sábado, 28 de junio de 2014

No sé cómo lograr mi alma reparar...

 Últimamente me dedico a escuchar, sin escuchar, reflexiones ajenas. Y pienso, no sobre las miradas de los otros, sino sobre lo fácil que es dar consejos desde una óptica exterior a una situación. 
 "En casa de herrero, cuchillo de palo". Los contadores no llevan necesariamente excels de su economía hogareña, los masajistas se contracturan y los médicos se enferman. Los técnicos no cambian las lamparitas de sus casas, los choferes caminan y los cocineros piden delivery. Y los psicólogos, somos neuróticos (en el mejor de los escenarios). 
 Hace casi una semana, acomodada perfectamente de coté en el diván de cuero de mi terapeuta; estaba en el medio de los monólogos que me caracterizan. Sosteniendo que por primera vez no tengo una lista o un plan para una situación puntual que me acecha; contándole suposiciones que decantan cuando uno suma uno más uno, cerrando cada frase con mi trillado "está muy bien". 
 "¿Qué sentís? Parece que no te moviera nada esto que decís". Mi oído pago de los lunes se refería a la simple suma de hechos supuestos. Y entonces por primera vez en un año me quedé completamente callada y tuve que mirar la pared blanca, porque el contacto visual se me hizo insostenible.
 A veces con la pregunta adecuada, en el momento justo, las palabras pueden moverse como un puzzle en la cabeza. Es como cuando ganabas el solitario en las compus viejas...al final del juego las cartas que estratégicamente colocaste una a una para salir airosa de la partida, volaban por toda la pantalla. Era como si nunca hubieras jugado.
 "¿Qué sentis?". Y volaron las cartas de la partida. Porque no pude hacer conexiones mentales para salir airosa de la situación. Es como cuando alguien mezcla tres estampados y texturas diferentes, usa collar Y vincha, y te pregunta "¿Estoy bien?". Las neuronas dejan de hacer sinapsis y una tarda tres minutos reloj en generar una respuesta políticamente correcta, pero que nos permita mantener nuestra dignidad. Porque DE NINGUNA MANERA hay que avalar con palabras la errónea combinación de texturas.
 Miré la pared y voló la baraja. Y, aunque mi terapeuta no tiene espejos (cosa que ya le reproché tres veces), sé que puse mi distintiva mirada de preocupación. Y los tres minutos que tardé en contestar con un político "Está bien...ahora no siento", junto con mi cambio de respiración, bastaron. 
 Y no quise volver la mirada a ella, porque si algo caracteriza a mi psicóloga es su fruncida de labios y ojos de gato de Shrek apiadándose de mis intelectualizaciones y maquinando alguna estrategia terapéutica para que mi Superyo salga de su puesto de combate. 
 Pero hay algo que nos une. Freud lo llamaría transferencia...yo lo llamo supervivencia. Porque, aunque sea más fácil para mi entrar en una relación transferencial con Zara; ella sabe, que yo sé. Yo sé que no quiero sentir, ella sabe que siento; y las dos sabemos que necesito hacer un poquito menos de sinapsis. 
 Lo que  siento en Junio es que necesito sweaters...y no los compré (Bueno...compré uno, pero en mi mundo matemático uno es cero). Miro la cima de mi placard, donde se ubican caóticamente los abrigos, y no entra ni un invisible, y me pregunto: ¿No tenés criterio boluda? Y entonces pienso en el mecanismo de desplazamiento y aplaudo a mi psiquismo. Lo aplaudo porque es más astuto de lo que pensaba. Aunque, por otro lado, es como un mono con navaja; porque su pequeño vericueto cuesta miles de pesos en terapia, más la inversión en sweaters y ni hablar del espacio.
 Y en un mano a mano donde mi psicóloga quiere hacerme ver que no nos conocimos porque era parte de mis planes, sino porque algo me movió a reencontrarme con el diván...intento minimizar situaciones y explicarle que yo necesito sentir que me queda algo de control.
 Y, como a veces mi guerra intrapsíquica se apiada de mi, por un rato puedo aceptar que la visito porque "no sé cómo lograr mi alma reparar"...Y le confieso que en mi mundo la gente no llora, porque "llorar no sirve de nada", te deforma la cara y te irrita la nariz. Y ella me confiesa que eso está mal, porque aparentemente la gente llora y eso está bien...Así que ahora, aparte de comprar sweaters, tengo que llorar cuando sumo uno más uno. Y como soy muy buena en matemática, ya sumé.

domingo, 22 de junio de 2014

it´s been a while, since I begged for anything...

