miércoles, 9 de diciembre de 2015

I can do better than that...

 A veces me pregunto qué transmito a extraños en distintos escenarios sociales. ¿Qué es lo que hace que me quieran regalar confesiones o "lecciones" de vida?
 A los 20 años, mi peluquero me contó a detalle la historia sobre cómo su hijo le contó que había perdido su virginidad. Lo que quiere decir que, en algún lugar de este mundo, transita un ex adolescente con una historia de virilidad deformada por su fantasía; de la cual yo, en plena iluminación, me enteré en su versión original. 
 A los 6 años, consolé a una adolescente que lloraba en el colectivo porque había cortado con su novio. Y, mientras le acariciaba el pelo, ella me regaló una especie de dibujos que le había dado su "ex". Los guardé en mi campera inflable azul por mucho tiempo, preguntándome si habrá podido dejar de llorar por un hombre que, claramente, no tenía futuro artístico. 
 Hace unos meses le di una carilina a un chico que acababan de despedir y sollozaba en pleno microcentro. Hace 8 años, le regalé un agua a una mujer que lloraba en un banco. Un año después, compartí dos horas en el micro más siniestro de mi vida, recorriendo de Sacramento a Reno con una señora que me contó sobre las dificultades de aprendizaje de su hijo. La misma señora me preguntó después por qué era blanca y hablaba tan bien inglés, si era de Argentina. 
 La gente me cuenta cosas, no me piden historias a cambio, no me piden consejos o que nos hagamos trenzas. Supongo que, a veces, es más fácil hablar con un extraño con cara de confiable y un par de oídos en funcionamiento. 
 Hoy tuve un día intenso. Intenso como cualquier cúmulo de 24 horas que bese de cerca un fin de semana de cuatro días. Apenas si me acordaba mi nombre y dos contraseñas, me olvidé cómo era usar zapatos y no estar en bikini. Y cada segundo de mis 9 horas laborales, cobró su peso como minutos eternos. 
 Terminé mi rutina, airosa y con el pelo ya en un rodete. Para variar (literal) fui al super. ¿Por qué variamos? Odio hacer filas con todo mi ser, por lo que opté por hacerme la viva y no hacer la cola express. Porque, en mi mente, iba a ir más rápido atrás de la pareja adulta de la caja 2. ERROR. 
 Formo fila, con mi canasto desordenado de cinco items. Algún astro se apiadó de mi y tuve señal en el celu, por lo que pensé que iba a tener un minuto de ocio. ERROR. 
 No hay ocio de pensamiento en la mente de un neurótico. Hiper permeable a mi entorno, logré escuchar una conversación de la persona que hacía fila atrás mío. 
 "Fue mi gran amor de la adolescencia. Y nos reencontramos, después de mil años. Las vueltas de la vida". "Chica esperanzada" (Tengo que nombrarla de alguna manera), le contaba su historia de amor a alguna conocida del otro lado de la línea. No se veían hacía dos años y estaban haciendo planes para juntarse a intercambiar estos romances resucitados y efervescentes. 
 Me pareció una conversación más que interesante para terminar mi día. Tengo que confesar, que hasta me transmitió su entusiasmo. Claro está, yo no tengo romances adolescentes para resucitar en mi prontuario, pero me gustó su concepto de "Las vueltas de la vida". 
 Y, mientras pensaba, en amores suspendidos, en si pagar con débito de un banco o el otro, en mi pelo, en los reencuentros que nos unen con historias de años, y miraba Instagram; él me habló. 
 "Él", o el "Desesperanzado del amor". Parado adelante mio en la fila, mirándonos de reojo. Lo vi tirar un papel al piso y presté atención a sus zapatos que tenían algo de polvo como si vivieran al fondo del placard y nadie los sacara a pasear. Él, un señor de unos 70 años, despeinado, bien vestido, pero desarreglado de alguna manera. 
 No quería mirar al desesperanzado del amor pero, vislumbró mis oídos, y refunfuñó al compás de cada palabra de su mujer que ponía las compras en la cinta del super. Refunfuñó una, refunfuñó dos, refunfunñó tres; y lo miré. Lo miré con mi mejor cara de "Te escucho". 
 Se me acercó un poquito más, y olí Brahma en su aliento, pero no bajé la mirada. Miró a su mujer, y me miró. "A los 15 años, Cecé, la mamá de uno de mis amigos de esa época me dijo algo. Tenía 8 hijos, y yo le pregunté cómo era estar casado. Casate y verás, me dijo Cecé". 
 OK. Querido Mundo: vengo de una conversación esperanzadora del amor. ¿Hace falta que me hable el grinch de la Brahma? 
 "Muy bueno ¿No? Casate y verás". Creo que lo repitió tres veces. Empecé a preguntarme si A) Estaba tratando de procesarlo él mismo. B) La Brahma en su cerebro le hacía olvidar lo que me decía o C) Me quería pedir matrimonio.
 "Bueno, entiendo que lo viste", le dije mirando con un ojo mi smart phone y con otro su flequillo. Entonces, empezó la catarsis. Treinta y cinco años de matrimonio, ella no lo deja elegir qué comprar. Él quería comprar atún, ella decía que era muy caro. Ella quería pollo, él carne. Él quería Brahma, ella llevaba Busweiser. Ella tenía todo ordenado en su billetera, él no encontraba su tarjeta Cencosud en un bollo de billetes de 100 pesos y algunas tarjetas de negocios. 
 "Treinta y cinco años. Deben ser bodas de algo. Hay bodas de algodón, de plata, de oro. No sé si voy a llegar a las de oro, no lo pienso", refunfuñaba hacia ella otra vez cuando la veía sacar cosas del carrito que él había puesto ahí. 
 "Bueno, son muchos años, algo debes haber visto, que estuvo bueno", le dije volviendo a mi celular. 
 Y la historia sigue, con miradas complíces entre la cajera y la esposa que, entre distintos tonos de rubor, le confesó que era imposible salir con él cuando tomaba. 
 Y ahí estaba yo. Una vez más, embelesada entre historias que extraños me regalan. Atrás, la esperanza del amor que renace de la reminiscencia. Adelante, el grinch del matrimonio con olor a Brahma; tratando de convencerme de que él, en esa  historia, no tenía nada que ver. Porque no podía dejarme con la frase de Cecé (Casate y verás), él quería que viera. 
 Y no pude más que pensar, que a mi me puede ir mejor. Que hay que poner el atún en el carrito, pero conceder al otro la Budweiser. Que las vueltas de la vida, son vueltas, pero que uno se sube o se baja.
 Pensé que cuando Cecé le dijo hace 55 años, "Verás", no hablaba de refunfuñar en un supermercado. Que le quiso decir que son vueltas, donde reconfiguramos permanentemente nuestros sentidos. O, tal vez, le quiso decir que siempre nos puede ir mejor. 
 Y pensé sobre lo que quiero, que no es para nada como eso. Porque no se trata de cortarse el pelo, cambiarse los zapatos o escuchar la misma banda. No se trata de bajar la tapa del inodoro, mirar las noticias, bailar el mismo ritmo o tener los mismos gustos. Se trata de que no refunfuñes sobre lo que el otro saca de vos en la fila del super con una extraña. 
 No se trata de un compromiso de por vida, bajar todas las defensas o presionar. Se trata de pasar la vida pensando en lo que es bueno de uno y del otro. El grinch desesperanzado del amor, veía el atún afuera del changuito, pero no vio que ella llevó Brahma Y Budweiser. 
 A mi me puede ir mejor. Mientras tanto, llevo atún y Stella.  


















miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cuando tu vas...yo vengo de ahí.

