sábado, 24 de octubre de 2015

Chasing love...with a monster.

 Estuve más de quince días sin terapia. Y no es que no pueda funcionar sin estas sesiones de catarsis, CLARAMENTE, puedo; pagando cierto costo obviamente. Porque, todo lo que vamos perdiendo, deja marcas en el Debe de nuestro balance. 
 Cambié tres veces un mismo regalo, acumulando curiosamente cuatro tickets. ¿Traducción? No solo cambié, también compré. Tuve tres pesadillas que me olvidé de anotar y se borraron completamente de mi mente. Cambié de crema enjuague, volví al jabón liquido y saqué más de 30 cosas de mi placard para regalar. Hice gira de amigos y no cociné NI UN DIA. 
 Obviamente en estas dos semanas sin terapia pasó de todo. ¿Es este un patrón? De semana a semana nos vemos las caras y revolvemos el pasado en busca de piezas para reacomodar. Mi primera Barbie, el día que no salí abanderada, cómo dejé a mi primer novio por ICQ y el karma me hizo dejar una llave en un sobre años después. 
 Pero, cuando tengo situaciones en las que me urge este lugar sagrado donde mi mente ordena sus delirantes interpretaciones de la A a la Z, descarta esas estrategias que solo a ella le hacen sentido y descomprime la presión que la caracteriza; hay feriados, paros o compromisos inamovibles. 
 ¿Resultado? Vernos las caras con mi terapeuta un Sábado a la mañana. Decidí alinear chacras con una clase matutina de Yoga porque, seamos honestas, no podía caerle con toda mi energía a esta Psícologa que tan amablemente acoge mi psiquis. 
 Mientras la profesora octagenaria de Yoga corregía mi postura tirando (o intentando arrancarme) de mis brazos, yo solo podía pensar en: Café, mi almohada, dónde conseguir esa remera que está agotada y en por qué no me puse una campera. Y, entre tema y tema, me acordaba que había que estar pensando en la respiración. 
 Y, aunque por cinco segundos logré concentrarse en la respiración, en el cuerpo y el momento; al sexto me teletransporté. ¿Dónde? A una cita nefasta. Situación: Bodegón, la cerveza más eterna de mi vida y la persona más extraña del mundo. No tengo intención de indagar en este trágico encuentro de los 50 minutos más largos de mi vida, pero sí en esta idea que me transmitió la persona más rara con la que me crucé este año. "No hay que pensar tanto, no hay que analizar, hay que vivir el momento". 
 Bueno, este chico lo dijo en cinco minutos, con menos sentido y en un tono de voz de ultratumba. Me tomé el atrevimiento de traducirlo para ustedes. 
 El tema es que ahí estaba yo, haciendo la posición de la "Cobra"; pensando en desayunos, en otro chico, en una fiesta que tengo dentro de tres semanas, terapia y tratando de no morir con las correcciones de la profesora. ¿Cómo es posible estar en tantos lugares a la vez? Maldito chico de la cita siniestra, tenía razón. Pienso demasiado. 
  Segura de que mi Psicóloga iba a avalar esta teoría y levantar la imposición mental con la que estuve conviviendo esta semana, entré a su consultorio. 
 "Tengo dos historias importantes que contarte. Una es una mierda, y la sumarizo (Insert cita siniestra Here)". De la cita siniestra salté a esta idea de que no amamos solo con la esas mariposas del pecho, nos enamoramos con la mente. ¿Es posible que haya que pensar menos, y hacer lo que se nos cante todo el tiempo? Escribir cuando queremos, llamar cuando queremos, ser menos orgullosos, usar collares los domingos sobre el pijama. 