 Cuando entro a una librería me pasa algo extraño. Experimento una sensación completamente distinta a la seguridad que siento cuando entro a un local de ropa. Cuando entro a estos cuartos repletos de libros, siento ansiedad. Ansiedad porque sé que estoy rodeada de historias que me gustaría incorporar por ósmosis.
 Tal vez de eso se trata leer, vivir la historia de otro mientras la propia vuelve al cauce. O por ahí proyectamos, porque es más fácil leerlo en un papel que tramitarlo en la cabeza. 
 Sea como sea, hace tiempo que me cuesta leer. Leí tres capítulos de cinco de los siete libros que compré. Y día por medio, los limpio como un accesorio más de mi casa, preguntándome si algún día voy a tener ganas de ver cómo terminan esas historias (o cómo empiezan).
 Y es que abrir un libro últimamente era resistir la tentación de leer la última hoja, supongo que para evitar sorpresas. Porque en la contratapa nunca te dicen la verdad de la historia. No te dicen si es realmente de amor, si hay extraterrestres o enfermedades. ¿Perdí la tolerancia a la sorpresa? 
 Bueno, en mi defensa, diría que NO. Lo que pasa es que para mí las sorpresas siempre vinieron en bolsas de Kosiuko, y serpentina, no en eventos desafortunados. Y es más que lógico que una mente inteligente quiera prepararse ante el imprevisto, por ejemplo leyendo la última hoja de un libro.
 Tal vez los libros tendrían que venir con un cuadro nutricional atrás. Pero en vez de calorías, deberían poner marcadores de emociones y conformidad con los finales. Como las Lays, que cuando las das vuelta dicen cuánta grasa tienen. Un libro que, cuando lo dé vuelta, diga "Vas a llorar un poquito", "No vale la pena", "Este no te lo olvidás más" o "Dejalo en la repisa y corré". (No sé si seguimos hablando de libros).
 Sea como sea. Entré a una librería para comprar un regalo, y lo vi. En un aparador que parecía ambientado para mí, lleno de colores fucsias y títulos eclécticos; había un libro de tapa salmón con letras gigantes. "Yo antes de ti". Y me quedé releyendo el título, creo que me tomó un minuto ir a la contratapa.
 No voy a detenerme en la historia que roza muchos clisés, pero logra atinar al punto simple del amor, mostrando que no se compone más que de momentos compartidos donde no tiene por qué haber fuegos artificiales en el aire.
 "Yo antes de ti". El título es simplemente una genialidad. Porque por sí mismo, atrapa cualquier ojo. Uno es siempre antes que algo, no hay nada que no nos marque. Yo antes de mis Hunter, odiaba más la lluvia; antes de probarlo, detestaba el Fernet y antes de tener tele en la habitación, no concebía comer en la cama. Piensen todos los "antes de"...antes de su primer beso, de la universidad; antes de esa cartera preferida, del push up y del rush rojo. Antes de sus mejores amigas, de la planchita o los maxi sweaters un día de pastas. Antes de que alguien les guste, sus músculos pre pilates o nuestras vidas antes de la tarjeta Sube. Siempre hay un antes, y un después, de algo.
 Por primera vez en un tiempo no quise leer la última página del libro. Quiero saber el final, y no quiero que se termine a la vez. Estoy dispuesta a recorrer la historia completa, reírme o llorar si es necesario.  Y todo ese circuito me hace pensar sobre el por qué no puedo leer últimamente. 
 No quiero sonar muy Nubeluz en su canción "Escapate con un libro". Pero la secuencia de la librería, me hace pensar. Simbólicamente digo...o literalmente, no lo sé. Quiero saber el final de "Yo antes de ti". No quiero que se termine, pero necesito seguir leyendo para saber qué pasa. Porque hasta que no llegue al final, voy a seguir dejando  historias en el tercer capítulo. Y algunas, para ser honesta, parecen interesantes. 
 La vida sería más fácil entre bolsas de Kosiuko y algunas sesiones menos de terapia. Pero supongo que sería como vivir en la última página de un relato. Y pasó mucho tiempo desde la última vez que rogué por algo, pero quiero más. Más historia supongo, o tal vez poder llegar al final y cerrar el libro. 


jueves, 12 de junio de 2014

Gimme gimme gimme...a man after midnight.

