sábado, 24 de octubre de 2015

Chasing love...with a monster.

 Estuve más de quince días sin terapia. Y no es que no pueda funcionar sin estas sesiones de catarsis, CLARAMENTE, puedo; pagando cierto costo obviamente. Porque, todo lo que vamos perdiendo, deja marcas en el Debe de nuestro balance. 
 Cambié tres veces un mismo regalo, acumulando curiosamente cuatro tickets. ¿Traducción? No solo cambié, también compré. Tuve tres pesadillas que me olvidé de anotar y se borraron completamente de mi mente. Cambié de crema enjuague, volví al jabón liquido y saqué más de 30 cosas de mi placard para regalar. Hice gira de amigos y no cociné NI UN DIA. 
 Obviamente en estas dos semanas sin terapia pasó de todo. ¿Es este un patrón? De semana a semana nos vemos las caras y revolvemos el pasado en busca de piezas para reacomodar. Mi primera Barbie, el día que no salí abanderada, cómo dejé a mi primer novio por ICQ y el karma me hizo dejar una llave en un sobre años después. 
 Pero, cuando tengo situaciones en las que me urge este lugar sagrado donde mi mente ordena sus delirantes interpretaciones de la A a la Z, descarta esas estrategias que solo a ella le hacen sentido y descomprime la presión que la caracteriza; hay feriados, paros o compromisos inamovibles. 
 ¿Resultado? Vernos las caras con mi terapeuta un Sábado a la mañana. Decidí alinear chacras con una clase matutina de Yoga porque, seamos honestas, no podía caerle con toda mi energía a esta Psícologa que tan amablemente acoge mi psiquis. 
 Mientras la profesora octagenaria de Yoga corregía mi postura tirando (o intentando arrancarme) de mis brazos, yo solo podía pensar en: Café, mi almohada, dónde conseguir esa remera que está agotada y en por qué no me puse una campera. Y, entre tema y tema, me acordaba que había que estar pensando en la respiración. 
 Y, aunque por cinco segundos logré concentrarse en la respiración, en el cuerpo y el momento; al sexto me teletransporté. ¿Dónde? A una cita nefasta. Situación: Bodegón, la cerveza más eterna de mi vida y la persona más extraña del mundo. No tengo intención de indagar en este trágico encuentro de los 50 minutos más largos de mi vida, pero sí en esta idea que me transmitió la persona más rara con la que me crucé este año. "No hay que pensar tanto, no hay que analizar, hay que vivir el momento". 
 Bueno, este chico lo dijo en cinco minutos, con menos sentido y en un tono de voz de ultratumba. Me tomé el atrevimiento de traducirlo para ustedes. 
 El tema es que ahí estaba yo, haciendo la posición de la "Cobra"; pensando en desayunos, en otro chico, en una fiesta que tengo dentro de tres semanas, terapia y tratando de no morir con las correcciones de la profesora. ¿Cómo es posible estar en tantos lugares a la vez? Maldito chico de la cita siniestra, tenía razón. Pienso demasiado. 
  Segura de que mi Psicóloga iba a avalar esta teoría y levantar la imposición mental con la que estuve conviviendo esta semana, entré a su consultorio. 
 "Tengo dos historias importantes que contarte. Una es una mierda, y la sumarizo (Insert cita siniestra Here)". De la cita siniestra salté a esta idea de que no amamos solo con la esas mariposas del pecho, nos enamoramos con la mente. ¿Es posible que haya que pensar menos, y hacer lo que se nos cante todo el tiempo? Escribir cuando queremos, llamar cuando queremos, ser menos orgullosos, usar collares los domingos sobre el pijama. 
 Porque el amor se apuntaló en la cabeza y empezamos a crear reglas de juego. EMPEZAMOS A PENSAR DEMASIADO. No me llamás, no te llamo. No me buscás, no te busco. Uno a uno, dos a tres, cero a cero, menos cuatro a cinco. Y, como las mujeres tenemos cuestionable fuerza de voluntad ante mariposas, proyectamos estas reglas en nuestras amigas, creando un circuito de culpa en función al control de estas guardianas de nuestras promesas. 
 ¿Entonces? Creamos máximas que sabemos que queremos romper desde lo más profundo de nuestras entrañas, y ponemos a las demás a custodiarlas cual gárgolas. ¿Y después? Cuando el deseo sube, lo ponemos en un grupo de chat y las gárgolas nos cagan a pedos. ¿Resultado? Sentimos mucha culpa y cumplimos una promesa que no nació de lo que sentís, nació de lo que pensás. 
 Es un circuito perfecto, digno de cualquier manipulador o la CIA. Las mujeres tendríamos que reinar el mundo, somos más racionales de lo que parecemos. Habría que pasarle este circuito mental a la clínica de Cormillot...o a la Asociación de Psiquiatría. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y nuestra cabeza se interpone en el display natural de la situación. Genera blancos en momentos clave, se rehusa ante la extrema atención, se intriga ante las mínimas demostraciones y se encanta ante la indiferencia. Nos enamoramos, con un monstruo. 
 Este monstruo se cree que entendió la metonimia del deseo, y piensa que puede manipularla a su favor. Genera reglas y pasos para controlar una situación que, evidentemente, no va a poder controlar. Escucha el susurro de mariposas y se piensa que puede reinar sobre eso. Es un monstruo que no para de pensar y cancherear. Diseña estrategias de conquista, como si todo pudiera ser racionalizado. 
 Es un monstruo sumamente inteligente y psicoanalizado. Permite la homeostasis en la mayoría de las situaciones pero, en otras, no tiene la menor idea sobre qué hacer. Se piensa que sabe lo que tiene que decir, y termina espantando. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Una parte de nuestro ser, que nos hace ilegibles, intentando mantener la calma en situaciones que hacen fluctuar la energía. Y este monstruo, que es el mismo que segmenta mi placard y me ayuda a combinar colores, es el que me resta puntos en otras situaciones. Este monstruo adicto a la coca light, que me hace sacar 10 en parciales y tiene un amor platónico con John Malkovich; es el mismo que se pone en blanco y recalcula cuando le piden respuestas que puedan comprometer su equilibrio mental. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y empiezo a preguntarme si buscamos a alguien que se enamore de ese monstruo, o que lo pueda domar. Si buscamos alguien que aprenda a hablarle a los ojos, o logre hacerle Jaque Mate. Yo aprendí que mi monstruo, se calla cuando alguien es muy directo. Recalcula y se intriga. Pero no deja de tramar porque, perseguimos el amor, con un monstruo. 
 Pensé que mi Psicóloga iba a librarme de estas reglas que reinan los chats con mis amigas. Pensé que iba a decirme que lo encierre un ratito y no lo deje transitar mis fines de semana. Pero, aparentemente, lo quiere escuchar. Porque, para domar una fiera, hay que mirarla a los ojos. Y porque es la única forma de no amar, con un monstruo. 








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