lunes, 22 de junio de 2015

Doce Horas, un amor de moda...

  Todos sabíamos que era cuestión de tiempo hasta que sintiera la necesidad de compartir mi visión sobre los nuevos "medios" de conocer gente en el 2015. 
 Dos años de blog, ocho (o más) cortes de pelo, diez shocks de keratina, unos 24 esmaltes, más de dos tercios de mi placard renovado, cuatro nuevos grupos de chats y ¿cuántas citas? Menos que los esmaltes, bastantes más que los chats. 
 ¿Dónde quedó esa época en la que conseguíamos un teléfono de línea y esperábamos la hora pre-cena para hablar con nuestro pretendiente? Quedó enterrada en una infinidad de redes sociales que permiten al otro saber todo sobre nosotros. Bueno, todo lo que estamos dispuestos a compartir. Nuestras mejores fotos, nuestros pensamientos más intelectuales y los lugares más top que visitamos. Punto en el cual tendría que hacer un mea culpa, y aceptar que mi neurosis obsesiva pone poco filtro a la parte de mi que comparto, la cual es puro reflejo de mis raíces neuróticas. 
 ¿Dónde quedó el tratar de adivinar el bar, boliche, cine en el que podríamos cruzarnos al cortejado? ¿Dónde está esa época en la que teníamos pase VIP a los terceros tiempos con la esperanza de ver a alguien? ¿O la adrenalina de la incertidumbre de los puntos en común?
 ¿Dónde quedó esa época en la que podíamos repetir infinitas veces outfits sin que el 75% de nuestra red de contactos se enterara? ¿El misterio de los contactos compartidos, el puesto de trabajo o los gustos musicales? Y ¿Esa época en la que tipear nuestro nombre en Google arrojaba como resultado algún artículo en Wikipedia que poco tenía que ver con nosotros?
 Tres palabras, un click y nuestro mundo está a merced de infinidad de stalkers que no necesitan hacer mucho esfuerzo para descifrarnos. 
 ¿Se acabó el misterio en el camino del romance? 
 Innovadores geniecillos con complejo de Bill Gates habitan el mundo programando infinidad de aplicaciones que nos permiten tener la información de quien queramos, en la palma de nuestra mano (O en la pantalla de nuestro celular). 
 En el 2015 el mundo de las citas está dominado en un 73% por aplicaciones que nos muestran los mejores (o peores) pretendientes en nuestro radar. Por cada cita que nace en una charla de ascensor, un casamiento o una flecha de Cupido; hay tres que nacen en una aplicación donde "nos amamos de cara". 
 Una aplicación donde todos fueron a Europa, hicieron paracaidismo, se broncearon en Brasil y tienen un grupo "potable" de amigos para presentar. Donde todos son "emprendedores" o "CEO" de su propia vida. Donde caras de 40 años, tienen 30 y caras de 25, también, tienen 30. Una aplicación donde la gente se elige de cara, rogando no encontrar un hobbit al otro lado del teléfono. 
 ¿Cómo algo tan emocionante como una cita, puede volverse algo tan monótono? Misma conversación, mismos chistes, mismo modus operandi.  ¿Dónde quedaron las mariposas que nacen de las expectativas de que nos invitemos a salir? ¿Dónde quedó la preparación mental y el deseo de conocer lo que Google no mostraba?
 Amamos de cara, eso es lo que hacemos cuando apretamos un corazón en nuestra touch screen. ¿El otro en la palma de nuestra mano? Más bien lo que el otro quiere mostrar. 
 Soy una persona moderna, por lo que no voy a negarme a estas nuevas formas de llegar a una sociedad sobreadaptada a la tecnología. ¿Es divertido? Es cansador. Las posibilidades son infinitas, dinámicas y demandantes. Pero, el hecho de que las opciones sean infinitas, encuentra una contradicción. Compartimos el mismo radio, compartimos el mismo mercado...y, a veces, compramos corazones que estaban destinados a filtrarse por selección natural en el "mundo real". 
 No estoy en contra de amarnos de cara, un ratito. Pero, en el fondo, siento que estos son "amores de moda" destinados a durar 12 Hs. 
 Siento que a estos encuentros les faltan algunos condimentos que encontramos en las citas a la antigua. A) El amarnos de cara real, y no nuestras caras en la Torre Eiffel o la muralla China tras el manto de nuestros Ray Ban como si estuviésemos en una misión comando. B) El salir de charlas banales y estereotipadas cual libreto de película. C) El momento emblemático en el que nos invitamos a salir y sabemos, por el quantum de energía y valor que esto implica, que no estamos siendo invitados por otros cuatro corazones.
 La tecnología abre muchas puertas, muchas dignas de cerrar. Termina con amores que no empezaron nunca, no nos enseña nada sobre la frustración o el face to face. "Doce horas, un amor de moda", eso es lo que dura amar de cara. Doce  horas y más datos de los que una mente humana soltera puede retener. Doce horas y "ya ni me lo puedo acordar". 
 Volvamos a las charlas en ascensor, no me niego a un chat de Whatsapp, una solicitud de amistad de Facebook o un e mail. Simplemente creo que estas mutaciones de los encuentros interpersonales son demasiado para cualquier mente, y aburridos para Cupido. 







martes, 9 de junio de 2015

There's no pot of gold in the rainbows we chase...