 Porque el amor se apuntaló en la cabeza y empezamos a crear reglas de juego. EMPEZAMOS A PENSAR DEMASIADO. No me llamás, no te llamo. No me buscás, no te busco. Uno a uno, dos a tres, cero a cero, menos cuatro a cinco. Y, como las mujeres tenemos cuestionable fuerza de voluntad ante mariposas, proyectamos estas reglas en nuestras amigas, creando un circuito de culpa en función al control de estas guardianas de nuestras promesas. 
 ¿Entonces? Creamos máximas que sabemos que queremos romper desde lo más profundo de nuestras entrañas, y ponemos a las demás a custodiarlas cual gárgolas. ¿Y después? Cuando el deseo sube, lo ponemos en un grupo de chat y las gárgolas nos cagan a pedos. ¿Resultado? Sentimos mucha culpa y cumplimos una promesa que no nació de lo que sentís, nació de lo que pensás. 
 Es un circuito perfecto, digno de cualquier manipulador o la CIA. Las mujeres tendríamos que reinar el mundo, somos más racionales de lo que parecemos. Habría que pasarle este circuito mental a la clínica de Cormillot...o a la Asociación de Psiquiatría. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y nuestra cabeza se interpone en el display natural de la situación. Genera blancos en momentos clave, se rehusa ante la extrema atención, se intriga ante las mínimas demostraciones y se encanta ante la indiferencia. Nos enamoramos, con un monstruo. 
 Este monstruo se cree que entendió la metonimia del deseo, y piensa que puede manipularla a su favor. Genera reglas y pasos para controlar una situación que, evidentemente, no va a poder controlar. Escucha el susurro de mariposas y se piensa que puede reinar sobre eso. Es un monstruo que no para de pensar y cancherear. Diseña estrategias de conquista, como si todo pudiera ser racionalizado. 
 Es un monstruo sumamente inteligente y psicoanalizado. Permite la homeostasis en la mayoría de las situaciones pero, en otras, no tiene la menor idea sobre qué hacer. Se piensa que sabe lo que tiene que decir, y termina espantando. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Una parte de nuestro ser, que nos hace ilegibles, intentando mantener la calma en situaciones que hacen fluctuar la energía. Y este monstruo, que es el mismo que segmenta mi placard y me ayuda a combinar colores, es el que me resta puntos en otras situaciones. Este monstruo adicto a la coca light, que me hace sacar 10 en parciales y tiene un amor platónico con John Malkovich; es el mismo que se pone en blanco y recalcula cuando le piden respuestas que puedan comprometer su equilibrio mental. 
 Perseguimos el amor, con un monstruo. Y empiezo a preguntarme si buscamos a alguien que se enamore de ese monstruo, o que lo pueda domar. Si buscamos alguien que aprenda a hablarle a los ojos, o logre hacerle Jaque Mate. Yo aprendí que mi monstruo, se calla cuando alguien es muy directo. Recalcula y se intriga. Pero no deja de tramar porque, perseguimos el amor, con un monstruo. 
 Pensé que mi Psicóloga iba a librarme de estas reglas que reinan los chats con mis amigas. Pensé que iba a decirme que lo encierre un ratito y no lo deje transitar mis fines de semana. Pero, aparentemente, lo quiere escuchar. Porque, para domar una fiera, hay que mirarla a los ojos. Y porque es la única forma de no amar, con un monstruo. 