 Milenariamente a las mujeres se nos ha asociado a este extraño concepto socialmente compartido que llamamos HISTERIA. Y, mientras Freud se retuerce en su tumba ante la prostitución de esta neurosis que tan maravillosamente supo conceptualizar; yo puedo separar la jerga, del Psicoanálisis. 
 Pero ¿Qué es la histeria como la concebimos mundanamente? Es el sí, que significa no; el no, que esconde un sí. Es la provocación, por provocar; la manipulación, con el fin de confundir. La actitud interesada, con el fin de despertar un deseo en el otro; que no estamos dispuestos a "satisfacer". Y uso comillas, porque el deseo se llena de ilusiones, pero nunca se pierde como motor. Iluso como él solo, se cree colmado por microsegundos, con apenas un roce de sus aristas. 
 La "histérica" en la historia, ajena a cualquier seminario de Lacan, es el encuentro y la fusión perfecta entre la provocación de una vedette y el espíritu de "My little Pony". Es el matrimonio entre el look secretarial de oficina, y las promesas de un día en la Mansión de Playboy. 
 Creíamos que era muy complejo que la estructura mental masculina pudiera constituirse en una neurosis histérica. Ilusas, creímos ser dueñas de la deformación social de este concepto que destrozamos a partir de nuestras conductas de cortejo. 
 Pero NO. Aparentemente en el año 2015, ya ni siquiera somos dueñas de ese rótulo social que el género supo cargar (justa o injustamente). Queríamos equidad e igualdad de condiciones. Logramos votar, usar pantalones, manejar, gerenciar empresas, ser íconos sociales y ganar premios por nuestros logros académicos. Logramos presidencias, pilotear aviones y conducir los premios Oscar. Pero, en el camino, todavía no logramos gobernar la Iglesia o sentirnos seguras en pollera a las 12 de la noche. 
 Peor todavía es esto que descubrimos recientemente en un grupo de investigación sociológica muy serio y académico; interdisciplinario, con una muestra perfectamente recogida de casos altamente analizados. Bueno, truth be told, es un grupo de WhatsApp. Pero lo de interdisciplinario y muestra perfectamente recogida y analizada, es 100% real (Cross my heart). 
 ¿Qué descubrimos? O mejor dicho, ¿con qué nos volvimos a encontrar? En nuestra liberación, hemos perdido el derecho a la histeria. 
 Por años la frase "Sos una histérica", ha estado solo pronunciada en su versión femenina. La incorporamos tanto, que hasta nosotras mismas supimos reconocer aquellas actitudes de "minita", llegando incluso a advertirnos mutuamente para no caer en este clisé constitucional de nuestra hermandad. "No le histeriquees", "No seas histérica", "Sos la Gata Flora". Y sí, su  base constitucional supo ser algo despectiva, pero no todo era malo. 
 No todo era malo porque, con el correr de los años, la equidad intelectual que nos supo ganar tantos lugares, nos ayudó a usar la histeria a nuestro favor. Porque, en todo síntoma, hay una ganancia secundaria. Y, en una veta que besa un poquito la psicopatía; lo que al otro le molesta, puede convertirse en un arma (de doble filo). 
 Entonces aprendimos. Aprendimos que si querían llamar a cierta falta de decisión, intermitencia o coqueteo, "histeria"; podíamos vivir con eso. Aprendimos que las acciones precedieron al concepto, y que la necesidad de conceptuar nació en la eficacia de estos artilugios. 
 Porque les molestaba que apareciéramos y desapareciéramos, porque les gustaba. Porque les gustaba que un no, pudiera estar buscando mayor interés, con el fin de gestar (eventualmente) un sí. Porque les intrigaba la mezcla de vedette, con la pizca de científica y la inocencia de "My Little Pony". 
 Pero, algo que teníamos bien claro, era que estas artimañas eran una estrategia inicial, y NO una forma de ser. Su prolongación en el tiempo, bien sabemos, es poco aconsejable para la salud mental intra e intersubjetivamente hablando. 
 Perdimos la "Histeria", la perdimos. Supongo que fue una cesión de facultades, o tal vez un robo a mano armada. Por ahí, ni nos dimos cuenta, y de a poco empezamos a revelar esta misteriosa magia que heredamos de alguna civilización previa a los Mayas, o de algún grupo de Hechiceras de la edad media, o de algún burdel de mala muerte. 
 Perdimos la "Histeria". Esa es la conclusión de este grupo interdisciplinario tan bien formado y analítico. Perdemos la histeria, perdemos el control. 
 Hombres interesados, mensajes claros y contratos firmados, abren el camino a brotes ciclotímicos por distintas redes sociales que, cual delirio de Schreber, son indescifrables. Hombres afligidos por no saber lo que queremos, desinteresados cuando jugamos a ser lo que su deseo anhela. Hombres que lloran, cuando decimos claramente que no. Que se quejan y patalean, no nos quieren ver más, dan paso a la calma, y vuelven pataleando. 
 Y nos sentimos extirpadas de un derecho. ¿Qué sigue? ¿Vamos a tener que darles flores? ¿Pagar todas las citas? ¿Usar corbata en las fiestas? ¿Aprender a arreglar el motor del auto? De ninguna manera. 
 De nuestros poderes de cortejo, nació este concepto pseudo psicoanalítico (Perdón Freud, te quiero). Y de nosotras va a nacer su versión punto cero. Cuando ellos van, nosotras ya volvimos.  Venimos de ahí, construimos la "histeria". La clave de desarmar un dispositivo, es entender cómo está construida su estructura. 
 No les vamos a dar flores, ni vamos a llorar por sus intermitencias, la falta de claridad o el "no" que reaparece al mes como un "sí", un "tal vez" o una cita a medio definir. No vamos a asumir que hicimos algo mal por no contestar un mensaje de Whatsapp o escuchar reproches de "minito". 
 Cuando ellos van, nosotras venimos de ahí. Si se enojan, que se enojen. Si es un "puede ser", que vuelvan cuando sea. Si es un "sí", que nos digan cuándo. Y si es un "no", es un adiós para siempre. 
 Cuando ellos van, nosotras venimos de ahí. Y, si bien ladrón que roba a ladrón, tiene mil años de perdón; no queremos volver al punto de partida. A nadie le gustan los items de segunda mano, salvo que sea una Louis Vuitton. 
 Nos robaron la histeria pero, si venimos de ahí, es porque ya fue. Y cuando vayamos a lo próximo, ellos van a seguir ahí. Al menos, hasta que el alumno supere al maestro. Porque, por ahora, solo "creen que nos pueden confundir". 











domingo, 29 de noviembre de 2015

Se repite lo de ayer, anteayer y el mes pasado...

 Este Blog tiene una plantilla de "Números". Para sorpresa de muchos, es una plantilla que visito mucho; porque soy esa Psicóloga que, contra todo pronóstico, gusta un poquito de la estadística.
 Del 100% de mis posts, les compartí solamente el 76%. Eso quiere decir que publiqué 125, de 164 que escribí. 
 Gráficos de barra, visitas, contadores, fuentes de tráfico, colores, comentarios. Todo tipo de información, en toda clase de formatos. ¿No sería genial que alguien hiciera esa plantilla de nuestras vidas? Indice de productividad, de alegría, flujo de outfits usados para no repetir tantos patrones. Gráficos que muestren qué compartir con cada lector, cuándo, cómo. Estadística. 
 Como nunca concreté mi profesión frustrada: Hacker, no puedo saber quién lee esto. Pero sí puedo saber cuántos leen, qué y cuándo. Y hay algo que me llama mucho la atención. Hay días; semanas y, a veces, hasta meses que no escribo. Así y todo, alguien sigue entrando. 
 Me intriga mucho quién o quiénes querrían leer posteos de hace dos años, un año, seis meses. Me invita a leer eso que escribí hace tanto tiempo y preguntarme qué es lo que lee esta persona interesada, o con tiempo extra. ¿Por qué leerías retazos de una línea de tiempo?
 Y tal vez es un chico en Taiwan, una chica en España o mi mejor amiga en San Fernando; pero en mi mente femenina, un poquito neurótica, es alguien en particular. 
 "Tengo miedo que lea mi blog", le digo a mi Psicóloga mientras tiro mi cartera naranja sobre el costado izquierdo de mi falda, me suelto el pelo y me saco un lente de contacto que me molesta. Le creo poco cuando me hace contarle sobre qué escribo. ¿Qué profesional de la mente te pregunta la URL de lo más público de tu mundo privado y no lo lee? Una cara y buena aparentemente. Me queda mucho por aprender de esta mujer, o aunque sea cómo resistir el stalkeo en el 2016.
 En nuestro imaginario, los seres pensantes, construimos infinita sarta de explicaciones forzadas y malinterpretadas ante ínfimas pruebas. Así, una pibita de (posiblemente) Nebraska lee posts viejos, y yo invento que es alguien que deseo me preste atención. 
 Y esta es una situación concreta, pero se posa sobre una plantilla que hace al funcionamiento de muchas estructuras mentales. Es una funcionalidad algo defectuosa de la psiquis, que suele maquillar y presionar hechos que no encajan, en razonamientos irracionales. Como cuando alguien de tu sala te peleaba en el jardín y tu mamá te decía que solo quería ser tu amiga. Es mentira y, así como esa nena te odiaba, este Blog lo está releyendo una pibita de Nebraska.
 Pero; se repite lo de ayer, anteayer y el mes pasado, y tu mente cambia a la pibita en algún lugar remoto del mundo, por alguien a quien delirantemente querés atribuirle interés en vos. Así, dejás atrás la situación realista donde alguien en México googleó una canción de Jessy y Joy y llegó a tu Blog. Acto seguido, das la bienvenida al invento mental de que alguien que A) Tiene tu número de Teléfono, B) Te tiene en tres chats distintos (o más): Facebook, Instagram Y Google Chat y C) No hay C, te tiene en todass esas redes sociales sos perfectamente stalkeable y accesible a cualquier tipo de charla; esté leyendo el Blog más minita del mundo. 
 Se repite lo de ayer, anteayer y el mes pasado. Porque tu mente tiene todavía herramientas de autopreservación e, involuntariamente, es aliada del tratamiento terapéutico en el que tanto invertís. 
 Se repite lo de ayer, anteayer y el mes pasado. Y probablemente la "pibita de Taiwan", esté leyendo mucho material confuso, viejo y caducado. Pero, posiblemente también esté leyendo mucho material repetido porque "(...) todas las historias terminan hablando de amor". 
 Y a vos querida "pibita de Taiwan", persona de mi interés (fingers crossed) o mamá (es una posibilidad también), no es preocupante que recortes este Blog, por su contenido; sino por la continuidad de su historia. 24% no está publicada, 70% está caducada y 6% está en movimiento. 
 ¿Cuántas veces somos la "pibita de Taiwan"? Tratando de interpretar al otro desde algún lugar remoto, por retazos que ni sabemos si lo representan, aún cuando tenemos acceso directo a más de tres redes sociales, skype, face to face, señales de humo. Somos poco claros, nos quedamos en una estadística mal hecha y repetimos "lo de ayer, anteayer y el mes pasado".
 Este Blog me da Estadísticas, pero no me alcanzan para saber quiénes son. Supongo que la persona que me dijo que podemos conocer todo a través de esta disciplina, se equivocó. Aunque sea eso voy a creer, hasta entender por qué repetimos lo de ayer, anteayer y el mes pasado (o el año).