 Cada cuatro años el mundo gira al compás de la espera latente de un evento que enfrenta al mundo entre sí. Inversiones millonarias en equipos compuestos por hombres que nacieron para perseguir una pelota. Estrategias, camisetas y estadios; himnos, colores y copas.
 Cuatro años, 1460 rotaciones de la Tierra sobre su propio eje y 16 vueltas del planeta alrededor del Sol. Elecciones políticas sobre locaciones, decisiones marketineras de publicidad y composiciones de canciones para el show apertura. Sorteos de grupos y sueños de victoria. Personas de 20, 30, 40 años; coleccionando y cambiando figuritas. 
 Cuatro años de hombres reunidos alrededor de sus play stations encarnando virtualmente esta competencia con la ilusión de manejar a Messi y su equipo. Picadas, cerveza, joysticks y charlas de vestuario o almuerzos sobre sus propias estrategias.
 Cuatro vacaciones, cinco invitaciones a casamientos, dos bautismos y varios cumpleaños, dieciséis cambios de temporada y dos teles nuevas. 
 Estrategia y emoción, eso es el mundial para el sexo masculino. Hombres en impecables minishorts blancos, eso es el mundial para mi. Y lo único que entiendo es que la pelota tiene que entrar en el arco contrario. Los eventos para mi se miden de manera simple: Ganamos o no ganamos. Es probablemente la única situación vital donde mis skills estratégicos dejan mucho que desear.
 Esa época de la vida donde la sexualidad del mundo roza la ambiguedad. Voy al super y veo a los hombres, con hombres. Solo les falta tomarse de la mano y rezarle a una figurita de Messi.
 Hombres de la mano, grupos masculinos compartiendo miradas cómplices de ilusión, canciones pseudo románticas a sus jugadores preferidos, sentimientos apasionados por cada jugada. ¿Por qué? Porque, nosotras, DEJAMOS DE EXISTIR. 
 Y me gusta. Llega el mundial y las mujeres pasamos a segundo plano. No hay taco, perfume o batida de pestañas que acapare la atención ajena; ellos están embelesados con el fútbol. Me gusta, porque esto une a nuestro género: En el mundial, somos todas solteras.
 Es probablemente el único evento universal donde acatamos órdenes y protocolos masculinos. Los dejamos preparar sus picadas, enojarse por alguna jugada que no logramos descifrar y dominar el control remoto. Les permitimos encender la play cinco horas seguidas post partido, para que se sientan un poco como Beckham; nos bancamos alguna puteada cuando sin querer pasamos por adelante de la tele y les preparamos fernet. 
 Cedemos territorio; porque solamente una mente astuta sabe que, para  cosechar, hay que sembrar. Y si jugamos bien nuestras cartas, este mes, nos lo pagan con 48 meses más donde somos las reinas de la escena.
 La Tierra se convierte en Ciudad Gótica, donde el mundo parece haber parado. Parece una película futurista donde solo quedan algunas mujeres en acción. 
 Me gusta, este mes somos todas solteras. Todas saben lo que es el silencio ajeno y la salida de escena ajena. Me gusta, porque hay un plus de hombres lindos en perfectos shorts blancos, transpirando por un ideal. Me gusta, porque no están atentos a si compramos un poquito de más. Me gusta, porque el mundo deja de girar universalmente, y no solo para mi.
 No tiene sentido leer el horóscopo este mes, claramente no es el momento para ninguna mujer. ¿Qué queda? Peluquería, shopping, series online. Queda leer un libro y rogar no tener ganas de hacer pis en el medio de algún partido, para evitar el bloqueo visual del televisor. 
 Y agradezcan, agradezcan que no hay una diferencia horaria abismal que haga que él se ponga despertadores masoquistas a las 3 AM para no perderse ningún partido. Porque, ¿saben qué? A las 3 AM no están los amigos, salvo que haga un pijama party. Entonces ¿a quién va a despertar para comentar alguna jugada increíble de la pulga o algún jugador hindú desconocido? A USTEDES.
 ¿Qué nos queda? Comer breadsticks y comentar lo menos posible. O, pueden usar la estrategia contraria y hacerse las interesadas por descifrar ese deporte misterioso que es el fútbol: "¿Qué es un offside?". Ah ah, muevo la cabeza negativamente ante este GRAVE error. HORAS de escuchar a hombres tratar de explicarme el offside con palabras, dibujos, representaciones mudas y ejemplos didácticos en mi idioma; me llevan a decirles que esa no es una buena opción de afianzamiento del vínculo. Sobre todo porque después las van a llamar ante CADA offside al sonido de: "¿Viste?".
 ¿Qué nos queda? Mirar y aprender. Aprender la magia de lo que hipnotiza y une a los hombres. Porque de cada situación, se puede sacar una lección. Quizás sea que simplemente hay que usar más minishorts blancos, dejarlos en offside o mostrarles una picada cuando necesitemos pedirles algo. Tal vez sea que hay que pegar una figurita de Messi al lado de fotos de cosas que queremos para nuestro cumple (Después de todo las "indirectas" ante vidrieras, nunca rinden fruto en nuestro aniversario vitalicio).
 Qué difícil. Qué difícil cuando los hombres se hacen humo. Esto pienso mientras veo los escenarios de la vida decorados de blanco y celeste: es un buen momento para ir a la peluquería y maquillarse menos, podemos manejar tranquilas y reunirnos todos los días. Pero, sobre todo pienso en qué difícil va a ser conseguir hombres este mes. "There´s not a soul out there, no one to hear my prayer". Para conseguir compañía masculina, va a haber que esperar a Julio...El mes donde: A) Van a necesitar consuelo sus almas abstemias de mundial, ó B) Van a necesitar compañía para su éxtasis. 
 Por ahora nos queda juntarnos, abrir las ventanas y mirar una ciudad de hombres latentes. "Gimme, gimme gimme, a man after midnight".

