domingo, 27 de octubre de 2019

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar carrera. Esas que mezclan angustia y entusiasmo, en ese punto exacto donde no se pueden diferenciar. 
 ¿No es así como empiezan las revoluciones (internas)? De una sensación que convoca, aún antes de delimitar un objetivo, mucho menos un camino. Sentimientos que se unen a lo que pueden, para expresarse, mostrarse y tramitarse.
Y así fue que, el mío, se adosó al deseo de aprender a jugar al ajedrez. ¿Qué más podía hacer entonces que buscar un “maestro”?
 Tengo que reconocer que pensé que iba a sentirme más segura en estos partidos. ¿No es acaso un ejército lo que uno controla en este tablero? Avanzan los peones, la caballería y los alfiles. Desfilan las torres, vuela la reina y se agazapa el rey. 
 Es un juego de estrategia. De esos donde un único objetivo motoriza las movidas y el fin justifica los medios (la única forma en que uno acceda a "matar" un caballo). 
 Cuando aprendí las reglas me hice una gran pregunta. ¿Por qué defendemos al Rey cuando la reina es la más versátil en sus movimientos? Y es esta la pregunta que subyace a mis partidos con una computadora en algún servidor remoto de Corea del Sur o el fin del mundo. 
 Y, si les digo la verdad, en este mes no gané ni un partido. Con lo que eso significa a mi ego Superyoico. Pero aprendí un montón. No sé si de jugadas, creo que soy bastante mala, pero ¿desde cuándo perder te exime de aprender?
 Jugué varios partidos que llegaron a una especie de empate. Partidos donde ni mi ejército, ni el del otro ganaron. Entendí que en esas partidas mi estrategia era que el otro no pudiera cumplir su meta (o tal vez era simplemente miedo a perder). Pero me perdí de mi propio objetivo y quedamos ambos en un baile sin fin, sin posibilidad de avanzar.
 Otros partidos los perdí. No me quise jugar nada y, por protegerme de que el tablero cambiara, perdí todas mis fichas. Entendí que, a veces hay que saber cuándo perder algo, para ganar. Supongo que es una lección que también podría haber sacado de Cenicienta, pero los ratones que cantan me distraen.
 Me pregunto entonces si no es esto lo que necesitaba experimentar. Irónicamente simbolizado en algo tan concreto como un Tablero de Ajedrez. ¿Podría ser este juego la terapia del 2020? ¿Podría ser que el ajedrez sea como el amor? ¿Podríamos diagnosticarnos en las relaciones en este magnífico tablero? Una conversación reciente con amigas, me hace pensar que sí.
 "Sé que tengo que decirle que no. Pero no puedo, quiero creer que va a poder". Y muere la reina. "Sé que no tendría que ir, porque esto ya pasó. Pero no quiero otra cosa". Y traba un peón.
  Están los que avanzan despiadados, quemando todo lo que tocan, solo por reinar. Los que, por defenderse hasta el final, nunca avanzan. Otros que solo neutralizan, pensando que van a jaquear al rey, cuando solo traban el tablero. Y los que danzan, entendiendo que ambos ejércitos pueden perder algo, y eso no implica perder todo. 
 Me pregunto si no es necesario entender en qué estrategia está uno, para poder aprender y jugar partidos distintos en la vida. 
 "Esto ya pasó". Me dice mi amiga, mientras relata relaciones que, aún con distintos personajes, se asemejan increíblemente entre ellas. Y, sin haber aprendido de su partenaire, se sume en un partido de final anunciado, en una vida que circula concéntricamente y pasa por lugares no fructíferos ya conocidos. 
 Y, no me malinterpreten, final anunciado no se trata de perder. Se trata de no ganar nada nuevo en función a las pequeñas (o grandes) pérdidas que ella esté dispuesta a afrontar. 
 Le pregunto a mi interlocutora si no piensa que, más que esperar un cambio en el otro, hay que provocar un cambio en la posición de uno. A veces hay que defender a la reina también.
Provocar un cambio en la posición de uno ¿No es esa acaso la única forma de impactar en la historia que se repite? A veces para ganar, hay que perder algo. Es la única forma de hacer jaque al Rey.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Carta del Editor

Queridas/os Lectoras/es,
Hace ya algún tiempo que me pregunto cuál es el mejor espacio para escribir. Lo suspendí por un período, avocándome a otros medios de expresión. Intenté reconectar con la guitarra a pesar de mi cuestionable prensión fina, esbocé un intento de decoración extraño, googleé un curso para hacer accesorios y hasta contemplé la cerámica (aunque a nadie se lo confesé).
 Pero, una y otra vez, me encontré escribiendo. Porque, seamos realistas, pueden sacar a la chica del blog, pero no pueden sacar al blog de la chica.
 En dos años compré cerca de 6 cuadernos, escribí en muchas servilletas, notas de celular, algunos Word´s y en mi cabeza. Aún no vieron la luz: Un proyecto de cuento infantil, una analogía entre "Alicia en al país de las maravillas" y un set de sueños que tuve; un par de cartas, mi visión sobre el duelo de la vida cotidiana y varias listas interminables de nimiedades como "qué llevar en una valija".
 Mi cabeza escribe constantemente. Ramifica escenas de la vida real con una cuota de fantasía, reconecta historias y saca conclusiones. Y, si bien creo en escribir para uno, me encuentro en la ambigüedad de sospechar casi con certeza de que las palabras siempre nacen para resonar en un otro. 
 Dudé sobre si volver a este espacio en particular porque no tengo intención de resumir dos años o, mejor dicho: "6 cuadernos, (...) muchas servilletas, notas de celular (y) algunos Word´s". Definitivamente hay un gap entre la editora 2017 y la 2019.
 Pero mi algoritmo de YouTube fue sabio. Y; entre algunos videos de la pelea de los hermanos Nick y Aaron Carter, otros de Psicoanálisis y un par de episodios de LAM; me acercó una Biografia de 9 minutos de Anna Wintour, editora de Vogue.
 Salvando las distancias entre este Blog y Vogue, que la biografía de Anna apuntaba a un eje completamente diferente al que pienso recortar y que ahora mi algoritmo me trae cosas de Wintour en todas mis redes; lo que quiero rescatar es la capacidad de retomar y renovar espacios a lo largo del tiempo. Esta editora transformó revistas, recreándolas desde distintas ópticas en diferentes épocas.
 Y entonces dejo de pensar en gaps y pienso tres cosas. 1) Sí, Anna Wintour da miedo y mi lectura es que no se saca los anteojos porque entonces el mundo descubriría su falta de conexión emocional. 2) Qué tanto más fácil sería vestirse con el temor del 90% de los diseñadores que te mandan ropa a tu casa solo por aceptación social. 3) Empiezo a pensar en evoluciones.
 Sí, evoluciones. Porque, queridos lectores, la edición de este lugar definitivamente no fue la misma en el 2013, 2015 o 2017 y, probablemente, ustedes tampoco. ¿Y no es acaso eso lo mágico de la vida? ¿Qué diría de nosotros el que nada cambie de lugar?
 
 
V
Editora en Jefe.
 

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...