 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La misma piedra que hubo siempre...

 Hace no mucho tiempo, alguien me resumió su vida amorosa en una línea de tiempo muy clara y ordenada, concisa e ilustrativa. Si hubiera sido una entrevista laboral, podría haber abstraído una idea muy nítida de algunas de sus competencias. Pero, las entrevistas, no involucran vodka puro (Al menos las mías).
 Me llamó mucho la atención la capacidad de esta persona para resumir la historia de su corazón en tan pocas palabras. Casi como un electrocardiograma relacional. Sin detalles de culebrones, nada novelístico al estilo María la del Barrio o Muñeca Brava. Cuatro historias, cuatro sentimientos diferentes, cuatro rupturas diferentes, pero desenlaces similares.
 Admiro mucho a las personas que tienen la inteligencia emocional suficiente como para repetir historias, más allá del melodrama que, para otros, puede ser tan difícil de procesar. Y me hizo pensar. Me hizo pensar en esta posición donde nos ubicamos algunos, para protegernos de esos amores de novela tan complicados. 
 Para una persona que habla mucho, hay varias ocasiones donde me quedo sin palabras. Como si se borrara todo mi disco rígido, como amnesia circunstancial o mutismo selectivo. Usualmente me pasa en esos momentos donde el otro quiere escarbar en archivos que no tienen back up y que mis defensas quieren proteger. 
 Cuatro historias de amor, para alguien que se enamora como Gabriel Corrado en Perla Negra, como en las novelas. ¿Qué es lo que admiro? La valentía al enfrentar la posibilidad de cruzarse con la misma piedra. 
 Y mi psicóloga, en representación de mi entorno, me advierte. Me advierte porque en estos escenarios, mis pelos se erizan ante la amenaza del sentimentalismo; y me encapsulan en la proyección de un "A mi eso no me (va a volver a) pasa (r)". Ella llena los paréntesis, yo verbalizo las defensas. Dejo que mis defensas tomen control de la conversación y termino haciendo apología de una pseudo neoliberación femenina, que ni yo entiendo. O, peor, me quedo callada mirando al vacío y salgo con un tema random y desactualizado, como la salida de Ventura de Intrusos.
 Tropezamos con la misma piedra que hubo siempre. Diferentes nombres, caras, historias, contextos; misma piedra. Muchas veces, nuestros reflejos nos hacen evitarlas. ¿No será que, tal vez, no estamos todos listos para enamorarnos como en las novelas?
 "A mi eso no me pasa", es mentira. A todos nos pasa. ¿Quién no fue la encarnación misma de Marimar alguna vez? ¿Quién no le miró el anular a un potro en el subte? ¿Quién no escribió una nota de amor? ¿Quién no se compró una remera nueva cada vez que iba a cruzarse con una "piedra"? ¿Quién no escuchó una canción en repeat?
 Y, tal vez, la restricción defensiva de mis archivos me esté volviendo inaccesible. O tal vez tenga que superar esta actitud de "Lo hecho, está hecho", y aprender que aceptar enamorarse como en las novelas, nos vuelve más accesibles al otro. 
 Y esto es lo que yo no pude compartirle. Tres momentos "Thalia", tres historias diferentes, "la misma piedra que hubo siempre". A los 7 años, lloré por primera vez por un hombre, bueno un nene. Al otro día me compraron una Barbie, y lo superé. Creo que ni siquiera habíamos hablado, lo cual explicaría mis fugaces enamoramientos de Subte. 
 A los 18 años lloré por segunda vez por un hombre, bueno un adolescente. Nos hacíamos reir, teníamos la misma película preferida y una vez me cocinó. El quería dedicarse a estudiar para seguir su vocación y yo no sabía nada sobre la mía. Nos dejamos de hablar, para descubrir con los años que nuestro plan de ser médicos y vivir en el campo, poco tenía que ver con lo que queríamos. Me compraron un nuevo celular, y lo superé. 
 A los 27, lloré por tercera vez por un hombre, sin salvedades. Nos conocimos en esa edad en la que uno idealiza al otro, y nos despedimos cuando poco teníamos que ver con lo que habíamos proyectado. Me compré un nuevo placard, aprendí a pagar las expensas por home banking y lo superé. 
 Tres historias, tres "lo superé", que desembocan en siete años de terapia and counting. Porque no hablamos neutro, no vivimos en una isla, no nos hacemos millonarios por una herencia desconocida. No nos conocemos en un choque de autos, no nos auspicia Pol-K y no nos transmite Telefé. No se para el mundo cuando se cruzan nuestros ojos, no hay entradas con vestidos de gala o anillos de diamantes. Pero hay novela, definitivamente. Todos nos enamoramos como en las novelas. 
 Hay novela, porque hay melodrama. Porque, cuando termina la historia, todos sufren a su manera. Pero vuelven a intentar. Algunos en seguida, porque aman el papel protagonista. Otros, necesitan más tiempo, para poder tropezar con "la misma piedra que hubo siempre".  


sábado, 24 de octubre de 2015

Chasing love...with a monster.

 Estuve más de quince días sin terapia. Y no es que no pueda funcionar sin estas sesiones de catarsis, CLARAMENTE, puedo; pagando cierto costo obviamente. Porque, todo lo que vamos perdiendo, deja marcas en el Debe de nuestro balance. 
 Cambié tres veces un mismo regalo, acumulando curiosamente cuatro tickets. ¿Traducción? No solo cambié, también compré. Tuve tres pesadillas que me olvidé de anotar y se borraron completamente de mi mente. Cambié de crema enjuague, volví al jabón liquido y saqué más de 30 cosas de mi placard para regalar. Hice gira de amigos y no cociné NI UN DIA. 
 Obviamente en estas dos semanas sin terapia pasó de todo. ¿Es este un patrón? De semana a semana nos vemos las caras y revolvemos el pasado en busca de piezas para reacomodar. Mi primera Barbie, el día que no salí abanderada, cómo dejé a mi primer novio por ICQ y el karma me hizo dejar una llave en un sobre años después. 
 Pero, cuando tengo situaciones en las que me urge este lugar sagrado donde mi mente ordena sus delirantes interpretaciones de la A a la Z, descarta esas estrategias que solo a ella le hacen sentido y descomprime la presión que la caracteriza; hay feriados, paros o compromisos inamovibles. 
 ¿Resultado? Vernos las caras con mi terapeuta un Sábado a la mañana. Decidí alinear chacras con una clase matutina de Yoga porque, seamos honestas, no podía caerle con toda mi energía a esta Psícologa que tan amablemente acoge mi psiquis. 
 Mientras la profesora octagenaria de Yoga corregía mi postura tirando (o intentando arrancarme) de mis brazos, yo solo podía pensar en: Café, mi almohada, dónde conseguir esa remera que está agotada y en por qué no me puse una campera. Y, entre tema y tema, me acordaba que había que estar pensando en la respiración. 
 Y, aunque por cinco segundos logré concentrarse en la respiración, en el cuerpo y el momento; al sexto me teletransporté. ¿Dónde? A una cita nefasta. Situación: Bodegón, la cerveza más eterna de mi vida y la persona más extraña del mundo. No tengo intención de indagar en este trágico encuentro de los 50 minutos más largos de mi vida, pero sí en esta idea que me transmitió la persona más rara con la que me crucé este año. "No hay que pensar tanto, no hay que analizar, hay que vivir el momento". 
 Bueno, este chico lo dijo en cinco minutos, con menos sentido y en un tono de voz de ultratumba. Me tomé el atrevimiento de traducirlo para ustedes. 
 El tema es que ahí estaba yo, haciendo la posición de la "Cobra"; pensando en desayunos, en otro chico, en una fiesta que tengo dentro de tres semanas, terapia y tratando de no morir con las correcciones de la profesora. ¿Cómo es posible estar en tantos lugares a la vez? Maldito chico de la cita siniestra, tenía razón. Pienso demasiado. 
  Segura de que mi Psicóloga iba a avalar esta teoría y levantar la imposición mental con la que estuve conviviendo esta semana, entré a su consultorio. 
 "Tengo dos historias importantes que contarte. Una es una mierda, y la sumarizo (Insert cita siniestra Here)". De la cita siniestra salté a esta idea de que no amamos solo con la esas mariposas del pecho, nos enamoramos con la mente. ¿Es posible que haya que pensar menos, y hacer lo que se nos cante todo el tiempo? Escribir cuando queremos, llamar cuando queremos, ser menos orgullosos, usar collares los domingos sobre el pijama. 
 Porque el amor se apuntaló en la cabeza y empezamos a crear reglas de juego. EMPEZAMOS A PENSAR DEMASIADO. No me llamás, no te llamo. No me buscás, no te busco. Uno a uno, dos a tres, cero a cero, menos cuatro a cinco. Y, como las mujeres tenemos cuestionable fuerza de voluntad ante mariposas, proyectamos estas reglas en nuestras amigas, creando un circuito de culpa en función al control de estas guardianas de nuestras promesas. 
 ¿Entonces? Creamos máximas que sabemos que queremos romper desde lo más profundo de nuestras entrañas, y ponemos a las demás a custodiarlas cual gárgolas. ¿Y después? Cuando el deseo sube, lo ponemos en un grupo de chat y las gárgolas nos cagan a pedos. ¿Resultado? Sentimos mucha culpa y cumplimos una promesa que no nació de lo que sentís, nació de lo que pensás. 
 Es un circuito perfecto, digno de cualquier manipulador o la CIA. Las mujeres tendríamos que reinar el mundo, somos más racionales de lo que parecemos. Habría que pasarle este circuito mental a la clínica de Cormillot...o a la Asociación de Psiquiatría. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y nuestra cabeza se interpone en el display natural de la situación. Genera blancos en momentos clave, se rehusa ante la extrema atención, se intriga ante las mínimas demostraciones y se encanta ante la indiferencia. Nos enamoramos, con un monstruo. 
 Este monstruo se cree que entendió la metonimia del deseo, y piensa que puede manipularla a su favor. Genera reglas y pasos para controlar una situación que, evidentemente, no va a poder controlar. Escucha el susurro de mariposas y se piensa que puede reinar sobre eso. Es un monstruo que no para de pensar y cancherear. Diseña estrategias de conquista, como si todo pudiera ser racionalizado. 
 Es un monstruo sumamente inteligente y psicoanalizado. Permite la homeostasis en la mayoría de las situaciones pero, en otras, no tiene la menor idea sobre qué hacer. Se piensa que sabe lo que tiene que decir, y termina espantando. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Una parte de nuestro ser, que nos hace ilegibles, intentando mantener la calma en situaciones que hacen fluctuar la energía. Y este monstruo, que es el mismo que segmenta mi placard y me ayuda a combinar colores, es el que me resta puntos en otras situaciones. Este monstruo adicto a la coca light, que me hace sacar 10 en parciales y tiene un amor platónico con John Malkovich; es el mismo que se pone en blanco y recalcula cuando le piden respuestas que puedan comprometer su equilibrio mental. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y empiezo a preguntarme si buscamos a alguien que se enamore de ese monstruo, o que lo pueda domar. Si buscamos alguien que aprenda a hablarle a los ojos, o logre hacerle Jaque Mate. Yo aprendí que mi monstruo, se calla cuando alguien es muy directo. Recalcula y se intriga. Pero no deja de tramar porque, perseguimos el amor, con un monstruo. 
 Pensé que mi Psicóloga iba a librarme de estas reglas que reinan los chats con mis amigas. Pensé que iba a decirme que lo encierre un ratito y no lo deje transitar mis fines de semana. Pero, aparentemente, lo quiere escuchar. Porque, para domar una fiera, hay que mirarla a los ojos. Y porque es la única forma de no amar, con un monstruo. 