 Seis días sin luz. Seis días para aprender a vivir como la gente prehistórica, o sucumbir al nomadismo.  Seis días de excusa perfecta para no ir al gimnasio, de visitas exprés a mi casa para tirar ropa en la cama y armar outfits a la luz de una mini linterna,de transportar maquillaje en la cartera, de no prender mi computadora y oscilar entre dos collares y un mismo reloj.
  ¿Qué descubri de mi misma? Que, más allá de mi ascendencia gitana, debo tener antepasados lechuzas porque veo muy bien en ambientes oscuros. Puedo vivir con menos accesorios de los que todos pensábamos y no necesito mi ipod, estoy reencontrándome con mi lado más intelectual en eso que todos llaman libros y cantando más que nunca en la ducha.
 Descubrí también que hay algo que extraño más que todo lo demás. ¿Mi intimidad? Si, un poco, pero no. Extraño mi almohada, la extraño con todo mi ser.  La extraño más que al agua termal a la mañana, Netflix en la cama o el paquete de Kit Kats que dejé huérfano en la heladera descongelada. Extraño cómo nos complementamos y cómo hace que mis otras dos almohadas y tres amohadones parezcan de segunda mano.
 Entonces pienso: ¿Estás realmente extrañando una almohada? ¿Llegamos a ese nivel de costumbrismo y ridiculez? Sí, extraño una almohada, no lo puedo evitar.
 Y conecto, en el torbellino de asociación libre que me caracteriza y que deleitaría a cualquier reencarnación de Freud, con una pregunta que me hicieron hace un tiempo. ¿Cómo es ser soltera en el 2000+15?
 En su momento respondí como si ser soltera en el 2015 fuera lo más top que te puede pasar en la vida. Viernes libres para pintarte las uñas, afters con amigas y sábados con planes. Citas, visitas sin censura a Zara y Luis Miguel a todo volumen en tu living el domingo.  Enamorarte todos los días en el subte, nadie que te cele o necesite ser alimentado y solo un recuerdo vago y lejano del fútbol en gritos masculinos de edificios lejanos.
 Sí, el invierno es más difícil y te abrazas a vos misma en las películas de terror. Pero, honestamente, todos los hombres que conocí le tenían miedo a “La bruja de Blair” y en invierno me robaban el plumón.
 Creo que con mis argumentos casi convenzo a la persona que me preguntó de unirse al grupo de los solteros en el 2015. Se fue pensando que estar solo en esta década es casi como ser un rockstar de gira. Y, para ser sincera, yo también me fui con esa sensación.
 ¿Entonces? Entonces extraño una almohada de cinco años de edad, y me pregunto quién es una rockstar. ¿Yo? No, claramente no. Ningún rockstar extraña una almohada. Los rockstars duermen en el piso, en la suite presidencial, con una persona distinta cada noche, y hasta no duermen. No extrañan el cúmulo perfecto de goma espuma (o el material que sea) donde apoyan la cabeza.   
 Mi destino no puede ser aferrarme a una almohada, por más memoria ergonométrica que tenga. Y no puedo usar toda la semana el mismo collar, el mismo reloj, el mismo tapado; no es coherente con quien yo soy.  Edesur me está robando parte de mi esencia junto con el suministro energético, y me está dejando demasiado tiempo de reflexión en este flashback al pasado pseudo amish.

 Empiezo a preguntarme si ser soltera no tiene una ínfima arista que roza con esta realidad. Es como vivir de pijama party. ¿Un poco nómade quizás? La disponibilidad para boyar de casa en casa, generando vínculos de valor con almohadas. Mis amigas extrañan a sus novios, sus perros, ¿sus hijos? Yo extraño 27 collares y una almohada que me cambió la vida, comer chocolate en la cama y leer con la tele encendida. 
 Veintisiete collares y una almohada. No es un arco iris que nos vaya a llevar a una olla de oro, pero nos aferramos. Ser soltero es tener derecho a aferrarse a banalidades, un arco iris con algo de gris por momentos. Es tener veintisiete collares y enamorarse de una almohada.   

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...