miércoles, 11 de junio de 2014

No se viven dos historias iguales

 ¿Por qué vemos más de una vez la misma película? Creo que es porque nunca es la misma trama. Los significados de los eventos que se desarrollan en la pantalla, dependen de lo que podemos interpretar. Y, piénsenlo, siempre interpretamos desde la subjetividad, desde lo que nos pasa. 
 Nadie captura lo mismo que nosotros de una película, ni siquiera nosotros mismos en distintos momentos. Pasa lo mismo con las canciones, con los libros, con los relatos ajenos. 
 Cuando contamos nuestra historia, el otro captura lo que su subjetividad le permite, y eso se mezcla con lo que de si mismo proyecta. Si está en un buen día imposible de opacar, seguro intente transmitirnos optimismo. Si nos interpreta desde su propia melancolía, seguro nos acaricie el pelo y nos regale un triple fantoche. Si está enojado, tal vez  intente que veamos el lado negativo del cuento.
 Basta con agarrar una foto de cada año que vivieron desde que nacieron, para ver visualmente cómo cambiaron. Yo pasé de bebé hipopótamo, a gorda con rulos, a flaca de pelo lacio. De enteritos cosidos por mi mamá, a vestidos bobos, soleros, shorts de plush y chupines. De pelo corto, a pelo de gitana y de piercing a nada. De mochilas a carteras y de camperas inflables a tapados. Y estos cambios apenas si reflejan la evolución de mi estructura mental.
 Escucho retazos de historias ajenas una y otra vez, mutando en el tiempo. Y me pregunto si eso es la historia, puntos de vista de hechos teñidos de lo que uno mismo es en distintas épocas de su vida. Es resignificación pura; porque nunca leemos desde el mismo lugar, los mismos hechos. 
 Es como el outfit perfecto. Esos días donde te levantas y mágicamente combinas prendas que nacieron para estar juntas; pero cuando intentas repetirlo unas semanas más tarde, se ve diferente. Es como esa vez que comí compulsivamente magdalenas hasta que dejaron de gustarme (Hablamos de MUCHAS magdalenas en un día, de una gran inversión en la fábrica Bimbo, creería que ayudé a su fusión con Fargo). En fin, no sé si fue la receta, o fui yo...pero no era lo mismo. 
 "Dos historias iguales". No existen porque, no solo no hay dos personas iguales, sino que no hay una persona que en el tiempo trascienda sin marcas. ¿Cómo viviríamos dos historias iguales, si nosotros no somos lo mismo en dos momentos diferentes?
 Desde mi cama veo cuatro carteras: Suela, arena, naranja, ladrillo. Pienso en sus historias: Nueva York, California, Soleil y Palmas. Pienso qué pasaría si se las regalara...no serían las mismas carteras, cambiarían. Y es que no podemos construir la misma historia, aún cuando las piezas se repliquen con exactitud. 
 Tal vez en eso radica el hecho de que existan seis películas de "Rápido y furioso". Sí, son siempre los mismos autos, personajes y trama; pero no es nunca la misma historia. Y por ahí tendría que intentar ver "ET" y "La historia sin fin", después de todo pasaron 25 años y no soy la misma persona que le tenía miedo a ese extraterrestre "tierno" pero misterioso o al hombre de piedra.
 Supongo que este es el momento en el que me doy cuenta de que mi mente tiene que dejar de repetir incesantemente una historia que nunca va a ser igual. Se trata de terminar con el fantasma mental que come compulsivamente magdalenas rellenas con dulce de leche, como si se pudiera eternizar el sabor de algo que pareció perfecto. 
 Son momentos. Lo que nos da la ilusión de completud, son momentos. Y, aunque en el fondo sepa que la felicidad está hecha de estas ocasiones reparatorias, creo que la nostalgia está construida de esa compulsión de repetición que se esfuerza por rememorarlos con exactitud. Es como comer sin cesar magdalenas, para darte cuenta de que nunca se repite ese primer encuentro, porque "jamás se viven dos  historias iguales".
 Simplemente no hay dos historias iguales. Qué lástima, y qué suerte a la vez; porque comer eternamente magdalenas, sería la muerte del deseo.

martes, 10 de junio de 2014

Necesito una palabra y cambiaré el destino...