domingo, 18 de octubre de 2015

Too much of something is bad enough,,,

 Este fue un fin de semana de objetivos no logrados. A) No logré estirar el pantalón de cuero que pedí online. Con mis 48 kilos, un botón sigue siendo mi archienemigo en el interior de mi propio placard. ¿B? Fui vencida por un tornillo que algún hombre ajustó demasiado hace dos años. 
 ¿Cómo puedo ser vencida por un tornillo? Pantalón de cuero, maxi buzo, Nike fucsias. Subida estratégicamente con cada uno de mis pies a los costados de la bañera blanco cisne, con este espíritu de mujer independiente capaz de trepar el Everest. ¿Cómo puede vencerme un tornillo?
 Aparentemente los 48 kilos que desprenden un botón, no tienen la fuerza suficiente para desenroscar esta pieza metálica que alguien del sexo masculino apretó a más no poder en un intento de demostrarme su hombría. 
 Tengo el destornillador de la medida exacta. Herramienta y tornillo encajan a la perfección, como una pareja diseñada celestialmente para amarse, como complementos construídos en el cielo. Bueno encajar, encajan; pero no se mueven. El tornillo no quiere ceder a esta nueva adquisición que se esfuerza por mover su estructura. 
 Me ato el pelo, googleo "Tornillos difíciles de sacar", investigo sobre destornilladores, sobre materiales, sobre dónde pegarle a mi amiguito para que ceda un poco y me deje volver a colocar la mampara donde va. Solo quiero que todo encaje donde va. ¿Es mucho pedir?
 Mucho research, mucha fuerza, mucha  búsqueda del destornillador ideal, mucho equilibrio a cada costado del blanco perfecto de mi bañera, algunas puteadas al tonillo, otras tantas al que lo atornilló. Muchas dudas sobre mi fortaleza, sobre cómo colocar la herramienta para lograr el movimiento. Muchas falacias en mi teoría de que no necesito un hombre en algunos momentos estratégicos de mi vida. 
 "Esperá a que te ayuden". Puteo al tornillo, puteo al destornillador, puteo a la mampara y me siento en el piso del baño. Exhausta. Cansada de forcejear contra lo inamovible. 
 Contemplo la mampara, contemplo el destornillador verde eléctrico sobre mi pantalón de cuero que lucha contra mi cadera, miro a lo alto a mi enemigo (el tornillo), y pienso. 
 ¿Será que no existe el destornillador ideal para este tornillo endemoniado? ¿Será que necesito probar otra cosa para lograr la rotación que necesito? ¿Seguimos hablando de tornillos?
 Este video de Youtube dice que mucha fuerza, puede chamuscar el tornillo. Si chamusco el tornillo, mis probabilidades de moverlo, se reducen. Y pienso: Mucho de algo, es lo suficientemente malo. 
 Ideamos en nuestras cabezas el destornillador perfecto. Pensamos que no lo necesitamos, hasta que el tornillo necesita moverse. Lo encontramos, solo para darnos cuenta de que, aunque encajan, no matchean. Y lo forzamos, generamos muchos intentos de algo, que es lo suficientemente malo para la rotación natural. 
 ¿Estamos hablando de tornillos? 
 Viví dos años con tres destornilladores en mi placard de "Herramientas" (Sí...tengo un placard de herramientas, donde hay un raid, dos llaves inglesas heredadas y unos destornilladores de Dios sabe qué medidas). Pero, en mi filosofía, no necesitaba destornilladores. Hasta hoy. 