domingo, 18 de octubre de 2015

Too much of something is bad enough,,,

 Este fue un fin de semana de objetivos no logrados. A) No logré estirar el pantalón de cuero que pedí online. Con mis 48 kilos, un botón sigue siendo mi archienemigo en el interior de mi propio placard. ¿B? Fui vencida por un tornillo que algún hombre ajustó demasiado hace dos años. 
 ¿Cómo puedo ser vencida por un tornillo? Pantalón de cuero, maxi buzo, Nike fucsias. Subida estratégicamente con cada uno de mis pies a los costados de la bañera blanco cisne, con este espíritu de mujer independiente capaz de trepar el Everest. ¿Cómo puede vencerme un tornillo?
 Aparentemente los 48 kilos que desprenden un botón, no tienen la fuerza suficiente para desenroscar esta pieza metálica que alguien del sexo masculino apretó a más no poder en un intento de demostrarme su hombría. 
 Tengo el destornillador de la medida exacta. Herramienta y tornillo encajan a la perfección, como una pareja diseñada celestialmente para amarse, como complementos construídos en el cielo. Bueno encajar, encajan; pero no se mueven. El tornillo no quiere ceder a esta nueva adquisición que se esfuerza por mover su estructura. 
 Me ato el pelo, googleo "Tornillos difíciles de sacar", investigo sobre destornilladores, sobre materiales, sobre dónde pegarle a mi amiguito para que ceda un poco y me deje volver a colocar la mampara donde va. Solo quiero que todo encaje donde va. ¿Es mucho pedir?
 Mucho research, mucha fuerza, mucha  búsqueda del destornillador ideal, mucho equilibrio a cada costado del blanco perfecto de mi bañera, algunas puteadas al tonillo, otras tantas al que lo atornilló. Muchas dudas sobre mi fortaleza, sobre cómo colocar la herramienta para lograr el movimiento. Muchas falacias en mi teoría de que no necesito un hombre en algunos momentos estratégicos de mi vida. 
 "Esperá a que te ayuden". Puteo al tornillo, puteo al destornillador, puteo a la mampara y me siento en el piso del baño. Exhausta. Cansada de forcejear contra lo inamovible. 
 Contemplo la mampara, contemplo el destornillador verde eléctrico sobre mi pantalón de cuero que lucha contra mi cadera, miro a lo alto a mi enemigo (el tornillo), y pienso. 
 ¿Será que no existe el destornillador ideal para este tornillo endemoniado? ¿Será que necesito probar otra cosa para lograr la rotación que necesito? ¿Seguimos hablando de tornillos?
 Este video de Youtube dice que mucha fuerza, puede chamuscar el tornillo. Si chamusco el tornillo, mis probabilidades de moverlo, se reducen. Y pienso: Mucho de algo, es lo suficientemente malo. 
 Ideamos en nuestras cabezas el destornillador perfecto. Pensamos que no lo necesitamos, hasta que el tornillo necesita moverse. Lo encontramos, solo para darnos cuenta de que, aunque encajan, no matchean. Y lo forzamos, generamos muchos intentos de algo, que es lo suficientemente malo para la rotación natural. 
 ¿Estamos hablando de tornillos? 
 Viví dos años con tres destornilladores en mi placard de "Herramientas" (Sí...tengo un placard de herramientas, donde hay un raid, dos llaves inglesas heredadas y unos destornilladores de Dios sabe qué medidas). Pero, en mi filosofía, no necesitaba destornilladores. Hasta hoy. 
 Miré el tornillo cementado a su base, miré estos destornilladores que pululaban en mi vida, y me dí cuenta de que no encajaban. Busqué el que visualmente era ideal para el tornillo, y descubrí que no se aman. El destornillador y el tornillo que encajan perfectamente, SE ODIAN. Y ahí sigo yo, forzándolos a girar hacia donde no quieren girar. Probando direcciones, hablándoles, puteándolos. Inhalando ante ataques pseudo psicóticos, tomando recreos, y volviendo a intentarlo. 
 Y me pregunto si esto puede transformarse en una analogía de nuestras vidas. Partí de una idea de autosuficiencia, donde definitivamente no necesitaba un destornillador. Porque las mujeres podemos hacer todo lo que los destornilladores hacen y más. Me equivoqué, lo acepto. 
 Seguí por la idea de que, tal vez, necesito EL destornillador, porque los que pululan a mi alrededor no encajan. Me equivoqué, lo acepto. El destornillador que visualmente encaja perfecto con este tornillo tan odiado, no sirve. 
 Pero entonces empiezo a preguntarme, por el resto de los destornilladores. Porque, hace dos semanas, me reía de su existencia por el mero hecho de ser habitada por este sentimiento omnipotente que los convertía en prescindibles. Y, ahora que el destornillador perfecto resultó ser un fiasco, me pregunto por los que pululan a su alrededor. 
 ¿Los habré subestimado? ¿Qué es esta sensación extraña de querer usar ese destornillador que no encaja? ¿Es un momento minita? ¿Es el pantalón de cuero que me está cortando la circulación? ¿Me gusta el destornillador que no encaja o es solo resultado de la frustración del tornillo? ¿Quiero el destornillador que no encaja solo porque no le interesa el tornillo? 
 Mucho de algo, es malo. Mucha idealización de un destornillador que no pudo mover ni un milimetro la estructura de un tornillo, es mala. 
 Subirme a una bañera en pantalón de cuero, con un destornillador en la mano y un rodete; esa no soy yo. Tal vez es la semana que estuve sin terapia, tal vez es son los cinco capítulos de Sex and The City que vi ayer, tal vez estoy madurando mentalmente; pero creo que necesito la ayuda de un hombre. 
 Mucho de algo, es lo suficientemente malo. Mucha liberación femenina, muchas horas con este pantalón de cuero, muchas canciones de las Spice Girls, muchas notas de audio, muchas horas de intentar demostrarme a mi misma que puedo reinstalar una mampara. 
 Llevo dos años guardando destornilladores en el placard, al pedo. Porque mucho de algo, es lo suficientemente malo, si no sirve cuando lo necesitas. Me pregunto si es hora de tomarme el tiempo para darle una oportunidad a un destornillador que no necesariamente se amolde perfectamente a este tornillo demente. 
 Porque mucho de nada, es igual de difícil. ¿Para qué queremos cuatro destornilladores? Si cuando la mampara se rompe, no podemos reinstalarla. Necesitamos uno solo, con la inteligencia estratégica suficiente como para mover el tornillo, aún cuando las piezas no encajen. 
 Y, como mucho de nada, es igual de difífil que mucho de algo; voy a dejar de hacerme la canchera. Es hora de confesarle al destornillador que es diferente a la superficie del tornillo que, hasta ahora, es el único con chances de moverlo. 








miércoles, 14 de octubre de 2015

A part of me will always be with you...

