martes, 9 de junio de 2015

There's no pot of gold in the rainbows we chase...

 Seis días sin luz. Seis días para aprender a vivir como la gente prehistórica, o sucumbir al nomadismo.  Seis días de excusa perfecta para no ir al gimnasio, de visitas exprés a mi casa para tirar ropa en la cama y armar outfits a la luz de una mini linterna,de transportar maquillaje en la cartera, de no prender mi computadora y oscilar entre dos collares y un mismo reloj.
  ¿Qué descubri de mi misma? Que, más allá de mi ascendencia gitana, debo tener antepasados lechuzas porque veo muy bien en ambientes oscuros. Puedo vivir con menos accesorios de los que todos pensábamos y no necesito mi ipod, estoy reencontrándome con mi lado más intelectual en eso que todos llaman libros y cantando más que nunca en la ducha.
 Descubrí también que hay algo que extraño más que todo lo demás. ¿Mi intimidad? Si, un poco, pero no. Extraño mi almohada, la extraño con todo mi ser.  La extraño más que al agua termal a la mañana, Netflix en la cama o el paquete de Kit Kats que dejé huérfano en la heladera descongelada. Extraño cómo nos complementamos y cómo hace que mis otras dos almohadas y tres amohadones parezcan de segunda mano.
 Entonces pienso: ¿Estás realmente extrañando una almohada? ¿Llegamos a ese nivel de costumbrismo y ridiculez? Sí, extraño una almohada, no lo puedo evitar.
 Y conecto, en el torbellino de asociación libre que me caracteriza y que deleitaría a cualquier reencarnación de Freud, con una pregunta que me hicieron hace un tiempo. ¿Cómo es ser soltera en el 2000+15?
 En su momento respondí como si ser soltera en el 2015 fuera lo más top que te puede pasar en la vida. Viernes libres para pintarte las uñas, afters con amigas y sábados con planes. Citas, visitas sin censura a Zara y Luis Miguel a todo volumen en tu living el domingo.  Enamorarte todos los días en el subte, nadie que te cele o necesite ser alimentado y solo un recuerdo vago y lejano del fútbol en gritos masculinos de edificios lejanos.
 Sí, el invierno es más difícil y te abrazas a vos misma en las películas de terror. Pero, honestamente, todos los hombres que conocí le tenían miedo a “La bruja de Blair” y en invierno me robaban el plumón.
 Creo que con mis argumentos casi convenzo a la persona que me preguntó de unirse al grupo de los solteros en el 2015. Se fue pensando que estar solo en esta década es casi como ser un rockstar de gira. Y, para ser sincera, yo también me fui con esa sensación.
 ¿Entonces? Entonces extraño una almohada de cinco años de edad, y me pregunto quién es una rockstar. ¿Yo? No, claramente no. Ningún rockstar extraña una almohada. Los rockstars duermen en el piso, en la suite presidencial, con una persona distinta cada noche, y hasta no duermen. No extrañan el cúmulo perfecto de goma espuma (o el material que sea) donde apoyan la cabeza.   
 Mi destino no puede ser aferrarme a una almohada, por más memoria ergonométrica que tenga. Y no puedo usar toda la semana el mismo collar, el mismo reloj, el mismo tapado; no es coherente con quien yo soy.  Edesur me está robando parte de mi esencia junto con el suministro energético, y me está dejando demasiado tiempo de reflexión en este flashback al pasado pseudo amish.

 Empiezo a preguntarme si ser soltera no tiene una ínfima arista que roza con esta realidad. Es como vivir de pijama party. ¿Un poco nómade quizás? La disponibilidad para boyar de casa en casa, generando vínculos de valor con almohadas. Mis amigas extrañan a sus novios, sus perros, ¿sus hijos? Yo extraño 27 collares y una almohada que me cambió la vida, comer chocolate en la cama y leer con la tele encendida. 
 Veintisiete collares y una almohada. No es un arco iris que nos vaya a llevar a una olla de oro, pero nos aferramos. Ser soltero es tener derecho a aferrarse a banalidades, un arco iris con algo de gris por momentos. Es tener veintisiete collares y enamorarse de una almohada.   

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