 Esto es lo que pasa cuando tengo que cambiar mi hora de terapia por una guardia oftalmológica: Escucho Bandana. Y en un flashback que me remonta sin escalas al año 2000, quemo una tarta.
 Hago un recorrido turístico por una noche maldita y la idea de que alguien pueda convertirse en un demonio cuando la cabeza me da vueltas a mil por hora. No puedo pensar, o ¿no puedo dejar de pensar? Lo ambiguo de la mente femenina, que nunca alcanza el estado de paz donde solo se reflexione sobre el sistema de audio.
 Logré apretar el bloqueo y me llevó a este túnel del tiempo. ¿Dónde estaba en el 2000? Probablemente en una matiné, en esos momentos donde estudiar mucho era subrayar tres páginas de un libro escrito en Arial 24 y las polleras con volados eran el último grito de la moda. De novia con alguien que solo veía en los recreos del colegio y haciendo preboliches al sonido de las Bandana.
 ¿Dónde estoy hoy? En otros boliches, otra moda y quemando tartas; pero rememorando Bandana. ¿Será que en otros 14 años esta actualidad también se vuelva retro? Conociéndome, va a volver a sonar esta música.
 Y mientras escucho los audios de mis amigas, que lejos están del sistema de audio de alguien que no quiso pensar, reflexiono sobre esas situaciones que movilizan. 
 Situaciones que movilizan. Supongo que lo que quiere decir el término, es que hay eventos que nos hacen ver que algunas cosas no estaban en movimiento; que, de alguna manera,  la vida nos llevó a una necesaria quietud. Huelo tarta quemada y pienso en eso: mientras yo entré en automático, el horno seguía encendido y las cosas se seguían cocinando. El olor a masa rostizada, es movimiento.
 Tal vez no es el fin del mundo pasar por Bandana. Tal vez eso quiso decir mi terapeuta cuando dijo que el duelo era desasirse pieza por pieza. Es necesario pasar por la historia, para cerrar. Inevitablemente va a doler, pero las cosas siguen en cocción...y no quiero que nada más se queme.
 A veces me pregunto qué es lo que de este espacio se lee, cuando la historia está escrita entre líneas. Me pregunto si, entre líneas, se puede tramitar algo de lo que mis sentimientos me hacen reflexionar.
 Creo que hace unos cuantos meses, necesitaba quietud de alma. No estaba lista para que las cosas se movieran. Me congelé, como una canción en pausa o un pointer cuando encuentra una presa. 
 "No quiero que me vuelva a doler". Mi sistema de autopreservación me llevó a la quietud, porque no puedo volver a exponerme a una situación de vulnerabilidad. Pedirme que vuelva a ver qué quedo, tal vez con el prospecto de cerrar heridas de bala; es como pedirme que saque mis botas de gamuza a pasear bajo la lluvia. No hay chances de que la gamuza sobreviva el agua y TODOS sabemos eso.
 Tal vez tendría que imprimir este blog y llevárselo a mi psicóloga. Después de todo se muere de la intriga y me ahorraría los minutos que paso explicándole la trama de la película de Sex and the City. ¿Estoy pagando por un "duelo"? No, estoy pagando por movimiento,  porque no quiero ser gamuza en la lluvia. 
 La gente suele decir que no se puede comprar el amor, no sé si es verdad. Lo que sí sé es que no se puede pagar el duelo. Y tapar el silencio, es esconderlo, no vencerlo. Si apago su sistema de audio, esto es lo que siento: "Necesito una palabra, y cambiaré el destino". Por ahí deje de quemar comida o, tal vez, "me voy a otro amor y me olvido".



sábado, 7 de junio de 2014

Show me your colors...

