viernes, 18 de abril de 2014

Afín a mi signo del zodiaco.

 El otro día, en medio de mi sesión semanal de cordura, tuve una revelación...o algo así. Soy una "intelectualizadora". 
 Empecé como de costumbre, chequeando el outfit de mi psicóloga y tirando estratégicamente mi cartera en el lugar de siempre. Sin resignar hábitos: me pinté los labios, acomodé los almohadones en su lugar, respiré hondo y arranqué nuestra "charla".
 "No tengo nada que contar".
 Es increíble cómo los terapeutas pueden convertir nuestra "nada" en una sesión que supera la hora reloj. Creo que a esta altura mi psicóloga sabe bien que mi neurosis va a la intelectualización como honey to the bee, porque últimamente noto que todos nuestros encuentros empiezan conmigo predicando alguna "gran verdad" de la vida, y terminan conmigo pisando o desarmando esa epifanía.
 Tiemblo por el día en que esta profesional de la salud mental quiera que piense por qué mi cartera va a la izquierda y necesito pintarme la boca antes de empezar. Mientras tanto reflexiono sobre nuestras juntadas...o transacciones.
 "Contame otra vez tu teoría sobre el amor", dice. Y le explico. Le explico que podemos ayudar al destino y eso, para mi, es elegir. Le explico que Cupido no vive en un boliche y que no te enamoras de verdad con una sola mirada. No estamos en un capítulo de "Celeste, siempre Celeste", estamos en CABA, en el 2014. 
 Pero también le explico que no soy tonta o desesperanzada del amor. Simplemente pienso que, en un principio, antes de que siquiera nazca; podemos manupularlo sutilmente, un poco. 
 Porque esto es lo que opino: Si alguien se me acerca, y me dice que vive en Tierra del Fuego y que en tres días vuelve al fin del mundo, para qué sufrir? No estamos en una novela de Andrea del Boca, lo más probable es que nunca se adapten a la vida del otro lado del universo.
 Cuando le cuento estas cosas a mi psicóloga, para mi , todo tiene sentido. Es como si me diera a mi misma la pócima contra la posibilidad de que algo pudiera fallar. 
 Saben cuánto dura el sentido? Tres minutos y medio. Bastan dos preguntas para desbaratar mis artilugios contra el posible desamor. 
  Entre preguntas, me hace pasear por los prospectos que me interesaron, me interesan o me interesarán. Y en el paseo me doy cuenta que la línea D no llega a ninguna de sus casas, no son estereotipos de Ken, Disney no es su lugar preferido en el mundo y Freud no puede ni empezar a rozarlos. 
 Me pregunto por qué nos gusta lo que nos gusta. Para mi las personas son incógnitas y no hay nada más lindo que conocer a alguien más; poder pensar lo que es, en función de donde viene. Creo que es en ese proceso que entendemos por qué el otro nos gusta. A veces son puntos en común, otras son puntos complementarios, a veces incompatibilidades o algo reparatorio. 
 Y es que la mente es un poco como el zodíaco. Excepto que en vez de 12 signos, hay infinidad de personalidades. Tantas personalidades, como seres existen.
 Sería fácil pensar que el éxito depende de la compatibilidad de los signos. Libra con Escorpio, Libra con Acuario, Libra con Capricornio. Pero la compatibilidad de la gente, depende de la capacidad de conocerse y hacer que las historias funcionen. De esa ilusión de que el otro tiene lo que nos falta, ilusión que alimenta el deseo de entenderse y complementarse. 
 Sea como sea, no tomen todo esto al pie de la letra. Aparentemente soy una "intelectualizadora". Y probablemente mi psiquis esté intelectualizando otra vez porque el hombre casi perfecto no es afin a mi signo del zodíaco y claramente no nació en año bisiesto. 
  


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