lunes, 18 de agosto de 2014

Say my name, say my name...

 Uno de los primeros textos de Lacan que leí, hablaba de los nombres. Y, aunque probablemente no lo entendí bien, siempre lo recuerdo. 
 Estuve pensando sobre mi nombre en la voz de alguien más; sobre los significantes, esas marcas que nos preexisten. Y nos preexisten, porque alguien nos pensó antes de existir. Y aún después de materializarnos, nos siguen haciendo existir, porque alguien nos nombra. 
 Nos nombramos y marcamos constantemente. Nos marcamos también en el amor. ¿Por qué nos marcamos? "Gorilita", "Gordo", "Bicho", "Tuti", "Amor", "Bebi", "Chino" "Chancho". Las marcas nos dan un lugar, si quieren, en el lenguaje...pero también en esta realidad que construimos día a día. 
 Existir antes de existir, es la posibilidad misma de subjetivarse para mi. Pero ¿qué pasa cuando el que nos marca no está más? ¿Dónde está John L Cook, Sail o EF? ¿Dónde van las marcas que no se nombran más? O, mejor preguntado ¿Qué pasa con las marcas que alguien no nombra más? ¿Dónde vamos cuando no nos nombran? ¿Cuándo se cierra la cicatriz que me dejó el piercing del ombligo? 
 Donde no hay palabras, para mi hay angustia. Y lo que desaparece de la boca del otro, no desaparece en uno. Es como esos sellos invisibles a la luz corriente, que brillan fluorescentes a la luz violeta. Como el fibrón transparente del boliche que se hace ver en la oscuridad. 
 Un significante, es lo que otro  no es. Y ¿cuando no está el otro? No es. Pero, cuando el otro está y no lo nombra, quema. 
 Es difícil acordarse cómo éramos antes de ser nombrados. Cómo éramos antes de que KSK hiciera la mejor ropa de fiesta, o Jazmin nos diera los mejores jeans. ¿Cómo eran antes de que les pusieran un sobrenombre que las definiera? 
 Las marcas personalizan y, cuando se llaman al silencio, despersonalizan. Me pregunto si esta es una oportunidad de reinvención. Pensé en ser rubia, volver al flequillo, usar jean con jean (En tonos iguales obvio), emigrar o aprender a cocinar. Pensé en marcarme yo misma, un tatuaje tal vez...pero lo único que se me ocurrió fue una letra y desistí. 
 Encontré mis cuadernos fucsia con más de veinte canciones y descubrí que esto ya pasó alguna vez. Fueron veinte canciones contra noventa posts, música mata blog supongo. 
 Y pienso, pienso que es el lenguaje el culpable. Si pudiéramos no necesitar hablar, no nos enredaríamos así. Esta necesidad de que diga mi nombre y reavive una marca. Esa necesidad de que el otro aparezca en un texto, una foto, una señal de humo. Esta necesidad que me hace sentir un vampiro, que necesita la invitación del dueño de casa para entrar. 
 El nombre, el apodo, la marca...nos pone en relación al otro. Cuando una historia acaba, en la retirada perdemos lugares; no perdemos las marcas. Y si las pensamos como tatuajes, queda la cirugía láser o tatuar algo encima. Pero, no importa que tan diestro sea el tatuador, siempre vas a ver lo que está abajo...
 ¿Por qué necesito que diga mi nombre? Porque es lo que me hace lo que soy...y hace que las demás, no puedan ser yo. Necesito que diga mi nombre para acomodarme simbólicamente en este caos de ideas. Necesitamos que digan nuestro nombre, para que todo caiga en su lugar. "Say my name, say my name". 
 Y si no lo dicen, que no lo digan...Porque si Beyoncé sobrevivió, no tenemos de qué preocuparnos (espero). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...