 Últimamente estoy pensando en los colores. Eso es en lo que pienso cuando conozco gente nueva, en sus colores. Cuando me hablan y no los entiendo, me pregunto de dónde viene eso que no capto.
 Empiezo a preguntarme hasta qué punto llega la introspección, y mi gran incógnita es cómo se puede transitar el mundo sin pasar por adentro de uno. 
 Y es que cuando veo a alguien con quién no hablé, y desde el primer momento me cae mal, me cuestiono qué es lo que esa persona está generando en mi. Y cuando me cuestiono, llego a ese patrón que llamamos estructura. Me hace acordar cosas, usa el perfume de alguien más o tiene ese tono de voz que solía irritarme. ¿Es posible llegar siquiera a maquillar las estructuras? ¿O las marcas del pasado generan diferencias irreconciliables con gente que nada tiene que ver con eso?
 Cuando las historias caen por su propio peso, yo entro en introspección. Y sí, mi psicóloga tiene razón, me enojo. Pero no me enojo porque el otro no pueda ser lo que yo quiero, me enojo por la estructura de la situación. Y me pregunto, ¿soy yo? Porque yo soy la única persona de la historia que sigue conmigo. ¿Pensaron eso? Son la única persona en su vida que van a tener que ver toda su vida. 
 Somos como una caja de crayones. Yo los odiaba de chica, nunca entendí por qué Trabi tenía que poner dos tonos de marrones. Nadie quiere usar el marrón, mucho menos dos tonos. ¿Para qué sirve el amarillo? No entendía por qué no podían venir todos los tonos en rosa, verde agua y dorado. Y al final del año, solo quedaban los marrones y el negro íntegros.
 Somos como una caja de crayones. Algunos, los lindos, los usamos más y todo el tiempo. Son los que queremos que el otro vea, los que capturan la atención y cautivan al expectador. Los feos los guardamos en el fondo de la caja, hasta que se generan situaciones donde inevitablemente tienen que salir a la luz. Tenés que dibujar un árbol y necesitás el marrón. 
 Odio el marrón. Lo odio como color y lo odio como palabra. La tendencia a alivianarlo y crear un color alternativo que se llama "suela" salvó mi vida. Pero el marrón es parte de la caja de colores, y hay que verlo en la introspección de esta estructura.
 ¿Son mis colores? ¿Es la historia o somos nosotros? Eso es lo que me sigo preguntando. Porque si es la historia, hay alguien más que pueda hacer que la vida sea como una caja de crayones pastel. Pero, si somos nosotros, entonces esta es una modalidad de vinculación que se va a replicar en todas las películas venideras.
 Ese color de crayón que no nos gusta está en la caja. Suelo ser muy honesta con mis colores, porque creo que es la única forma de vencer algo de esta estructura mental. Estos son mis verdaderos colores...tengo más ropa de la que puedo usar, me cuesta un poco dejar las cosas atrás, hago muchas preguntas y me llama la atención lo que no puedo explicar. Siempre pido los mismos gustos de helado y solamente tengo una caja de cereales sin azúcar en mi alacena. Me gustaría adoptar a todos los abuelos del mundo y me enojo cuando llueve. No tolero a la gente que come sin respirar y no puedo masticar frutillas o tomate. Canto cuando me baño y me peino antes de dormir. Creo que mi vida es un musical y vi más de 10 veces "The devil wears Prada". Sueño con escuchar a las ballenas cantar como me contó una vez mi papá y nunca lloro en público. No me sé hacer las uñas sola y creo que odio a las tortugas. Cuando me enojo no hablo y si alguien construye un castillo de cartas tengo que luchar contra mi deseo interior de tirarlo. 
 Me pregunto qué tantas cosas pueden haber cambiado en un año, porque ahora me gusta el fernet y como sushi, no barro mi departamento todos los días y aprendí a usar pagomiscuentas. Y es que tal vez, en la medida que el tiempo pase, más colores míos conozca...y más extraños seamos. Pero si conozco mis colores y entiendo cómo dibujo, entiendo cómo seguir.
 Y ojalá entendiera los colores de los demás, en vez de tener que leerlos entre líneas. Ojalá fuera psíquica, en vez de psicóloga. O, mejor aún, ojalá todos vinieramos con nuestra paleta de colores adjunta para que el otro lea. Ojalá fuéramos más claros.
 Necesitaría que alguien me muestre sus colores, porque me siento hechizada por lo que no puedo ver. "Show me your colors...Don´t break the spell I´m in, please don´t break my heart. Tell me who you really are".

miércoles, 4 de junio de 2014

Hoy te hablan mis instintos...

 Cuando pensaba que actuaba por impulso, alguien me hizo ver que no era así. No es impulso el empuje, y no es punible la necesidad de hacer algo. Alguien tendría que explicárselo a mi SuperYó que se empeña en catalogar de compulsivas y reprochables mis estrategias.
 El psicoanálisis habla de pulsión, porque aparentemente los sujetos no somos seres de instinto. Yo hablo de instinto, cuando se trata de supervivencia mental.
 Y,  mientras siento que no sé que siento, me pierdo en la ironía de la situación y esto pulula en mi cabeza: "I´m an emotional cutter".
 "Soy una cortadora emocional". Repito esa frase infinitamente hasta que, de repente-> Insight. Eso es lo que siento, siento el autoflagelo de mi propia mente que azota incesantemente mi sistema emocional.  
 ¿Por qué? Simplemente no lo sé. Y es en este punto donde tengo que ser honesta conmigo misma y admitir que NUNCA entendí el concepto de masoquismo primario de Freud hasta hoy. Y, si soy más honesta, tengo que admitir que en realidad no lo entiendo, pero soy prueba empírica de que existe.
 Entonces me animo a ir más allá y suponer que un 78.5% de las mujeres reactivamos esta especie de "masoquismo constitucional" en situaciones emocionales críticas. Y, rozando preceptos todavía más crudos, me animo a decir que este problema data del inicio de la humanidad. Hablamos de la época de los homo sapiens, los neandertals y los homo/nean/whatever/lo que sea.
 Si soy realista, tengo que conciliarme con la idea de que hablamos de un círculo. Y me pregunto si de esto hablaba Mufasa en el Rey León cuando trataba de iniciarnos en el "ciclo sin fin". Avanzamos, nos crece la melena y; de repente, una estampida de antílopes nos azota. ¿Y entonces? Se activa el instinto. 
 OK. Este es el punto en el que mis ejemplos referenciales nos desvían un poco del punto, así que voy a tratar de ser algo más clara: Estás mejor y, de repente, aparecen fantasmas del pasado. Algo así como la película "Los fantasmas de mis ex", pero sin fantasmas reales o viajes en el tiempo.
 Y somos cortadoras emocionales. Aunque sea yo sé que lo soy. Lo soy porque en el segundo estante de mi mueble de algarrobo, en un sobre con un moño de seda tengo una serie de cartas de "amor" que leo cuando llueve. Lo soy porque escucho Celine Dion, Mariah Carey y Taylor Swift; mientras como M&M´s directo del paquete a mi boca. Lo soy, porque cada una determinada cantidad de pensamientos me azota la idea de que estos encuentros fortuitos se van a dar. Lo soy, porque en un agujero negro de mi placard tengo guardadas cosas que todavía no devolví. Lo soy; porque puede, o no,  que haya escrito algunas canciones sobre ciertas situaciones. Es lo que soy.
 Pero, sobre todo, lo soy porque la tecnología nos juega en contra. Y, en función de esto, las redes sociales nos mantienen conectadas a situaciones pasadas. A veces me pregunto por qué cuesta tanto usar esa super opción que algún nerd inventó en una zona recóndita del mundo, o alguna oficina hiperventilada de Google. Esa pequeña gran opción en forma de botón que dice "Bloquear" en todas nuestras redes sociales. 
 No puedo bloquear. ¿Por qué? Emotional cutter. No se me ocurre otra explicación. Y es la clase de cortes que no dejan marcas visibles. Vienen en forma de dos bolsas de tapados y un par de pedidos de sushi, en un link de twitter y algún stalkeo de whatsapp. Y no me da verguenza, porque sé que estoy acompañada por ese 78.5% de nuestra población que sabe de lo que estoy hablando.
 Al margen del escenario, sigo preguntándome sobre el por qué del por qué. Porque esto es lo que pienso: Si soy una cortadora emocional, entonces hay algo emocional sobre lo que tengo que trabajar para así no ser cortadora. Y si trabajo sobre eso puedo descubrir dos cosas: A) Soy masoquista y medio boluda, ó B) Claramente hay cosas irresueltas canalizándose en un pote de helado Frigor. 
 El instinto viene en forma de palito bombón helado, cheetos y Google. Viene en forma de tijera emocional y pepas Carrefour, disfrazado de compulsión y necesidad insaciable. 
 Y mientras las redes sociales nos dan la ilusión de cercanía, el instinto nos demuestra que estamos lejos, más lejos que nunca. "Tan lejos de ti...te acordarás de mi"