 Miré el tornillo cementado a su base, miré estos destornilladores que pululaban en mi vida, y me dí cuenta de que no encajaban. Busqué el que visualmente era ideal para el tornillo, y descubrí que no se aman. El destornillador y el tornillo que encajan perfectamente, SE ODIAN. Y ahí sigo yo, forzándolos a girar hacia donde no quieren girar. Probando direcciones, hablándoles, puteándolos. Inhalando ante ataques pseudo psicóticos, tomando recreos, y volviendo a intentarlo. 
 Y me pregunto si esto puede transformarse en una analogía de nuestras vidas. Partí de una idea de autosuficiencia, donde definitivamente no necesitaba un destornillador. Porque las mujeres podemos hacer todo lo que los destornilladores hacen y más. Me equivoqué, lo acepto. 
 Seguí por la idea de que, tal vez, necesito EL destornillador, porque los que pululan a mi alrededor no encajan. Me equivoqué, lo acepto. El destornillador que visualmente encaja perfecto con este tornillo tan odiado, no sirve. 
 Pero entonces empiezo a preguntarme, por el resto de los destornilladores. Porque, hace dos semanas, me reía de su existencia por el mero hecho de ser habitada por este sentimiento omnipotente que los convertía en prescindibles. Y, ahora que el destornillador perfecto resultó ser un fiasco, me pregunto por los que pululan a su alrededor. 
 ¿Los habré subestimado? ¿Qué es esta sensación extraña de querer usar ese destornillador que no encaja? ¿Es un momento minita? ¿Es el pantalón de cuero que me está cortando la circulación? ¿Me gusta el destornillador que no encaja o es solo resultado de la frustración del tornillo? ¿Quiero el destornillador que no encaja solo porque no le interesa el tornillo? 
 Mucho de algo, es malo. Mucha idealización de un destornillador que no pudo mover ni un milimetro la estructura de un tornillo, es mala. 
 Subirme a una bañera en pantalón de cuero, con un destornillador en la mano y un rodete; esa no soy yo. Tal vez es la semana que estuve sin terapia, tal vez es son los cinco capítulos de Sex and The City que vi ayer, tal vez estoy madurando mentalmente; pero creo que necesito la ayuda de un hombre. 
 Mucho de algo, es lo suficientemente malo. Mucha liberación femenina, muchas horas con este pantalón de cuero, muchas canciones de las Spice Girls, muchas notas de audio, muchas horas de intentar demostrarme a mi misma que puedo reinstalar una mampara. 
 Llevo dos años guardando destornilladores en el placard, al pedo. Porque mucho de algo, es lo suficientemente malo, si no sirve cuando lo necesitas. Me pregunto si es hora de tomarme el tiempo para darle una oportunidad a un destornillador que no necesariamente se amolde perfectamente a este tornillo demente. 
 Porque mucho de nada, es igual de difícil. ¿Para qué queremos cuatro destornilladores? Si cuando la mampara se rompe, no podemos reinstalarla. Necesitamos uno solo, con la inteligencia estratégica suficiente como para mover el tornillo, aún cuando las piezas no encajen. 
 Y, como mucho de nada, es igual de difífil que mucho de algo; voy a dejar de hacerme la canchera. Es hora de confesarle al destornillador que es diferente a la superficie del tornillo que, hasta ahora, es el único con chances de moverlo. 








