lunes, 29 de septiembre de 2014

Fade into you...

 En la vorágine de mis lunes que empiezan 6.30 AM, no puedo dejar ir mi hiperconexión. Y, mientras corría de una punta a la otra de la ciudad, mis oídos captaron una frase que grabé como si fuera oro. Dos amigas en la mesa de un bar, café de por medio: "Vos tenés que hacer lo que te haga bien".
 Y no sé por qué captó mi atención. Claramente no fue por tratarse de una revelación; creo más bien que fue porque es algo que alguna vez me dijeron, que alguna vez dije y que alguna vez todas diremos. 
 No creo que sea un consejo sabio, creo más bien que es una frase que alguna persona escribió en un lugar recóndito del mundo para algún chocolatín de los que traen mensajes proféticos. 
 No necesito saber de qué hablaban estas dos amigas. Lo sé. Hablaban de alguna de esas encrucijadas donde no tenés idea de cuál es la respuesta correcta para el otro. Porque ¿Qué es lo que te hace bien? ¿Qué le hace bien al otro? ¿Hablaban de trabajo? ¿Hablaban de familia? ¿Hablaban de amor? ¿Qué es lo que nos hace bien?
 Si no hubiera estado, como siempre, tan apurada por llegar a algún lugar; me habría sentado ahí. Y después de un silencio introspectivo, les habría confesado lo que a veces no nos animamos a decir: "Vos tenés que hacer lo que te haga bien, el problema es que no sabés qué es". Porque si lo supieras, no estarías buscando la respuesta en el otro y, sobre todo, no estarías recibiendo esta frase. Porque ¿cómo sabés qué te hace bien? 
 Y no es que no podamos saber nunca cuando algo es bueno para nosotros; pero cuando buscamos la respuesta en una frase de chocolate Felfort, es porque lo que está bien no nos convence, y lo que queremos nos puede llegar a hacer mal. 
 Hace algunas semanas me di cuenta de que estaba leyendo mal algunos procesos. Pensé que tramitar era ver qué marcas los sucesos dejan en nosotros, para darme cuenta de que es al revés. No estaba preguntándome qué es el Otro para mí, estaba preguntándome qué fui yo para Él, qué quería. Mi cabeza reproduce el grafo del deseo de Lacan y lo llena de anotaciones. Y, por "anotaciones"; me refiero a signos de pregunta, corazones y algunos dibujitos. 
 ¿Qué le hace bien a una extraña en un bar un lunes? ¿Cómo llegás a un bar un lunes, a la situación donde la pregunta que no podés contestarte a vos misma se pronuncie en palabras de alguien más?
 Y supe lo que pasaba, porque somos más simples de lo que pensamos que somos. Supe que estaba en esas situaciones donde lo que quería hacer le iba a hacer tan mal, como no hacerlo. Como cuando querés comprar el blazer de Uma, sin que tu tarjeta sangre doce cuotas de 300$.
 No podemos salirnos del grafo del deseo, donde inevitablemente subyace la pregunta que nos mueve: ¿Qué me quiere el Otro? Y no sabemos qué nos  hace bien, porque no hay respuesta; más que las que nos inventamos para anticiparnos al cuestionamiento. 
 Me quiere vestida de Rapsodia, me quiere más inteligente, me quiere graciosa, me quiere con mejor piel. Me quiere bilingue, me quiere más joven, me quiere bien. Me quiere peinada, menos celosa, fanática de Messi. Me quiere capaz de prender el fuego para el asado, sin PMS, con pase libre los sábados. Y usamos tarjetas de crédito, leemos, nos envolvemos en cicatricure; usamos agua termal, leemos diarios extranjeros, nos subimos a tacos de diez centímetros, miramos partidos de la NBA. Todo para una pregunta que resuena, sin escucharse, más que en el fondo de una historia. 
 Me pregunto si de ahí nace el stalkeo virtual. Esta incesante tarea de averiguar cómo me quiere el otro, qué quiere de uno, hasta que uno desaparece ahí donde no se ve. 
 Y pienso. Pienso que lo mágico de las estructuras, es la posibilidad de permutar los personajes de los casilleros. Porque si el Otro fuera siempre encarnado por la misma "persona", desapareceríamos...sin posibilidad de saber dónde termina y dónde empezamos. "I would just fade into you".
 Pienso. Pienso que el día que conocí el grafo del deseo, supe que me iba a traer problemas. No entenderlo, fue lo de menos. 


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