lunes, 2 de junio de 2014

High dive into frozen waves where the past comes back to life.

 Escribí un post que puede, o no, ver la luz algún día. Y es que eso pasa cuando intento anticiparme a lo que voy a pensar o sentir más tarde. Pasa que cambio, y todo cambia.
 Empiezo a darme cuenta que escribo cosas que no voy a mandar, pienso outfits que no voy a usar y me antepongo a lo que en realidad tiene que ser. 
 Solía imaginarme situaciones donde me encontraba con el pasado. Pensar diálogos o escapes de situaciones hipotéticas. ¿Por qué hacemos eso? Tal vez es la ilusión de estar preparados, lo que nos lleva a anticiparnos. 
 Es lunes, y mis lunes suelen llenarse de preguntas. "¿Estuviste soñando?". No, la verdad que no estuve soñando. Estuve pensando en contra de mi voluntad, y creo que es una forma de soñar también. "¿Qué estuviste pensando?". Estuve pensando que no sé qué pensar, porque no entiendo algunas situaciones presentes.
 En mi cabeza el duelo era mirar un punto fijo y seguir adelante. Era dejar de usar colores flúo porque se quedaron en 1998, o frizar las calzas batik en 2012. Era ser protagonista de la propaganda del Alto Palermo; ser más linda y menos interesada.
 "Desasirse pieza por pieza, eso es el duelo", dice mi terapeuta mientras deja entrever que esto que se mueve puede ser algo distinto. Pero ¿qué es lo que se mueve? No lo sé, por el momento siento que nada más que mi cabeza.
 Yo no me siento en duelo, me siento en escena. Y no, no es como la propaganda del Alto. Cuando les pase no se van a sentir superadas y tampoco se van a sentir diosas. Van a sentir como si se sumergieran en una ola helada donde el pasado vuelve a la vida. Van a sentir que les tiembla el corazón y las piernas no siguen los comandos del cerebro, que todo el mundo escucha su respiración y es imposible unir dos ideas en una oración.
 Si esto es un duelo, es como una montaña rusa que vuelve para atrás. Como tirar de la punta de un elástico y alejarlo años luz de ustedes, para soltarlo y que vuelva al punto de origen en un segundo.
 Pensé que el duelo era comprar ropa y comer helado directo del pote de telgopor. Pensé que se trataba de sentirse ofendida y escribir un par de posts. Supuse que bastaba con ver a Malena Pichot o plantar un árbol, conseguir un smart TV o cuerear con amigas. Realmente creí que estaba en el camino de la autosuperación, pero empiezo a darme cuenta que esto es como pisar un chicle...de alguna manera seguís pegada al punto de origen. Temo que soy una cortadora emocional, lo cual me preocupa seriamente sumado a mi clara neurosis. 
 A veces siento que no tengo nada más para decir, solamente para darme cuenta de que todos los días lo intramitable va decantando revelaciones. 
 "Siento que me falta un pedazo de mi". Y traté con sweaters y anillos, vinchas y pulseras. Traté con cd´s e intenté con carteras. Probé no dejando espacios en blanco en mi agenda y no hablando de algunos temas. Pero me falta algo...y mi mente encuentra formas simbólicas de decírmelo: Probó con un lagrimal y hasta con el pelo, incluso haciéndome perder cosas. "¿Qué sentís que te falta?": "No lo sé" (Creo que por eso pago). 
 Pero, a toda historia, siempre hay varias versiones. Porque también está esa parte de mi mente que resiste. Algo de mi que se niega a perder, e insiste con taponar la falta. Esa parte que es la mejor amiga de Visa  y la peor enemiga de la causalidad. 
 El Alto Palermo nos mintió. No somos más lindas, y no les va a salir pedirle la botella de agua para tomar la pastilla anticonceptiva. No va a estar más gordo, y ustedes no van a irradiar confianza. Van a reactivar en segundos, lo que inactivaron en meses. 
 No culpo al shopping, es la clase de sentimiento que quieren. Quieren esa porción de nuestro ser que es bff con MasterCard. 
 Zambullida en olas heladas, donde el pasado vuelve a la vida. No se me ocurre mejor descripción o mejor canción. Es irónico que una sensación tan caótica, pueda ser tan clara. A veces pienso que pierdo el sentido común, cuando siento que me falta algo..."You are the piece of me, I wish I didn´t need".