 ¿Se generan los grandes problemas de las relaciones humanas en esos puntos ciegos de nuestra comunicación?
 Hablamos distintos idiomas, aún usando un mismo código. Y existen palabras sin traducción al lenguaje del otro. Intentamos entenderlas y reproducirlas con cúmulos de significantes que asemejen algo de ese significado, pero no lo logramos. 
 Las palabras más difíciles de traducir son las que hacen referencia a sentimientos. Porque ¿Cómo hace la gente para contener sentimientos en palabras? ¿Cómo sabemos que esas palabras reflejan lo que todos sentimos? ¿Tenemos todos acceso a estas manifestaciones verbales? Y, los que tenemos más dificultades en este campo (FYI: Issues), ¿Contamos con inteligencia emocional altamente cuestionable?
 Hablamos idiomas distintos. Atiendo el teléfono y me habla en inglés, chateo en un híbrido entre jeringoso y castellano antiguo. Y me pregunto si nos entendemos hablando así de diferente. 
 Pero entonces pienso, ¿No hablamos todos idiomas diferentes? Cuando vos pensás que te queda para el orto el jean que te estás probando, y la vendedora te regala un "Te queda pintado". Cuando pedís la hamburguesa sin pepino en Mac, y te la dan sin ketchup. Cuando decís "Si", y el otro escucha "No". ¿No hablamos idiomas distintos?
 Y cuando empezamos a hablar con alguien que no habla nuestro idioma, ¿No podemos pensarlo simbólicamente? ¿No es lo mismo que cuando empezamos a hablar con cualquier otra persona? Pensamos que nos entendemos, pero nos damos cuenta de que no lo hacemos. Sentimos que nos conocemos, cuando empezamos a compartir y cambiar palabras. 
 Hablamos distintos idiomas. Todos hablamos distintos idiomas. Una palabra no es lo mismo para dos personas, que no consensuaron lo que en ella van a proyectar. 
 Tomen un ejemplo:  Kosiuko. Para ustedes es un lugar más, para mi terapeuta y para mi es una alarma de mi conducta evitativa. Porque lo consensuamos. Porque hace años cuando entré en su consultorio con tres bolsas y mi manteca de cacao, escuchó lo que yo deposito en ese código. Algunos escriben sonetos, otros cocinan, varios pintan, yo: "Kosiuko". 
 Pero cuando entré a su consultorio, eramos dos desconocidas hablando dos idiomas diferentes. Hasta que le enseñé, que si digo "pelotudo" es que lo odio, que si me corro el pelo de hombro a hombro es que estoy reorganizando mis ideas, que si la dejo de mirar y hago un silencio es que no estoy lista para hablar de eso. Que si muevo mucho las manos es que estoy compenetrada, si las escondo en las rodillas es que me está poniendo nerviosa y si cruzo los ojos es que pienso que lo que me plantea es un "chino". Que "chino" para mi es algo "complicado", que invento palabras cuando estoy contenta y uso palabras difíciles cuando me pongo a la defensiva. Y que, bajo ninguna circunstancia, puede decir la única palabra que me hace llorar. 
 Somos diccionarios de distintos idiomas. Nadie decodifica igual. Trasciende los géneros, los pueblos, los países. Y, a  veces, no tenemos palabra en nuestro libro para decodificar lo que el otro quiere decir. 
 Nos enseñamos palabras constantemente. Nos regalamos expresiones, significantes nuevos para sensaciones. Ampliamos un idioma, que se hace de otros. Y, no importa cuánto dure una historia, extendemos nuestro diccionario. 
 Yo te enseño Kosiuko, vos me enseñás algo un poco menos superfluo y útil. Yo te enseño las reglas gramaticales de mi diccionario, vos me enseñás sobre la subvaluación de las palabras, que pueden traducir perfectamente un sentimiento casi imposible de encerrar en un significante. 
 Y es que, no sé si será la nueva década, pero últimamente siento que nos construimos de a pedazos ajenos. O será Freud, con sus identificaciones; o Lacan, con su Estadío del Espejo. O será Kosiuko, condensando/escondiendo las palabras que me regalaron otras historias. Sea como sea, hay partes del otro que siempre se quedan con nosotros. 





 

domingo, 11 de octubre de 2015

Un mundo ideal...

 Dos chick flicks, jogger y buzo flúo, tres vasos de coca light, media tarta, un agua mineral entera, un ibuprofeno, un muffin gigante, dos tés, delivery chino y cinco horas de siesta. Consecuencias de una despedida de soltera a los 30 años.
 Y me pregunto el por qué de estas tradiciones que despiden a alguna persona del clan de la soltería o, dicho en otras palabras, la inician en esta nueva vida de un "Para siempre". Eventos donde todo hace referencia a lo sexual, como si existiera algún conviviente virgen en el planeta o todavía quedara capacidad de asombro.
 Un litro de agua y cinco horas de siesta, el precio de despedir a una soltera más en el mundo. Mundo donde ella nos da esperanza, a las que seguimos pagando terapia para superar alguna cita siniestra o algún averío cardíaco. Un mundo ideal, deslumbrante y nuevo.
 Este fin de semana empezó con un tinte algo siniestro y olvidable, con un encuentro que fue más allá de mi teorización de contratos precarios; demostrándome que, a veces, ambas partes se olvidan la lapicera para firmar. 
 Mi baja tolerancia a la frustración no me permitió dejar esa impronta en mis días de ocio. Porque ¿por qué tendríamos que dejar que la magia de un finde largo se rompa por un evento desafortunado? ¿Por qué irnos a dormir con la necesidad incontenible de compartir esa frustración? ¿Mintió el horóscopo sobre la genialidad de este fin de semana para Libra? Diría que no.
 No creo en el horóscopo, pienso que lo escribe alguna soltera en pijama en algún lugar recóndito del mundo. Una persona que proyecta su estado de ánimo, plasmándolo en algunas líneas con intención de marcar el rumbo de los que lo leen. Y es que, si el horóscopo tiene fundamento teórico, los obsesivos no tenemos esperanzas. ¿Qué controlamos si existe alguien que sabe lo que nos va a pasar por el simple hecho de conocer la ubicación de la Luna, Marte, Júpiter y Saturno el día que nacimos?
 No creo en el horóscopo. Entonces, ¿por qué lo leo? Sé que Disney es la nafta de mi neurosis. Entonces ¿qué hago viendo Aladdin un domingo a las 12 de la noche? Las incongruencias de la vida humana donde, lo que "creemos", poco tiene que ver con lo que nos mueve. 
 "Tal vez creyeron, esto que intentas mostrar". Me dijo mi terapeuta ante mi pregunta sobre el por qué la gente me cuenta cosas que claramente me podrían llegar a sensibilizar. "¿No piensan si estoy lista para enterarme? Ni se les ocurre que me puede llegar a hacer mal". Y, según ella, es mi culpa porque me muestro "muy armada". Cual Lara Croft en alguna edición de Tomb Raider o cualquier mujer en una sale de carteras. 
 Es mi culpa. Es mi culpa porque sostengo que no creo en el horóscopo, pero la realidad es que lo leo. Lo leo y espero que, la profecía de esta soltera anónima en algún sitio de Rusia, se cumpla para todos los Libras del mundo. Es culpa mía porque digo cosas que mi cabeza armó para sobrevivir y no me doy cuenta de que hay más de nosotros mismos, de lo que le decimos al otro. 
 Nos perdemos en las distancias entre lo que decimos y lo que eso intenta tapar. Y nos volvemos ilegibles al otro, cuando nos maquillamos para controlar la situación. 
 Y cuando mi terapeuta habla de lo que intento mostrar, habla de lo que quiero refugiar y no compartir. Porque en mi intención de inmunizarme, me vuelvo de difícil lectura. Y sé que no me pasa solo a mi. ¿Quién no fue "la chica de los miércoles"? ¿Quién no fue la persona que vivió un amor no correspondido? ¿Quién no lloró cuando se enteró de que alguien más se quedó con lo que queríamos? ¿Quién no se emociona con la cena de "La Bella y la Bestia?
 A veces, por mostrarnos enteros, nos mostramos insensibles. Porque, cuando nada falta, poco lugar hay para el otro. Mostramos que no creemos en el horóscopo, pero lo leemos. Creo que Disney tendría que pagar el 75% de mi tratamiento terapéutico, pero sigo viendo sus películas. Porque, en el fondo, necesitamos su ilusión de que un cangrejo puede hablar y tu placard puede vestirte cual asesor de imagen personal. Necesitamos creer que un beso te puede curar, una Bestia puede ser un potro disfrazado o alguien se puede enamorar de vos aunque una bruja te haya robado la voz. O, aunque sea, necesitamos la esperanza de que los análogos de estas situaciones adaptados al mundo del 2015 de los seres de carne y hueso, son posibles. 
 Necesito aprender a aceptar que, si leo el horóscopo, es porque tal vez creo un poco en él. Necesito contarle esta revelación a mi Psicóloga y mañana es feriado. Necesito poder mostrar, lo que creo (un poquito), para ser legible para el otro. Y, sobre todo, necesito dejar de trabarme mentalmente cuando el otro, que claramente acepta que cree en el horóscopo, marca mis incongruencias. 
 Tengo que ser menos orgullosa y confesar que es esperanzador que todavía haya gente que cree en "Para siempre". Que proyecta un "Mundo ideal" por el simple hecho de compartir una historia de amor que, posiblemente, perdure inspirando una nueva película de Disney. 
 Tengo que ser más clara y dejar de contener el aliento porque, sino, voy a ser siempre igual. Tengo que aprender a decir que siento algo extraño en la panza (supongo que son mariposas), cuando me hablan de historias de amor. 
 No creo en el horóscopo, pero lo leo. Culpo a Disney, pero lo consumo. Y supongo que tener 30 significa saber que no voy a abrir la ventana y pasear por CABA en una alfombra voladora. Si hago eso posiblemente, termine de cara en el asfalto. Pero, tal vez, signifique abrir el juego a la posibilidad de perder, para ganar. Entender que en un "Mundo ideal, cada vuelta es sorpresa, cada instante un relato". Y que, para relatar, hay que ser claro para el otro.
  Y, si eso  no funciona, quiero un tigre de mascota. Porque, otra enseñanza de Disney, es que las mascotas exóticas te hacen más feliz.


miércoles, 7 de octubre de 2015

Me dice que te quiera...