miércoles, 14 de octubre de 2015

A part of me will always be with you...

 ¿Se generan los grandes problemas de las relaciones humanas en esos puntos ciegos de nuestra comunicación?
 Hablamos distintos idiomas, aún usando un mismo código. Y existen palabras sin traducción al lenguaje del otro. Intentamos entenderlas y reproducirlas con cúmulos de significantes que asemejen algo de ese significado, pero no lo logramos. 
 Las palabras más difíciles de traducir son las que hacen referencia a sentimientos. Porque ¿Cómo hace la gente para contener sentimientos en palabras? ¿Cómo sabemos que esas palabras reflejan lo que todos sentimos? ¿Tenemos todos acceso a estas manifestaciones verbales? Y, los que tenemos más dificultades en este campo (FYI: Issues), ¿Contamos con inteligencia emocional altamente cuestionable?
 Hablamos idiomas distintos. Atiendo el teléfono y me habla en inglés, chateo en un híbrido entre jeringoso y castellano antiguo. Y me pregunto si nos entendemos hablando así de diferente. 
 Pero entonces pienso, ¿No hablamos todos idiomas diferentes? Cuando vos pensás que te queda para el orto el jean que te estás probando, y la vendedora te regala un "Te queda pintado". Cuando pedís la hamburguesa sin pepino en Mac, y te la dan sin ketchup. Cuando decís "Si", y el otro escucha "No". ¿No hablamos idiomas distintos?
 Y cuando empezamos a hablar con alguien que no habla nuestro idioma, ¿No podemos pensarlo simbólicamente? ¿No es lo mismo que cuando empezamos a hablar con cualquier otra persona? Pensamos que nos entendemos, pero nos damos cuenta de que no lo hacemos. Sentimos que nos conocemos, cuando empezamos a compartir y cambiar palabras. 
 Hablamos distintos idiomas. Todos hablamos distintos idiomas. Una palabra no es lo mismo para dos personas, que no consensuaron lo que en ella van a proyectar. 
 Tomen un ejemplo:  Kosiuko. Para ustedes es un lugar más, para mi terapeuta y para mi es una alarma de mi conducta evitativa. Porque lo consensuamos. Porque hace años cuando entré en su consultorio con tres bolsas y mi manteca de cacao, escuchó lo que yo deposito en ese código. Algunos escriben sonetos, otros cocinan, varios pintan, yo: "Kosiuko". 
 Pero cuando entré a su consultorio, eramos dos desconocidas hablando dos idiomas diferentes. Hasta que le enseñé, que si digo "pelotudo" es que lo odio, que si me corro el pelo de hombro a hombro es que estoy reorganizando mis ideas, que si la dejo de mirar y hago un silencio es que no estoy lista para hablar de eso. Que si muevo mucho las manos es que estoy compenetrada, si las escondo en las rodillas es que me está poniendo nerviosa y si cruzo los ojos es que pienso que lo que me plantea es un "chino". Que "chino" para mi es algo "complicado", que invento palabras cuando estoy contenta y uso palabras difíciles cuando me pongo a la defensiva. Y que, bajo ninguna circunstancia, puede decir la única palabra que me hace llorar. 
 Somos diccionarios de distintos idiomas. Nadie decodifica igual. Trasciende los géneros, los pueblos, los países. Y, a  veces, no tenemos palabra en nuestro libro para decodificar lo que el otro quiere decir. 
 Nos enseñamos palabras constantemente. Nos regalamos expresiones, significantes nuevos para sensaciones. Ampliamos un idioma, que se hace de otros. Y, no importa cuánto dure una historia, extendemos nuestro diccionario. 
 Yo te enseño Kosiuko, vos me enseñás algo un poco menos superfluo y útil. Yo te enseño las reglas gramaticales de mi diccionario, vos me enseñás sobre la subvaluación de las palabras, que pueden traducir perfectamente un sentimiento casi imposible de encerrar en un significante. 
 Y es que, no sé si será la nueva década, pero últimamente siento que nos construimos de a pedazos ajenos. O será Freud, con sus identificaciones; o Lacan, con su Estadío del Espejo. O será Kosiuko, condensando/escondiendo las palabras que me regalaron otras historias. Sea como sea, hay partes del otro que siempre se quedan con nosotros. 