domingo, 1 de junio de 2014

Gucci, Fendi, Prada.

 Cuando no sé qué sentir, veo “Sex and the City. The movie”. Lo más probable es que esta escena esté pintada con algún chaleco de piel, rodete, chocolate y vino blanco. Y es que una amiga me dijo una vez: “Después del mediodía, un vaso de vino no te hace alcohólica… aún cuando tomes sola”. Porque, enfrentémoslo, una reunión de AA es lo único que me faltaría en este momento de mi vida.
 Si no sé lo que espero, al menos puedo vestirme para ello. Y abrazando mi esencia grasa que va contra todo preconcepto ajeno sobre mí, me aferro al animal print y chocolate con maní mientras pienso.
 El frio empezó y hoy desembarqué en mi departamento con dos bolsas de tela donde tranquilamente cabrían dos cachorros de león. No se preocupen, no estoy traficando animales, adentro hice una mini selección de tapados para acompañarme en este año que promete un invierno crudo.
 Mi casa es como un partido de tetris, donde cada movimiento espacial tiene un momento y un por qué. Bajé mi segundo plumón y entonces se generó el espacio propicio para que llegaran las bolsas de tapados a mi hogar.
 En estos días donde no sé que sentir, mi terapeuta solo replica mis confusiones y el mundo es como acercar el oído a un caracol en la playa; pienso sobre lo que mencioné arriba: “cada movimiento, tiene un momento y un por qué”. ¿Es así?
 Creo que puedo pensarlo desde dos ópticas. Por un lado imita este mensaje mundial de que todo lo que pasa estaba destinado a pasar y se da por algo. Como cuando se rompe tu pulsera preferida y con el tiempo logras encariñarte con otra. Pero entonces me pregunto, ¿no sería mejor tener tu pulsera favorita Y OTRA NUEVA? Y me acuerdo del día que perdí mi álbum de stickers en tercer grado, ¿eso también pasó por algo? Porque hablamos de mucha plata de ratón Pérez y cumpleaños invertida en stickers, MUCHA.
 Desde otra óptica, puedo pensarlo con una veta menos librada al destino. Una veta que se centra más en la parte del movimiento, donde nuestras acciones son en pos de nuestros por qué. Y ¿por qué no? ¿Por qué no bajar el plumón para que entren los tapados? ¿Por qué no pensar que lo que pasa no estaba destinado a pasar y poder accionar sobre eso?
 No sé qué siento, a veces solamente tengo hilos de pensamiento en una espiral caótica en mi cabeza. Veo “Sex and the city”. Y no la veo porque me  guste el estilo de Carrie, creo que a veces peca de forward en fashion; la veo porque su historia con Big me hace pensar y, a veces, sentir.
 Admiro la convicción de esta historia, y el poder de reinvención de los personajes. No es un clisé con un desenlace lineal, porque en la vida real las historias son más bien espiraladas. Creo que detrás de tantas marcas, hay menos preconceptos de los que el espectador común parece captar. 
 Veo esta película porque siento que Carrie también sigue por inercia a veces, escondiendo e mails y abarrotando su placard. Y, en cierto punto; la entiendo, porque "a Prada dress has never broken my heart before". Pero un vestido Prada tampoco puede enmendar un corazón roto, por eso sigo viendo esta película...hasta que entienda cuál sería el próximo movimiento en este tetris o alguien me construya un vestidor como el de Bradshaw.

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...