejor durmiendo solos. 
 El pibito y la pibita. Les encanta cómo se ven pero, en el fondo, solo quieren amarse a ellos mismos. La funcionalidad de los jueves, disfuncional el resto de la semana. 
 Ese pibito que no le gustaría a tu mamá, que ama a todos. Esa pibita que odiaría tu hermana porque nunca repite collar. Reducidos a un día donde insistimos en jugar a entendernos por un rato, para encontrar lo que cada uno busca.  
 Y un día, es jueves y no somos más la pibita. Porque vos definís ese lugar. Cae la pibita, desaparece el pibito. Porque si después de 11 horas de trabajo, no queremos vernos; no hay mucho más que entender. Solo hay que aceptar que, si me gusto tanto a mí misma, tendría que amarme yo misma. Y, si te encanta tanto lo que te encanta, tendrías que salir con vos mismo. 
 Llega otro jueves y te das cuenta. Te das cuenta de que, después de 11 horas de trabajo, pensás en alguien...y no es un pibito. Que el pibito, se ame a si mismo...total se ama.





lunes, 8 de febrero de 2016

Yo tenía otro plan, una historia mejor...

 A veces me sorprendo con lo rápido que pueden cambiar las cosas. Desde mi estructura, todo cae en casilleros que se unen para conformar planes. Por cada viaje, hay un Excel con solapas infinitas. No siempre están completas, pero la intención es lo que vale. ¿No? Gastos, fechas, día a día, outfits. Listas infinitas, la vida en solapas.
 Mis amigas se ríen de mi tendencia a agendar planes en mi celular. De mi necesidad de pedir días y horarios para poder prepararme, o de mi falta de disponibilidad. ¿De mi vida en solapas?
 Me pregunto si, en mi intención de simplificar, complico. Si en mi deseo de ordenar en solapas, escondo parte de los archivos. Tal vez es más fácil destinar a alguien una solapa, que compartir el documento. 
 Y en mi intención de controlar, termino haciendo la vida más difícil. Termino haciendo  research innecesario de obras under que ni siquiera quiero ver. ¿Es eso parte de este plan? 
 "No te puedo leer todavía". Y yo me quedo en blanco, porque en mi mente es tan fácil como mirar un excel. ¿Se supone que sea así de difícil leerse? Entonces me doy cuenta. Me doy cuenta de que esto es más complicado de lo que pensé, cuando vivimos midiéndonos. Y me doy cuenta de que no estuve tratando de leerlo, y definitivamente no quise que me leyera. 
 Tenía todo el fin de semana agendado. Tenía toda la semana organizada: Martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Martes stretching y cena, miércoles research, jueves teatro, viernes cena, sábado y domingo viaje. Pero, contra todo skill de planificación, todo se movió de lugar. 
 "Yo tenía otro plan". "No podés planear todo, no siempre funciona así". Me dijo alguien hace mucho tiempo, en esa época en la que se me borró el Excel sin back up. 
 Así y todo, tenía todo el fin de semana agendado. Una vez más; tenía otro plan y, otra vez, todo se movió. Horas de research en una obra que ni llegué a ver, ningún Excel que me ayude a armar el bolso del finde, el cumplimiento de mi (no)fantasía de ser botinera por un día y una cura de sueño. 
 Los planes cambian, y me pregunto si tengo que dejarlos o abrazarme a mis solapas. Es como cuando vas a Kosiuko por la camisa de flecos que creías necesitar. Llegás y atravesás todo el local en busca de la camisa. Sabés dónde está, sabés cuánto cuesta, sabés el talle.  Atravesás la tienda y ni mirás todo lo demás. ¿Por qué no mirás lo demás? Llegás a la camisa que forma parte de tu plan, y está colgada al lado de otra camisa que brilla. 
 Las encrucijadas de la vida. Pensabas que querías los flecos, pero hay una camisa que brilla. Te gustan los brillos, pero no hay solapa para eso. Vos tenías otro plan, una historia mejor. Una historia con flecos. Sin embargo, no podés dejar de preguntarte qué tiene esa otra camisa de especial. Y te preguntás. Te preguntás si será real o fantasía. Si aferrarte a lo que planeaste, planear de nuevo, o no planear. 
 Tal vez planeamos, para sentirnos seguros. Tal vez por miedo a que, lo que brilla, deje de hacerlo. Por ahí porque es más fácil caminar sin mirar todo el local. 
 El problema de planear, es que rara vez todo encaja donde lo proyectamos. Te probás la camisa de flecos, pero no es como pensaste que iba a ser. Insistís, porque no puede estar mal, es lo que se espera de la temporada. Pero algo no está bien con este plan.
 Los planes no siempre son perfectos cuando se materializan. En cambio, cuando las cosas se mueven, todo encaja. No hay forma de que algo salga mal, si nadie lo imaginó mil veces. Alguien se mueve y los planes se desfiguran; capturándonos en instantes que cambian todo. 
 No es que pretenda simplificar, pero no voy a hacer un Excel de la camisa de brillos. No podemos hacer Excels de casualidades. 
 Hace muchos años acepté un plan que nunca habría aceptado en un millón de años. Terminé en un bar siniestro de algún lugar recóndito de zona Oeste, viendo una banda de rock y mi vida cambió. En ese entonces, vi a alguien por pura casualidad y algo pasó. En ese entonces yo tenía también otro plan, una historia "mejor" (que definitivamente no involucraba un bar en Morón). 
 Nueve años después de mi primera casualidad, ya tendría que haber aprendido. Tendría que saber, que es mitad y mitad...y no controlo el Excel. Y que, aunque tengamos otro plan, no siempre es una historia mejor. 
 Te vi por pura casualidad. Yo tenía otro plan, una historia mejor. Flecos y brillos, menos mal que estamos en liquidación y no hay tantos caminos.






Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...