miércoles, 26 de febrero de 2014

I´m a survivor.

 Cuando se avecinan cambios, la psiquis necesita estar preparada para poder adaptarse. Supongo que en todo cambio siempre hay algo de pérdida, aún cuando la balanza dé positivo. Cuando hay pérdida, uno no puede evitar sentir cierta nostalgia.
 Lo sano sería vivir la nostalgia para expresarla con palabras, lo neurótico es quedarse dura del cuello y no poder mirar a la persona que tienen a su izquierda o las vidrieras de la mano de en frente de Av. Santa Fé.
 Pero, como lo que no me mata me hace más fuerte, y en mi catálogo semanal la opción de no bailar  mañana en mi propia despedida es inaceptable; saco lecciones de vida.
 Primero aprendí que hay que mentirle a la farmacéutica de Farmacity para ahorrarse un sermón biológico sobre los efectos del diclofenac de 75 mg en su estómago. Tal vez si hubiera sabido eso a la mañana, no habría terminado con una caja de diclo 25mg, lo cual equivale a esta hija de la automedicación a tres mejoralitos vencidos.
 Segundo, aprendí sobre las fortalezas de la soltería. Porque ser solteras significa, entre otras cosas, pasarse sus propias barras de azufre. Y pasarse sus propias barras de azufre significa trabajar en su elongación. Trabajar en su elongación significa tener un super poder hiper útil en ámbitos de sus vidas a los cuales no voy a hacer referencia hoy.
 Lo que no aprendí es para qué sirven las barras de azufre o en qué contexto deberían de romperse. Me pregunto si son uno de esos tantos mitos que nos vendieron nuestros abuelos. Imagino que su utilidad es cuestionable en tanto la inflación parece no afectar su precio a través de los años.
 No sé si lo que me pasó en el cuello se relaciona con la nostalgia que implican los cambios grandes o si es una fuerza divina ayudándome a no ver vidrieras para poder ahorrar para mi pronta visita a mi lugar preferido en el mundo. 
 A veces pienso que damos demasiado significado a cosas efímeras. Tal vez el misterio de mi cuello podría resolverse con el simple hecho de pensar que mi decisión de dejar la ventana abierta ayer, me castigó hoy. Pero después me acuerdo que cada vez que me encontré con una interpretación atinada, fui dejando atrás ciertos síntomas.
 Supongo que ser soltera no va siempre acompañado de Glamour y pelo sin frizz. También va acompañado de cuellos inmóviles, no encontrar la vincha que buscaban para su despedida y barras de azufre, mensajes a las 6 de la mañana, películas de tres horas y galletitas frutigram. 
 Pero parte de ser sobrevivientes, es atravesar imprevistos con altura. Si van a comprar azufre, háganlo con estilo; yo envolví mi cuello en mi mejor pañuelo de Rapsodia: "I´m a survivor".

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