 La leyenda cuenta que muchas cosas cambian a los 30. Uno tiene más estilo, más independencia, más sabiduría y las tarjetas de crédito dejan de ser extensiones, para estar bajo tu titularidad. Pero algunas (muchas) cosas no cambian. 
 Y hoy, mientras volvía del paraíso de la depilación definitiva, sin batería en mi Ipod y con una pollera poco resistente a la brisa que intenta llevarse las tormentas; descubrí una de esas cosas que no puedo superar: Escuchar charlas de subte. 
 ¿Situación? Amiga pidiéndole consejos al que, supongo yo, era su mejor amigo. ¿Descripción? Dos personas de unos 27 años. Él, un hombre con cara de haber besado pocas mujeres en su vida. Ella, una mujer con mucho frizz combinado perfectamente con su estilo monocromático que, a mi, poco me transmitía. 
 ¿Reacción? Una fantasía comprimida en microsegundos donde cambiando su campera por un blazer fucsia y haciéndole algunas ondas a su pelo, todos sus problemas podrían tener solución. 
 Volviendo a mi pude escuchar algunas de sus penas. Ella miraba el vacío. Su amigo le decía algo así como "Decile que querés hablar. Pero casual...y entonces le decís ¿Qué onda? ¿Qué somos? ¿Soy la persona que llamás cuando te acordás en el medio de la semana? (la mira) ¿Sos esa persona?". 
 Ella miraba el vacío asintiendo levemente con su cabeza que, obviamente, poco estaba tramitando. ¿Yo? Mordiéndome la lengua aparentaba mirarme las uñas. Agradeciendo no estar rodeada de otros obsesivos entrometidos porque, si hubiera estado la horma de mi zapato en ese vagón, se habría dado cuenta que mis uñas no están ni pintadas y merecen muy poca atención. 
 Y es que no entiendo qué hago reclutando personal, cuando claramente nací para vender mis oídos en la Línea D a extraños que regalan sus penas en las vías. Porque, tal vez no nací para vivir el amor, pero definitivamente nací para escribir un best-seller que reemplace a cualquier mejor amigo. 
 Probablemente mis skills de negociación me habrían permitido llegar a un acuerdo con este intento de consejero. Después de tirar por la borda sus preguntas algo violentas, podríamos haber acordado que alguna especie de charla (Con o sin interlocutor) era necesaria.
 ¿Qué le diría a esta chica fijada en el vacío? A) Si vas a penar, hacelo con estilo. Está científicamente comprobado que el que sufre bien vestido, sufre mejor. B) Nunca le pidas consejos de amor a alguien que besó menos personas que vos, su fuente de conocimiento amoroso viene de la Cosmopolitan y "Love Actually". Y eso, está estadísticamente demostrado. C) Labios vírgenes tiene razón en algo, ESTO hay que hablarlo. 
 La pregunta es: ¿Con quién hay que hablarlo? ¿Hay que hablarlo con el llamador crónico de mitad de la semana? ¿No es acaso el hecho de que solo te llame los miércoles un indicio? ¿No es acaso esta la respuesta que cual mártir del 2015 vas a recibir a tu trillado Qué somos?
 Te entiendo chica extraña del subte. Desde la leve reminiscencia que guardo del amor, te entiendo. VOS querés al llamador de los miércoles. ¿Por qué? Porque seguramente es lindo y te trata bien en esta mitad de la semana. O, tal vez, porque es lo que hay. Puede ser que sea porque el corazón te dice que lo quieras y tus mariposas kamikazes te lanzan al consejo del amigo peor vestido que vi esta semana. 
 Es humano, no podemos evitarlo, el corazón nos dice tantas pelotudeces que la mente intenta racionalizar en actos incongruentes. El pibe te llama los miércoles a las 22 Hs. con un claro objetivo, y vos pensás que no te quiso molestar en la semana, que te extraña, que necesita energía para tirar hasta el finde o que el resto de los días los dedica a salvar al mundo, revertir el hambre en Africa y curar perritos pisados por autos. Ilusa. 
 El corazón nos dice pelotudeces que la cabeza intenta escenificar en acciones que puedan darle un significado. ¿Entonces? El pibe te llama los miércoles y te la bancás con toda esta sarta de justificaciones. Lo soportas hasta que vas en el subte y se hace la luz: No sabe ni qué hacés el resto de la semana y deifnitivamente no está salvando el mundo. SOS LA CHICA DE LOS MIERCOLES. 
 Y ahi es donde corro a tu amigo a un costado, le doy tiempo para que haga una visita a Zara y tomo el control. Porque sos la chica de los miércoles, eso es lo que sos. Y tus opciones son las siguientes: A) Ser la chica de los miércoles con la mayor dignidad posible y buscarte un chico de los jueves y viernes. B) Decirle que sabés lo que sos y cuánto dista eso de lo que querés ser. C) Abrirte de este deja-vu semanal, comprarte un vestido y superarlo. 
 Lo sé chica del subte, la verdad es difícil de escuchar y tu corazón te dice que lo quieras. Pero hay que bajar de la nube. Yo, una extraña bien vestida, te digo que no podés seguir ciega y que no podés dejar que el corazón (o tu amigo poco experimentado) hablen por vos.  
 Pero somos extrañas en un subte, no somos amigas. Vos te bajás en tu estación, yo en la mía. Y nunca vamos a saber si dejaste de ser "La chica de los miércoles", para ser vos. No te juzgo, ¿quién no fue alguna  vez la chica de un día a la semana? Algunos ponen el corazón, otros ponemos la razón donde este órgano que irriga sangre no ve...me pregunto dónde está el punto medio. 
 Y si tengo que inventar el final de esta historia, como sé que le vas a hablar, me imagino que le decís algo así como "Me dice que te quiera (el corazón), pero la razón me dice que no nací para ser La chica de los miércoles".  











miércoles, 9 de septiembre de 2015

Now we are bound to be a Heartbreak Situation...

 Últimamente me estuve preguntando por esas situaciones que voy a llamar "Heartbreak Situations". Esas historias a medias, historias incipientes donde solo uno de los lados del campo de batalla tiene armas. Esos escenarios donde en la cabeza de una de las partes corre una película de Woody Allen y en la otra se pasea suavemente un cardo en el desierto. 
 Son esos momentos en los que alguno de los personajes calcula los minutos para mandar mensajes sin parecer un acechador serial, un intenso o un enamorado. Mientras el otro está pensando en el vestido estampado que vio en Av. Santa Fe, en lo que quiere para su cumpleaños o en si hacerse el baño de crema en el pelo hoy o mañana. 
 ¿Es necesario permitir que las expectativas del otro crezcan en un mar de intercambios poco claro? ¿No somos crueles cuando no explicitamos el contrato que estamos dispuestos a cumplir? 
 "Está enamorado. Pobrecito", "Está enamorada, qué boba". Nos parece divertido, pero sabemos que no va a llegar al verano. Le parecemos lindas, pero sabe que tenemos fecha de vencimiento. Lo encontramos simpático, pero una vez por semana es más que suficiente. Le parecemos divinas, cuando se acuerda.  
 Y mientras uno se lima las uñas y piensa qué cenar, el otro desmargarita el corazón y lee en entre líneas. ¿No estuvimos todos ahí? ¿Cuántas veces se acercaron a alguien para acercarse a alguien más? ¿Cuántas veces salieron con alguien porque se les canceló otro plan? ¿Cuántas veces terminaron una cita mintiendo sobre lo bien que la pasaron y no contestaron más mensajes? ¿Cuántas veces escucharon un "te llamo"? y ¿Cuántas veces mintieron un "Te llamo"? ¿Cuántas veces nos prestamos a una "Heartbreak Situation"?
 De cada cinco historias, aproximadamente tres están destinadas a colapsar en las expectativas de alguna de sus partes. Y no es culpa solo del ilusionado, es también culpa del desenamorado que tiene su libido en el vestido estampado y su cumpleaños. ¿Por qué? Porque las (pseudo) relaciones implican un contrato (psicológico) que escondemos impunemente.
 Él quiere algo, ella quiere otra cosa. Él quiere enamorarse, ella sabe que no va a pasar. Pero él la invita a salir, y ella acepta. Y en un contrato que no llega a explicitarse, de expectativas diferentes, nace esta "Heartbreak Situation". 
 Él quiere ir a todos los terceros tiempos, correr todas las carreras, tener todos los viernes con sus amigos, dedicarse a su carrera, invertir en sus autos, viajar solo. Ella quiere un jardín, un perro y un viaje a Paris, construir su carrera, no rendir cuentas, ocupar toda la cama y lavar un solo plato. Y en un contrato que nadie firma, de expectativas diferentes, nace una situación que está destinada a romper el corazón de alguno. 
 Aprendemos a vivir en situaciones contractuales precarias, justificando la falta de claridad de las partes con nuestra incapacidad de leer expectativas que nunca llegan a ponerse en palabras. Porque, de cada cinco contratos, tres no están firmados. 
 Y cuando nos conocemos, ya lo sabemos. Yo sé que no me voy a enamorar de tu obsesión por el auto, vos sabés que no te vas a enamorar de mi TOC de ordenar los Sugus por color y prioridad. Yo sé que no me voy a encantar con tu necesidad de silbar cuando hay demasiado silencio, vos sabés que no te encanta que cante en la ducha. Yo sé que no hay chance de que acepte el uso de jogging un día que no sea domingo, vos sabés que no  vas a tolerar que me cambie dos veces por día. Yo sé que no voy a entender cómo un comic entra en una categoría literaria, vos sabés que no vas a entender cómo de cada tres libros que empiezo, solo llego al final de uno. 
 El problema es cuando esta información, solo la tiene una de las partes. Él sabe que nunca va a entender cómo alguien tiene 38 collares, y vos te enamorás de sus joggings. Vos sabés que no hay chances de que te enamores de alguien que le puso nombre a su auto, él ama cómo catalogas tus Sugus. Porque la información es poder y, la falta de información, precariza los contratos relacionales. 
 Y así entramos a la vitrina de Heartbreak Situations, de crónicas anunciadas por una voz interior que sabe que algo no va a funcionar. Y nos atamos a esta situación que vivimos evitando, donde te rompo el corazón, antes de que rompas el mío. 