 

domingo, 11 de octubre de 2015

Un mundo ideal...

 Dos chick flicks, jogger y buzo flúo, tres vasos de coca light, media tarta, un agua mineral entera, un ibuprofeno, un muffin gigante, dos tés, delivery chino y cinco horas de siesta. Consecuencias de una despedida de soltera a los 30 años.
 Y me pregunto el por qué de estas tradiciones que despiden a alguna persona del clan de la soltería o, dicho en otras palabras, la inician en esta nueva vida de un "Para siempre". Eventos donde todo hace referencia a lo sexual, como si existiera algún conviviente virgen en el planeta o todavía quedara capacidad de asombro.
 Un litro de agua y cinco horas de siesta, el precio de despedir a una soltera más en el mundo. Mundo donde ella nos da esperanza, a las que seguimos pagando terapia para superar alguna cita siniestra o algún averío cardíaco. Un mundo ideal, deslumbrante y nuevo.
 Este fin de semana empezó con un tinte algo siniestro y olvidable, con un encuentro que fue más allá de mi teorización de contratos precarios; demostrándome que, a veces, ambas partes se olvidan la lapicera para firmar. 
 Mi baja tolerancia a la frustración no me permitió dejar esa impronta en mis días de ocio. Porque ¿por qué tendríamos que dejar que la magia de un finde largo se rompa por un evento desafortunado? ¿Por qué irnos a dormir con la necesidad incontenible de compartir esa frustración? ¿Mintió el horóscopo sobre la genialidad de este fin de semana para Libra? Diría que no.
 No creo en el horóscopo, pienso que lo escribe alguna soltera en pijama en algún lugar recóndito del mundo. Una persona que proyecta su estado de ánimo, plasmándolo en algunas líneas con intención de marcar el rumbo de los que lo leen. Y es que, si el horóscopo tiene fundamento teórico, los obsesivos no tenemos esperanzas. ¿Qué controlamos si existe alguien que sabe lo que nos va a pasar por el simple hecho de conocer la ubicación de la Luna, Marte, Júpiter y Saturno el día que nacimos?
 No creo en el horóscopo. Entonces, ¿por qué lo leo? Sé que Disney es la nafta de mi neurosis. Entonces ¿qué hago viendo Aladdin un domingo a las 12 de la noche? Las incongruencias de la vida humana donde, lo que "creemos", poco tiene que ver con lo que nos mueve. 
 "Tal vez creyeron, esto que intentas mostrar". Me dijo mi terapeuta ante mi pregunta sobre el por qué la gente me cuenta cosas que claramente me podrían llegar a sensibilizar. "¿No piensan si estoy lista para enterarme? Ni se les ocurre que me puede llegar a hacer mal". Y, según ella, es mi culpa porque me muestro "muy armada". Cual Lara Croft en alguna edición de Tomb Raider o cualquier mujer en una sale de carteras. 
 Es mi culpa. Es mi culpa porque sostengo que no creo en el horóscopo, pero la realidad es que lo leo. Lo leo y espero que, la profecía de esta soltera anónima en algún sitio de Rusia, se cumpla para todos los Libras del mundo. Es culpa mía porque digo cosas que mi cabeza armó para sobrevivir y no me doy cuenta de que hay más de nosotros mismos, de lo que le decimos al otro. 
 Nos perdemos en las distancias entre lo que decimos y lo que eso intenta tapar. Y nos volvemos ilegibles al otro, cuando nos maquillamos para controlar la situación. 
 Y cuando mi terapeuta habla de lo que intento mostrar, habla de lo que quiero refugiar y no compartir. Porque en mi intención de inmunizarme, me vuelvo de difícil lectura. Y sé que no me pasa solo a mi. ¿Quién no fue "la chica de los miércoles"? ¿Quién no fue la persona que vivió un amor no correspondido? ¿Quién no lloró cuando se enteró de que alguien más se quedó con lo que queríamos? ¿Quién no se emociona con la cena de "La Bella y la Bestia?
 A veces, por mostrarnos enteros, nos mostramos insensibles. Porque, cuando nada falta, poco lugar hay para el otro. Mostramos que no creemos en el horóscopo, pero lo leemos. Creo que Disney tendría que pagar el 75% de mi tratamiento terapéutico, pero sigo viendo sus películas. Porque, en el fondo, necesitamos su ilusión de que un cangrejo puede hablar y tu placard puede vestirte cual asesor de imagen personal. Necesitamos creer que un beso te puede curar, una Bestia puede ser un potro disfrazado o alguien se puede enamorar de vos aunque una bruja te haya robado la voz. O, aunque sea, necesitamos la esperanza de que los análogos de estas situaciones adaptados al mundo del 2015 de los seres de carne y hueso, son posibles. 
 Necesito aprender a aceptar que, si leo el horóscopo, es porque tal vez creo un poco en él. Necesito contarle esta revelación a mi Psicóloga y mañana es feriado. Necesito poder mostrar, lo que creo (un poquito), para ser legible para el otro. Y, sobre todo, necesito dejar de trabarme mentalmente cuando el otro, que claramente acepta que cree en el horóscopo, marca mis incongruencias. 
 Tengo que ser menos orgullosa y confesar que es esperanzador que todavía haya gente que cree en "Para siempre". Que proyecta un "Mundo ideal" por el simple hecho de compartir una historia de amor que, posiblemente, perdure inspirando una nueva película de Disney. 
 Tengo que ser más clara y dejar de contener el aliento porque, sino, voy a ser siempre igual. Tengo que aprender a decir que siento algo extraño en la panza (supongo que son mariposas), cuando me hablan de historias de amor. 
 No creo en el horóscopo, pero lo leo. Culpo a Disney, pero lo consumo. Y supongo que tener 30 significa saber que no voy a abrir la ventana y pasear por CABA en una alfombra voladora. Si hago eso posiblemente, termine de cara en el asfalto. Pero, tal vez, signifique abrir el juego a la posibilidad de perder, para ganar. Entender que en un "Mundo ideal, cada vuelta es sorpresa, cada instante un relato". Y que, para relatar, hay que ser claro para el otro.
  Y, si eso  no funciona, quiero un tigre de mascota. Porque, otra enseñanza de Disney, es que las mascotas exóticas te hacen más feliz.


