domingo, 3 de agosto de 2014

Vives esperando un corazón extraño que venga aquí.

 Hoy me desperté con mucho frizz en el cuarto que mi mamá mantiene intacto para mí, con una canción del 2000 en mi cabeza. Me levanté cantando esa canción de Alex Ubago que una amiga había grabado en un cd para mí, en esa época donde todas estrenábamos el último grito de la tecnología: Las grabadoras de Compact Disc.
 Mientras me lavaba los dientes y analizaba el estado de mi pelo frente al espejo con esa melodía en repeat en mi cabeza, me pregunté el por qué del recuerdo. Porque no estuve escuchando música retro, mucho menos me crucé con ese cd que ya ni sé dónde está. Tampoco me encontré con mi amiga, y no estuve sintiéndome nostálgica. 
 Y es que cuando una canción emerge de la nada en nuestra mente, yo creo que siempre hay que preguntarnos por qué. No aparece la canción entera, suele aparecer un segmento de la letra, de la música, de lo que quiere evocar. Es como el recuerdo disparador en terapia; no emerge lo que quiere hacerse escuchar, emerge la punta del iceberg, para que tiremos de ese retazo cual hilo y lleguemos a la costura.
 "Es todo lo que pido por ser feliz, ¿qué pides tú?". WTF, ni siquiera sabía que me acordaba las letras de Alex Ubago, ni su nombre recordaba, emergió de lo más profundo de mi preconciente. Mucho menos sé qué es lo que pido por ser felíz, así que claramente mi mente apuntaba a sí misma.
 Y entonces busqué la canción, cual Sherlock Holmes me ví en la necesidad de investigar qué estaba tratando de decirme a mi misma. " ¿Qué pides tú? Que vives esperando un corazón extraño que venga aquí". Ok, entendí. Entendí gracias a mi capacidad de adosar a la letra pensamientos sueltos que lograron completar un panorama. 
 ¿Pueden relacionarse con eso? A veces cuando aparece un extraño, ¿no se preguntan qué papel puede llegar a cumplir en sus vidas? Si no lo hacen, lucky you, saben subirse al destino sin esa sensación de ansiedad que causa la incertidumbre.
 Y me pregunto si de esto se trata lo que algunas personas nos dicen, cuando plantean la necesidad de aprender a estar solas. Esa insistencia que yo freno con mi teoría de que somos seres sociales, que hasta en nuestra cabeza hablamos con pluralidad de otros cuando pensamos. 
 Estoy tratando de cambiar algunas cosas, de ser agente de mi propia evolución a una versión que visualizo cual Terminator, pero más fashion. Empecé con la limpieza de uno de mis placards; logrando reducirlo en algunos kilos re ropa, a base de no pensar dos veces en las prendas que no sobrevivieron el descarte, simplemente dejarlas ir. 
 Dejé ir calzas, sweaters, tapados y remeras que hace tiempo sobrevivían las limpiezas a base de la típica frase "Algún día lo voy a usar" o "Está nuevo, lo usé una vez". Dejé escapar botas, zapatos y mocasines que nunca me acompañaron a pasear; o que simplemente no reflejan lo que soy hoy. Colores que ya no combinan con mi color de pelo y texturas que necesito perder. 
 Y es que cuando un lugar está tan lleno, respirar es difícil. ¿Algún día les pasó? Contemplar una situación abrumadora, donde la falta de espacio no las deja pensar. Necesito hacer lugar, no para lo nuevo, para mí. 
 Y me falta, me falta un segundo round con dos placards y empezar de cero con otro. Me falta animarme a abrir cajones donde hay cosas que me hacen acordar canciones extrañas, o personajes MIA (Missing in action).
 Es irónico considerando que en Diciembre llega un pedido bastante grande que va a volver a sacarme espacio y aire. Pero supongo que es un trabajo de por vida. Nos llenamos con lo que creemos necesitar, lo disfrutamos y; eventualmente, necesitamos limpiar, rever, seguir. 
 Cuando pueden dejar ir algo de eso que las hace pesadas, tienen que estar orgullosas. Orgullosas de dejar ir algo que ya no necesitan, pero que puede hacer feliz a alguien más. Alguien más va a disfrutar de mis botas Sarkany, mi tapado cuadrillé o mi sacón verde oliva; de mis remeras de Ayres o esa pollera hindú que ya no pega conmigo. Los mocasines marrones símil Oliver Twist, el chaleco gris que tanto quise o los pañuelos con brillos de Isadora. 
 Y me pregunto si alguien más está dejando ir algo que yo voy a disfrutar. Tal vez es un error, tal vez debería disfrutar simplemente de este nuevo espacio y aire; o entender que este es un proceso que recién empieza, porque todavía tengo que dejar ir algunas Converse y un chaleco de piel azul eléctrico que nunca sé con qué usar. 
 ¿Cuántas cosas dejamos ir? ¿Es perder posible solamente si nos generamos la ilusión de que algo más va a tomar el lugar de lo que se va?
 "Vives esperando un corazón extraño que venga aquí y saque de tu cuerpo y tu alma lo mejor de tí". Puede ser, estoy esperando algo que, más que extraño, prefiero llamar "nuevo". Y ya entendí. Ya entendí que no va a venir en una bolsa de Rapsodia... Y, hasta que llegue, entendí que tengo que ser mi propio agente de cambio...y empecé limpiando el placard, no ordenando; perdiendo. Odio perder, pero no se me ocurre otra forma de ganar. 
 Si Gollum no hubiera perdido el anillo, Frodo no podría haber ido a Mordor. Y si Cenicienta no hubiera perdido un zapato de cristal, no habría ido al baile. Yo perdí unos kilos de ropa, no sé qué voy a ganar...en el peor de los casos, gané perchas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Jaque al Rey...

            Hace tiempo empecé a experimentar una sensación. De esas que nacen del medio del esternón y te contraen como si fueras a echar...