viernes, 17 de mayo de 2013

Happily ever after?

Las películas de Jennifer Lopez (J-Lo para los amigos), son siempre igual. La latina ganándose el dólar en Malibú y el Príncipe azul que la rescata.
Obviamente ella es la clase de latina que tiene el pelo espectacular, bronceado milenario y sonrisa perfecta.
Bueno, yo fui una latina trabajando en Malibú. Dejenme decirles algo: El olor a frito no se va sino hasta el segundo lavado de pelo y eso no es imán para ningún hombre.
Sea como sea, no puedo evitarlo. J-Lo y yo somos íntimas amigas, aún cuando ella no sepa que existo. No puedo resistir sus chic flicks. 
Porque cuando J-Lo aparece en la pantalla, yo creo. Creo en el amor a toda edad. Creo que existe un extraño capaz de adoptar los dos bebés que alguien se inseminó porque pensó que iba a morir sola. Creo que una wedding planner neurótica puede encontrar el amor en el trabajo. Creo que Jennifer puede vencer una anaconda radioactiva sin transpirar. CREO.
Supongo que ella me hace creer que los "príncipes azules" ven más allá de nuestra "latinidad" (Sí, invento palabras, no puedo evitarlo, es parte de lo que soy).
Déjenme definir "latinidad". Latinidad es poder tener un día poco favorable para nuestro pelo, es poder darse el lujo de no pintarse una vez las uñas, sin perder la feminidad; es no tener que ser la más inteligente, y poder equivocarse de outfit algún día.
Entonces Jennifer aparece, y mientras friega el piso; el hombre más sofisticado, rico y lindo se fija en ella. 
El único problema es que todas sus películas se basan en el proceso en el que el hombre se fija en ella. Eso hace que el secreto de la "latinidad" caiga bajo un manto de suspenso. 
Pero la realidad es cruel. En la realidad hasta a Jennifer tuvo malos tragos. Supongo que Marc Anthony no era su príncipe azul.
Tal vez sea porque el estado de "príncipe" es muy efímero. Dura lo que dura el período de cortejo. 
Lamentablemente, no hay películas que cuenten qué pasa después. Mientras tanto, prefiero seguir creyendo con J-Lo, Julia Roberts y Kate Hudson. Aún así siempre me voy a preguntar, ¿qué pasa después?

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