miércoles, 7 de octubre de 2015

Me dice que te quiera...

 La leyenda cuenta que muchas cosas cambian a los 30. Uno tiene más estilo, más independencia, más sabiduría y las tarjetas de crédito dejan de ser extensiones, para estar bajo tu titularidad. Pero algunas (muchas) cosas no cambian. 
 Y hoy, mientras volvía del paraíso de la depilación definitiva, sin batería en mi Ipod y con una pollera poco resistente a la brisa que intenta llevarse las tormentas; descubrí una de esas cosas que no puedo superar: Escuchar charlas de subte. 
 ¿Situación? Amiga pidiéndole consejos al que, supongo yo, era su mejor amigo. ¿Descripción? Dos personas de unos 27 años. Él, un hombre con cara de haber besado pocas mujeres en su vida. Ella, una mujer con mucho frizz combinado perfectamente con su estilo monocromático que, a mi, poco me transmitía. 
 ¿Reacción? Una fantasía comprimida en microsegundos donde cambiando su campera por un blazer fucsia y haciéndole algunas ondas a su pelo, todos sus problemas podrían tener solución. 
 Volviendo a mi pude escuchar algunas de sus penas. Ella miraba el vacío. Su amigo le decía algo así como "Decile que querés hablar. Pero casual...y entonces le decís ¿Qué onda? ¿Qué somos? ¿Soy la persona que llamás cuando te acordás en el medio de la semana? (la mira) ¿Sos esa persona?". 
 Ella miraba el vacío asintiendo levemente con su cabeza que, obviamente, poco estaba tramitando. ¿Yo? Mordiéndome la lengua aparentaba mirarme las uñas. Agradeciendo no estar rodeada de otros obsesivos entrometidos porque, si hubiera estado la horma de mi zapato en ese vagón, se habría dado cuenta que mis uñas no están ni pintadas y merecen muy poca atención. 
 Y es que no entiendo qué hago reclutando personal, cuando claramente nací para vender mis oídos en la Línea D a extraños que regalan sus penas en las vías. Porque, tal vez no nací para vivir el amor, pero definitivamente nací para escribir un best-seller que reemplace a cualquier mejor amigo. 
 Probablemente mis skills de negociación me habrían permitido llegar a un acuerdo con este intento de consejero. Después de tirar por la borda sus preguntas algo violentas, podríamos haber acordado que alguna especie de charla (Con o sin interlocutor) era necesaria.
 ¿Qué le diría a esta chica fijada en el vacío? A) Si vas a penar, hacelo con estilo. Está científicamente comprobado que el que sufre bien vestido, sufre mejor. B) Nunca le pidas consejos de amor a alguien que besó menos personas que vos, su fuente de conocimiento amoroso viene de la Cosmopolitan y "Love Actually". Y eso, está estadísticamente demostrado. C) Labios vírgenes tiene razón en algo, ESTO hay que hablarlo. 
 La pregunta es: ¿Con quién hay que hablarlo? ¿Hay que hablarlo con el llamador crónico de mitad de la semana? ¿No es acaso el hecho de que solo te llame los miércoles un indicio? ¿No es acaso esta la respuesta que cual mártir del 2015 vas a recibir a tu trillado Qué somos?
 Te entiendo chica extraña del subte. Desde la leve reminiscencia que guardo del amor, te entiendo. VOS querés al llamador de los miércoles. ¿Por qué? Porque seguramente es lindo y te trata bien en esta mitad de la semana. O, tal vez, porque es lo que hay. Puede ser que sea porque el corazón te dice que lo quieras y tus mariposas kamikazes te lanzan al consejo del amigo peor vestido que vi esta semana. 
 Es humano, no podemos evitarlo, el corazón nos dice tantas pelotudeces que la mente intenta racionalizar en actos incongruentes. El pibe te llama los miércoles a las 22 Hs. con un claro objetivo, y vos pensás que no te quiso molestar en la semana, que te extraña, que necesita energía para tirar hasta el finde o que el resto de los días los dedica a salvar al mundo, revertir el hambre en Africa y curar perritos pisados por autos. Ilusa. 
 El corazón nos dice pelotudeces que la cabeza intenta escenificar en acciones que puedan darle un significado. ¿Entonces? El pibe te llama los miércoles y te la bancás con toda esta sarta de justificaciones. Lo soportas hasta que vas en el subte y se hace la luz: No sabe ni qué hacés el resto de la semana y deifnitivamente no está salvando el mundo. SOS LA CHICA DE LOS MIERCOLES. 
 Y ahi es donde corro a tu amigo a un costado, le doy tiempo para que haga una visita a Zara y tomo el control. Porque sos la chica de los miércoles, eso es lo que sos. Y tus opciones son las siguientes: A) Ser la chica de los miércoles con la mayor dignidad posible y buscarte un chico de los jueves y viernes. B) Decirle que sabés lo que sos y cuánto dista eso de lo que querés ser. C) Abrirte de este deja-vu semanal, comprarte un vestido y superarlo. 
 Lo sé chica del subte, la verdad es difícil de escuchar y tu corazón te dice que lo quieras. Pero hay que bajar de la nube. Yo, una extraña bien vestida, te digo que no podés seguir ciega y que no podés dejar que el corazón (o tu amigo poco experimentado) hablen por vos.  
 Pero somos extrañas en un subte, no somos amigas. Vos te bajás en tu estación, yo en la mía. Y nunca vamos a saber si dejaste de ser "La chica de los miércoles", para ser vos. No te juzgo, ¿quién no fue alguna  vez la chica de un día a la semana? Algunos ponen el corazón, otros ponemos la razón donde este órgano que irriga sangre no ve...me pregunto dónde está el punto medio. 
 Y si tengo que inventar el final de esta historia, como sé que le vas a hablar, me imagino que le decís algo así como "Me dice que te quiera (el corazón), pero la razón me dice que no nací para ser La chica de los miércoles".  











Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...