miércoles, 2 de septiembre de 2015

In your wildest dreams...

 Faltan casi veintiocho días para mis treinta años. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el día que cumplí mis 15 años nació un bebé en algún lugar del mundo, que ya está preparando su fiesta de quinceañera. ¿Qué agradezco? Que mi papá haya vetado mi fiesta y me haya ahorrado fotos con un vestido del que podría arrepentirme hoy. 
 Y me pregunto, ¿qué pasó en todo este tiempo? Gente, viajes, aproximadamente 90 cortes de pelo, 10 perros, 2 tortugas, 1 gerbo, 4 visitas a Disney, 2 blogs, 15 cartas románticas, más de 100 exámenes, por lo menos 30 resfriados y algunas cicatrices. Outlook, ICQ, MSN, Blackberry Chat, Whatsapp. Algunos aumentos de graduación en mis anteojos, 9 casamientos, 4 trabajos, 1 carrera universitaria, 1 posgrado y, al menos, 6 deportes abandonados. 
 En treinta años me enamoré ocho veces (Sí, me tomé el trabajo de contarlas). Y, me "enamoré" (En el subte mayormente) por lo menos cien veces más que eso. 
 Alguien me dijo hace poco, que pensaba que yo era una de esas personas "enamoradas del amor". Y me gustó. Me gustó porque contrasta con el lado más cínico que otros leen de mi. Me gustó porque, en algún punto, es real. 
 Entonces me puse a pensar. ¿Qué es estar "enamorado del amor"? La respuesta que encontré es que es la única esperanza del amor. No es creer en los cuentos de hadas que implican la existencia de una historia única para cada ser vivo. No es amar la idea de que el destino preparó un encuentro único para cada persona. Definitivamente no es creer en el "vivieron felices para siempre" o en un tsunami de mariposas que se extiende por el fin de los tiempos. 
 Estar enamorado del amor, es la posibilidad de creer en el dinamismo de este sentimiento que nos une a otra persona. Es creer que cuando un blazer cumple su ciclo y se llena de pelotitas (Analogía válida solo para mujeres), existe la posibilidad de encontrar otro y sentirse diferente. Que la play no deja de funcionar si se rompe el joystick (Analogía válida solo para hombres) o que podemos volver a correr con zapatillas nuevas. 
 "Vos estás enamorada del amor", no significa que no estás enamorada de alguien. Significa que podés enamorarte eternamente. Que tu cuerpo no deja de servir, si un blazer no funcionó. Significa que podés construir historias diferentes, en distintos momentos de tu vida. 
 Y me hizo pensar en todas estas historias. Historias de "blazers" que admiré y de los que me enamoré por mucho o poco tiempo. Pero sobre todo me hizo pensar en esas historias que no pudieron ser. 
 Porque cuando quiero pensar en el amor, mi mente no me lleva a los cuentos que se acabaron. Me lleva a una de esas historias que no fueron. Y no entendía por qué, hasta hoy. ¿Es parte de la sabiduría de los 30? ¿Cuando llega el super poder de levantarse automáticamente a las 8 AM, dominar el sudoku y convertirme en deportista?
 Mi mente vuelve a esta historia de amor que no fue, porque es un relato que por siempre mantiene algo de actualidad. Es como ese tapado de Jazmin Chebar que viste en 2011 y no compraste. Porque no era el momento, porque manejaban "números" diferentes, porque alguien más lo estaba usando, porque vos usabas otro tapado. Pero compartieron algo. Idílico, fantaseado, de contemplación a los pies de su vidriera; de deseo. Y no es como el tapado que sí compraste, porque tu deseo no se esfumó adentro de una canasta de beneficencia, una pérdida no premeditada o un error de tintorería. 
 Las historias que no fueron, son historias perfectas. Suelen ser historias prohibidas, desubicadas en tiempo y lugar; pero deseadas. Y no es que por siempre nuestro deseo invista a estas figuras, pero sí las recuerda con pasión. Y es esta pasión la que nos enamora del amor. 
 A veces creo, que si esta historia particular hubiese sido posible, si hubiésemos cambiado de tapado, si hubiésemos corrido un riesgo o nos hubiésemos olvidado de los "números"; tal vez sería simplemente una historia más entre las ocho. Si hubiésemos dicho que sí, ¿habríamos elegido desenamorarnos del amor?
 Son sueños salvajes, los que hacen a las historias de amor  en pausa perfectas. Y son restricciones las que nos enamoran del amor. Desde lejos, admiramos lo que del otro nos encandila. En retazos de una historia que no se convierte en historia, proyectamos lo que esperamos del amor en otro que lo prolonga eternamente en el tiempo. 
 Estar "enamorado del amor" es enamorarse de las sensaciones que el otro nos provocó. No poder tenerlo, mantiene vivo y entero al deseo. Prolongarlo, lo convierte en un recuerdo que cristalizamos en la idea del "amor". Es como solo recordar el momento en el que la montaña rusa cae o el suspiro profundo de cuando ves el tapado por primera vez en la vidriera. 
 Y cuando me olvido de cómo es el amor, es una de estas historias la que recuerdo. Porque nos recordamos así. Yo; con mis vestidos de verano y rubor en crema, con mi uniforme del colegio o mi cartera llena de apuntes de la facultad, encontrando excusas para pasar con el auto por su vidriera. Él; tratando de convencerme de que necesitaba menos cosas en la vida, con su pelo perfecto y sus años de facultad dejados muy atrás, encontrando excusas para que pase por su vidriera. Yo; enamorada de la idea de que menos era más. Él; pensando que más, era imposible. Y nos siguen los recuerdos, yo con más años, que siguen sin sumar para él. Nos quedan los sueños salvajes, que nos enamoran del amor. Yo lo recuerdo perfecto, con la misma sensación que a los 16, a los 20 y a los 25. Él me recuerda en mis distintas versiones, desde mi pollera tableada, hasta mi rush rojo. 
 Y, como toda historia que no fue, nos volvemos a ver; aunque solo sea en nuestros sueños más salvajes. "Wildest dreams".

sábado, 8 de agosto de 2015

Some things are better left unsaid...

 "Necesito que me convenzan de no mandar(le) un mensaje". 
 La vida se para y el teléfono congela el reloj, tu actividad y tus pensamientos; que circulaban sobre la decisión de qué almorzar, se camuflan y van directo a otra encrucijada. 
 ¿Cuántas veces hemos mandado este tipo de mensajes, directa o indirectamente? A veces no somos lo suficientemente valientes como para admitir la duda del deseo, y lo expresamos simplemente como una afirmación. "Voy a mandar(le) un mensaje", esperando del otro lado la campana más conciente que frene este empuje inentendible, esta sensación de que un solo "click" va a hacer más liviana la ansiedad que nos acompaña después de un encuentro, un recuerdo, un día de lluvia. 
 ¿Y entonces? Lluvia de ideas, lluvia de posiciones. La que vela por el amor de telenovela y que todavía cree que Mufasa sigue vivo en algún rincón de Disney: "Mandalo, si te hace sentir mejor". Acobijando la fantasía de que este mensaje podría retornar en algo diferente a la ignorancia o la muerte del deseo. La voz más conciente, pegada a la realidad, con los pies en la tierra y casi descorazonada; que te ordena desde su lucidez: "No lo mandes. Te va a hacer mal". Y la que encarna a tu terapeuta en su receso semanal y te invita a esa reflexión (que claramente querías evitar mandando este mensaje): "¿Por qué?", "¿Qué vas a decir?", "¿Qué esperás de esta situación?". 
 Si elegiste bien a tu círculo íntimo, vas a tener todas estas respuestas en sus distintas variedades y colores. Vas a leer sus posiciones, vas a asentir con cada una de sus posturas y vas a seguir sientiéndote como el orto. ¿Al final? Vas a hacer lo que se te cante, como siempre. 
 No puedo juzgar, mi historial me condena. Dudo que cualquier mujer pueda juzgar, porque si no se identificaron con esta situación, probablemente no hayan ingresado aún al género. 
 Cuando miro estas novelas ajenas, o las vivo desde mi propia diaria, no hago más que preguntarme. Sí, mea culpa, soy esa voz de la conciencia que te va a preguntar "¿Por qué?". ¿Por qué ante el silencio de radio ajeno necesitamos insertar ruido? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a él? ¿Qué le dirías? Y, lo más importante, ¿qué fantasía te creaste sobre la repercusión de este mensaje? ¿Qué pasa si esa fantasía, no se cumple?
 A veces, antes de aconsejar, trato de ir más profundo, porque no quiero proyectar mis errores. Mi psicoanalista me dijo una vez que tiendo a callar mucho, por controlar aún más. Y yo le dije que, algunas cosas, es mejor dejarlas no dichas. 
 "Necesito que me convenzan de no mandar(le) un mensaje". 
 Y después de las preguntas, después de la cruel confesión de que en el silencio de radio se puede leer la intención de los demás, voy a aconsejarte que lo mandes. Pero antes, voy a ayudarte a hacer un recorrido por la historia. Por el día en el que le planchaste las camisas y no lo hiciste dormir en el sillón, el año que no te saludó en tu cumpleaños, la semana que lloraste en el piso de tu living, el mes que gastaste 3000$ en Cerini, el año que no te fuiste de vacaciones porque había que ahorrar, la fiesta que te dejó sola en el boliche, el finde que te hizo llorar a 500 Km. de distancia, cuando te cortó el teléfono en otro país o te dejó en el auto cuando lo acercabas a su casa. La foto que te mostraron donde estaba con otra persona usando el sweater que vos le regalaste, los mensajes que no te contestó, los mails que te mandó cuando se enteró que todo estaba mejor. Los regalos pedorros de cumple que aceptaste como una campeona poniendo buena cara, cuando aprendiste a "cocinar", los partidos de Boca que viste para entender de qué mierda hablaba. Esa vez que te adornó con elogios e insistió que se iba a arrepentir de no ser la persona para vos.  
 Y entonces, voy a aconsejarnos a todas mandar(le) ese mensaje al muerto vivo del pasado que nos cruzamos en alguna calle de Buenos Aires. Pero, ya que vamos a tirar un monólogo en la línea de tiempo averiada de una historia cerrada, no guardemos nada. 
 Porque últimamente noto que las mujeres tenemos esta tendencia pseudo destructiva, pseudo Laura Ingalls o Ned Flanders, de hacernos las copadas con el pasado. Mandamos mensajes con buenos augurios o reflexiones benévolas de una evaluación de Historia que claramente reprobamos. Y después puteamos cuando recibimos respuestas vacías de contenido armadas sobre clisés políticamente correctos como "Gracias. Beso."
 No mandemos un "Qué lindo verte", un emoticon de un mono sonriente o un mensaje vacío. POR FAVOR no mandemos un audio de "Hola, ¿cómo estás?" o un "Mirá lo que encontré" con una imagen adjunta polvorienta de algún verano compartido. (La dignidad ante todo). 
 "Necesito que me convenzan de no mandar(le) un mensaje".  
 No lo mandes. No querés mandar(le) un mensaje, querés recibir una respuesta, querés controlar al otro y poder cambiar la historia que llevó al silencio de radio. 
 Hay muchas razones por las cuales algunas cosas, mejor dejarlas no dichas. Cuando ya las dijimos, cuando no sabemos decirlas y cuando el otro no sabe/puede escucharlas. No hace falta que nos digamos que es lindo vernos, que seguimos con nuestra vida, que no nos necesitamos y vamos a estar bien. Algunas cosas, mejor dejarlas no dichas. Gasten en Cerini, le hace mejor al corazón que el silencio de radio. 


viernes, 24 de julio de 2015

You change your mind, like a girl changes clothes...

 "Me salió la minita de adentro".
 Me sorprendo a mi misma cuando mis amigas sostienen estas confesiones. "Sos minita", ¿Qué tendría que haberte salido? ¿Un león? ¿Heidegger? ¿Una canción de Babasonicos? ¿Kung Fu Panda?
 Aparentemente la aparición "minita" es la retirada poco elegante, donde nos salimos de escena con un comentario que maquilla una especie de reproche. Esconde la impronta de "No me importa, pero me re importó", "Hacé lo que quieras, pero esto no estaría siendo lo que yo quiero que quieras". Es ese pseudo fallido donde lo que queríamos decir nos sale para el orto. Pero sale. 
 Y esta estrategia fallada no la usamos solamente cuando queremos algo con todo nuestro corazón. Significando por "(lo que queremos) con todo nuestro corazón", algún capricho o deseo que nos ocupó ese día. También se nos suele escapar cuando queremos que el otro se percate de lo que nos cuesta decir directamente. ¿Qué esconde? Falta de terapia, histeria y un poquito de frustración. 
 ¿Entonces? Hay que diferenciar el ser "mina" o mujer, de los "momentos minita". Y creo que a eso apuntaba esta confesión. Porque, por más maduras y pensantes que seamos, todas tuvimos uno de esos "momentos". 
 Desde "Hacé lo que quieras", "Te lo paso por mail, CERO drama", "Ya tenía planes igual ( No mientas, tus planes son Mac Donald´s en la cama -> todas lo sabemos), "Sin apuro, VAMOS VIENDO", hasta frases más condenatorias que atentan contra nuestro "no minismo". Frases donde todo lo que escondiste en esas otras afirmaciones copadas, hace erupción del volcán del "minismo". Y sos un poquito más cruda, un poco menos sutil y algo más aminada. "La dejamos acá, olvidate", "No entiendo para qué me escribís", "Adiós para siempre, comprate una bufanda como la gente".
 ¿Dónde está el problema? ¿En un otro que también roza la histeria? Pero, ¿y cuando el otro es sincero y cercano, pero lo que desata el caos es la incongruencia de deseos? 
 El problema está en la mediación que permita elaborar mensajes que el otro pueda decodificar. El problema está en cómo codificamos. Porque los hombres, no traen la lectora de "minita" en su hardware y no tienen la app en su software. 
 Y nos entiendo, nos super entiendo. Porque yo tengo el software, un poco viruseado algunos días, desinstalado otros. Pero me pregunto qué podemos hacer para solucionar estos desencuentros comunicacionales en las relaciones del día  a día. 
 Hay que aprender a codificar. Hay que buscar la herramienta que nos permita elaborar oraciones A) Ubicadas en tiempo y espacio, B) Con hilos lógicos, C) Más concretas, D) Claras, en la medida de lo posible.
 Hay que aprender a codificar adaptándose al interlocutor. Porque ahí donde no nos pueden leer, es ahí donde entramos en la zona "minita". "¿Qué le pasa a esta mina?", "¿Te enojaste?", "Te juro que estoy resfriado, te mando la foto del termómetro" y, la peor, "Dale. Beso" (No entendió NADA). 
 Codificamos mal chicas. Queremos helado y  decimos que queremos una manzana, queremos salir con él y perjuramos que ni locas aceptaríamos la invitación, queremos un tapado en nuestro cumple y nos quedamos mirando la vidriera de Jazmin con cara de anhelo (Como si se dieran cuenta. Piensan que estás viendo todo o tu reflejo en el vidrio). 
 Codificamos como nuestro peor enemigo. ¿Es tan difícil decir "Quiero helado"? ¿Es imposible decirle "No te quiero ver más"? ¿Es impensable aclararle "Para mi cumple andá a Jazmin Chebar"? 
 Pero eso no es todo. Decodificamos peor. Porque queremos pasar sus CD´s por la lectora "minita". "Me dijo que se queda en la casa, pero EN REALIDAD me frizó", "Quiere un juego de la play, pero yo sé que en realidad quiere las Nike para correr los domingos". QUIERE EL WINNING 2023, sacá el CD de esa lectora YA. 
 Codificamos mal, porque decodificamos para atrás. Es como dar vuelta la cinta de un cassette, como pasar un mensaje al jeringoso o querer ponerte un guante en el pie. Y en este tumulto inestable de mensajes que nosotras mismas generamos a partir de una lectura neurótica y segmentada; pensamos que su mente cambia tanto como nosotras de ropa. Gestamos amores bipolares sobre un andamio de (mala)codificación. Frío, caliente; sí, no; adentro, afuera; arriba, abajo; blanco, negro; peleamos, terminamos; besamos, reconciliamos. No nos queremos ir, y no nos queremos quedar. Todo esto en un día, en nuestra propia cabeza-computadora.   
 Ellos hablan castellano, nosotras los leemos en arameo. Los analizamos como si sus mensajes fueran pistas de un crucigrama, del que no están ni enterados. Pero eso solo...cuando estamos en "minita".




Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...